Memorias de un pobre diablo
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Este libro trata de semblanzas, vidas y descripciones de niños impelidos a trabajar en lo que el destino les depare, de hogares que transforman ese trabajo en ganancia para el dueño de la taberna, y luego en violencia familiar; de jóvenes trasladadas a la capital como servidoras domésticas que, tras la violación de turno, son echadas a la calle y lanzadas a la prostitución. Es la denuncia de la corrupción en todos los niveles; en fin, es el grito de "los pobres diablos de la pampa", presas del latifundio y de la violencia y miseria que este genera.
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Memorias de un pobre diablo - Hernán Elizondo
autor
Breve explicación
El hecho de que este libro se haya inspirado en personajes, costumbres y problemas sociales propios de Guanacaste –aunque algunos de ellos no escapen a cierta dimensión universal–, me obliga a dar una breve explicación sobre algunos aspectos de la obra.
Cualquiera que haya visitado esta provincia habrá observado que ella tiene características especiales, tanto en el aspecto folclórico como en el aspecto lingüístico. Así, pues, el escritor que pretenda levantar una obra sobre la vida y costumbres del guanacasteco, no puede omitir los vocablos y los giros que son moneda corriente en nuestra pampa.
Hay, sin embargo, gran cantidad de costarricenses que ignoran la circunstancia señalada, y se extrañarán de ciertas expresiones que son harto corrientes en el habla popular de los llaneros.
Lo apuntado me obliga a un glosario que he incluido al final del libro para la mejor comprensión de algunas frases.
El uso del vos, por ejemplo, en la parte baja de nuestra provincia, riñe con todas las reglas de la sintaxis, pues tiene un carácter de vocativo expresado siempre al final de la oración. Son corrientes las expresiones No, vos
, Sí, vos
, Ayer te vi, vos
. Estas expresiones, tan propias de lo que llamamos La bajura
, son casi desconocidas por muchos de nuestros lingüistas.
Hay también notorias diferencias entre el nombre que se les da a algunos árboles en las provincias del interior y el que se les da en Guanacaste. Tal sucede también con el uso de algunos verbos. Verbigracia: en las provincias se dice apear
y en Guanacaste se dice cortar
con la misma acepción (cortar naranjas, cortar nancites).
En cuanto a la obra en sí, declaro con sinceridad que la intención original no fue la de escribir una novela.
En uno de los suplementos del diario La República, tuve a mi cargo una columna, y quise inventar un personaje que desde aquel reducto gritara la verdad sobre los desposeídos de mi provincia. Nadie mejor para gritarlo que uno de aquellos mismos y el personaje se llamó: Un pobre diablo
.
Cuando apareció la convocatoria a los Juegos Florales de 1963, se me ocurrió que, con base en los trabajos que tenía para la columna citada, encadenando algunos hechos y relacionando sus personajes, muchos de ellos arrancados a la vida real, podría formar una novela de carácter vernáculo. Puse manos a la obra y esta vino a quedar terminada al amanecer del propio día en que se cerraba el concurso.
El fallo del jurado fue benévolo con la obra y la Editorial Costa Rica resolvió publicarla.
Para terminar, y como un deber de gratitud, debo presentar en esta ocasión mi agradecimiento más sincero a los profesores don Maurilio Alvarado y señorita Aída Cecilia Mora, quienes, con su colaboración, hicieron posible que la obra pudiera quedar concluida y pasada en limpio dentro del plazo angustiosamente corto que las circunstancias exigían.
El autor.
Tilarán, Costa Rica, setiembre de 1963
Capítulo I
Presentación
¿Quién soy? Un pobre diablo de los llanos, un ente escogido al azar entre la legión explotada por los unos y los otros, triste exponente de los que sufren la injusticia de la justicia, uno de tantos en la lista de los desamparados del destino.
Nadie pregunte mi nombre. Los pobres diablos no tenemos nombre.
¿De dónde soy y dónde vivo? Soy de cualquier lugar donde haya un rancho pajizo, con un fogón en llamas, una tinaja y un camastro. Vivo allí donde se oiga una copla, un llanto o una plegaria, allí donde haya un corazón que sueñe, unos labios que besen o una boca que maldiga.
Llanero o costeño, sabanero o peón, he vagado por esta pampa inmensa, unas veces con hembra y otras veces con hambre. Quizás por eso, lo único que he aprendido de filosofía son aquellos conceptos que se han hecho realidad en mí mismo, como aquel de que al perro flaco se le arriman todas las pulgas.
Y si es así, ¿qué recóndito impulso me arrastra a escribir lo que pienso y lo que siento? Yo no he asistido jamás a las tertulias de los pontífices del verbo, olorosos a latín y a gardenia. No he escuchado las especulaciones metafísicas de los intelectuales de élite. No me he rozado nunca con los sabios intocables del Olimpo estético ni con los cerebros iluminados de los cenáculos literarios. No sé qué fuerza extraña me arrastra a escribir estas páginas, donde no quepan, tal vez, el dolor y la amargura de mi casta maltratada.
