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La graduación de Talker
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La graduación de Talker

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La secuela de La Salvación de Talker
Volumen 3 de la Serie Talker

Cuando superas el conocimiento básico de la supervivencia, ¿qué viene a continuación? Brian Cooper se recuperó del ataque que casi lo mata y Tate Walker se enfrentó a sus propios demonios. Ahora lo que queda son… los dos. Crecer juntos y hacer que madure su amor es todo menos algo sencillo.

El eterno optimismo de Talker y la fe silenciosa de Brian pueden ser lo que les ayude a conquistar los grandes y pequeños obstáculos que no dejarán de atravesarse en su camino mientras superan las complicaciones que van surgiendo a medida que comienzan a cumplir sus sueños.

LanguageEspañol
Release dateJun 10, 2014
ISBN9781623806699
La graduación de Talker
Author

Amy Lane

Award winning author Amy Lane lives in a crumbling crapmansion with a couple of teenagers, a passel of furbabies, and a bemused spouse. She has too damned much yarn, a penchant for action-adventure movies, and a need to know that somewhere in all the pain is a story of Wuv, Twu Wuv, which she continues to believe in to this day! She writes contemporary romance, paranormal romance, urban fantasy, and romantic suspense, teaches the occasional writing class, and likes to pretend her very simple life is as exciting as the lives of the people who live in her head. She’ll also tell you that sacrifices, large and small, are worth the urge to write. Website: www.greenshill.com Blog: www.writerslane.blogspot.com Email: amylane@greenshill.com Facebook: www.facebook.com/amy.lane.167 Twitter: @amymaclane

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    La graduación de Talker - Amy Lane

    REVIVIENDO EL PASADO

    LA PEQUEÑA habitación, situada en la parte trasera de la diminuta casa, contaba con ventanales en todas las paredes. Durante el invierno, colocaban aislamiento de fibra de vidrio en las ventanas y clavaban las cortinas a la pared para mantenerlas inmóviles debido al frío extremo; sin embargo, en verano los rayos del sol rebotaban sobre el mar iluminando la habitación de un color dorado. Algunas veces, cubrían las ventanas con cortinas, independientemente de la época del año, porque ¿quién quería levantarse a las cinco de la madrugada todos los días? Aunque la mayoría de los días, permitían que la pequeña habitación, con piso de madera y una alfombra de color vivo, se llenara de luz rosa-dorada-púrpura-plateada-naranja solo para que al despertarse, pudieran verla.

    Talker, por lo menos hasta donde era capaz de recordar, jamás había conseguido tener la mente en absoluto silencio hasta compartir aquellos momentos en los que estaba acostado al lado de Brian mientras ese precioso y cálido arcoíris de luz se filtraba en su dormitorio. Su forma de hablar, que lo caracterizaba y le había dado el apodo, era veloz como el trueno, y las palabras salían de su boca tan rápido como una melodía staccato o sincopada, rebotando en las paredes con ángulos locos.

    Sin embargo, el destino (Brian) los había llevado a ese lugar en donde por fin había encontrado la paz. Transportaron todo lo que tenían en el viejo coche de Brian y habían prestado a unos amigos una camioneta de los años ochenta y acompañados de amigos, condujeron noventa millas{1} desde Sacramento hacia el mar.

    Después de amueblar la habitación, cuando se despertaron después de quedarse una noche en ella fueron recibidos por una increíble… paz.

    Cuando Brian regresó del hospital tres años atrás, Talker había encontrado la paz que pensó que era muy distante y que jamás tendría.

    LAS PESAS que compraron para que Brian usara en su fisioterapia eran de segunda mano. Habían pertenecido a una abuela con doce nietos y la tía de Brian, Lyndie, las había comprado en una venta de jardín. Las pesas principales estaban cubiertas con vinilo color pastel y a Brian se le hacía difícil sostenerlas adecuadamente mientras ejercitaba su hombro derecho destrozado.

    —¡Ay! ¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda!

    Talker hizo un gesto de dolor. Había estado trabajando en la sala cuando escuchó que las pesas cayeron al suelo y se preparó para lo que vendría. Brian necesitaba ayuda, de eso no había duda. Le urgía que alguien le apoyara sosteniendo las pesas, que le ayudara a agarrarlas y que mantuviera sus dedos cerrados mientras las levantaba. No obstante, su novio jamás le había pedido ayuda. No lo hizo cuando su hombro estaba a punto de dañarse, tampoco cuando tuvo problemas con sus cursos, simplemente se las apañó, siguió adelante y encontró una forma de trabajar con lo que tenía en vez de lo que necesitaba.

    La mayor parte del tiempo, Talker lo admiraba por eso.

    En días como ese, lo único que quería era darle un golpe a su amante en la parte trasera de su cabezota.

    Escuchó otro golpe y Tate ya no pudo soportarlo más. Se puso de pie y bajó el volumen de la música de su portátil, después caminó lentamente hacia el dormitorio de la segunda planta de su apartamento de porquería. Brian estaba sujetando la pesa rosada (la segunda más pequeña) con tanta concentración que el sudor rodaba por su rostro a pesar de que eran los inicios de la primavera, y vivían en un apartamento en el que nunca hacía suficiente calor. Estaba levantando esa cosa con mucha diligencia, luego la apoyaba en las caderas y después detrás de él para empezar de nuevo, contando las repeticiones mientras mantenía su cuerpo echado hacia delante y descansaba el otro codo sobre la rodilla.

    Le dolía. No había absolutamente ninguna duda al respecto. Sus ojos azules, del tono del cielo de Kansas, estaban entrecerrados, apretaba los dientes y las lágrimas brotaban de sus ojos. El sudor empapaba su cabellera rubia y las recién curadas cicatrices sobre la sien, los ojos y las mejillas se estiraban debido a su gesto de dolor. A pesar de lo que sufría, estaba completamente en silencio debido a su concentración. Brian no quería que Tate lo viera hacer eso; tenía ese tipo de orgullo.

    Talker tragó fuertemente y lo observó un rato más. Luego se alejó en silencio y pasó más de una hora buscando en Google «terapia ocupacional + heridas en el hombro».

    Al día siguiente, se detuvo en una de esas pequeñas galerías de arte que se encontraban en la Calle R, de esas que tenían alfarería en los mostradores y un horno en la parte trasera.

    Cuando volvió a casa, sacó el pequeño paquete envuelto en plástico que había comprado por ocho dólares, dinero que había obtenido de las propinas y trabajos extras, y lo colocó frente a Brian mientras limpiaba la cocina con una mano y con las costillas recién curadas.

    Brian lo miró inclinando la cabeza y Tate descubrió que por primera vez en su relación, se le hacía difícil hablar. Comenzó a quitarle el plástico al paquete y le mostró la arcilla polimérica que había adquirido.

    —Puedes cocinarla en el horno, pero tengo entendido que apesta a mierda —dijo, y luego con una mirada tímida se quitó el guante que tenía en la mano entumecida y señaló con la cabeza el brazo de Brian. Su novio le extendió el brazo y Tate dijo:—Acércate.

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