Tal vez hablan por mi pluma los miles de seres anónimos que nacen, viven y mueren sin que nadie se detenga a preguntar la razón de su vida y de su muerte.
Yo siento, en el silencio de las noches, pasar frente a mi alma el desfile de sombras escapadas de las tumbas que me gritan su pretérita tragedia.
¿Hay que ser literato acaso para decir que a un Cupertino Luna le embargaron el rancho cuando el pobre agonizaba entre un frío y una calentura?
¿Hay que escribir con corrección y galanura para señalar en Guanacaste ese cáncer social que se llama latifundio?
¿No es disculpable, por ventura, que se olviden la Retórica y la Gramática, cuando se habla de las peonadas hambrientas que se ponen en fila el día de las elecciones para cambiar su voto por un abrazo y un trago?
Yo sé que es mi pluma, humilde, sí, pero rebelde siempre, la que guarda el mensaje de las masas oprimidas, cansadas de frases hechas, hastiadas de figurones soberbios y de mediocridades pensantes.
No tengo nombre.
Cuando se habla de un ser cualquiera, que rumia su amargura en la soledad de las noches, y que en el día solo acierta a llevar en silencio la cruz de su infortunio, suele decirse, con un poco de compasión o con un poco de desprecio, que es un ente sin fortuna, un pobre diablo del llano.
Y así el pobre diablo sueña, reza, llora, ríe y canta hasta que la muerte se lo lleva una noche agarrado a una mueca de dolor.
Yo podría ser el sabanero que va corriendo la llanura sobre el lomo del jadeante potro, con la soga abierta tras un toro que no llega a alcanzar nunca. Potro de un sueño quimérico, soga inútil de una esperanza, toro en fuga de un ideal que no se alcanza jamás.
Yo podría ser la madre abandonada en cualquier rincón de mi provincia, que arrastra junto al cuerpo de quince años, el fruto de aquel instante en que le mintieron amor.
Yo podría ser –¿por qué no?– el peón de las haciendas semifeudales, que se baña en su propia sangre en una tarde de toros, que se bate a machetazos en una noche de luna, o que pone en el pentagrama de un grito la nota de su rebeldía.
Yo nací en esta Guanacaste cálida, en un rancho que salpicaba el Tempisque, cuando la lora vomitaba "gurrias" balanceándose entre dos botellas. Nací con mi destino marcado. Destino de llevar soles bajo la mirada de los caporales; destino de correr tras de un toro o tras de un sueño; destino de vagar por los llanos con un nudo en la soga y otro nudo en la garganta.
Nací y me crié entre siestas de garrobos tendidos sobre el filo de las ramas secas; entre acechos de cascabelas con su ponzoña escondida bajo las hojarascas tibias; entre abrazos de politiqueros olorosos a licor y a fraude. Y en las noches de luna, de coyol y de guitarras, canté mi copla alegre para olvidarme de mi herencia triste.
Nosotros, los sin nombre, los que vamos rumiando el desengaño a través de la cruz de los caminos, nos guardamos en el alma la verdad que nos ahoga. Verdad hecha de soles crudos y de inviernos con tormentas; verdad propia levantada sobre un mundo de mentiras ajenas.
Se nace. Se vive. Se muere.
El llano interminable nos recibe al nacer con una sonrisa desdeñosa de sus jaraguales secos. Crecemos bajo la égida de un rancho, formado con cuatro horcones desnudos a los que se amarran unos cuantos astillones cobijados por un puñado de paja. Así tiene que ser. Morada sin valor que debe abandonarse ante el asedio del hambre o que arde cualquier día, cuando le arrima un fósforo encendido el dueño del latifundio.
La pampa ha criado juntos al camaleón y al logrero. Ambos se acomodan al color que más conviene, el primero por instinto y el último por cálculo. Pero en la vida pampera el paralelo es fatal. El hombre de los llanos tiene que enfrentarse a veces, ya al veneno del uno, o a la perfidia del otro.
En el verano, a pesar del sol y del polvo, la pampa se estremece. Avívase el adulterio en las playas donde los banqueros extraños llevan a pasear a sus queridas, y las noches se llenan de risas y marimbas. Entonces el llanero cede el campo y pasa a ser en el paisaje de su tierra la sombra del aborigen vencido.
Crujen los pajonales en un preludio de incendio; alzan su charla fiestera las guacamayas del ceiba, y al azote de los soles se encoge el Zapandí. Luego, en una noche de tantas, salta la chispa en el llano y rechinan los pastizales. Las grandes llamaradas tocan el cielo que se pone rojo y las nubes escapan para no arder. Los enormes troncos encendidos fingen antorchas de capricho y en el horizonte se confunden las chispas y las estrellas.
El calor aumenta. En la playa se aglomeran los burgueses vagabundos y el mar se aprovecha entonces para besar muslos blancos.
Allá, un día, el llano se agita con el retumbo de los truenos; persígnanse las cumbres con una cruz de relámpagos; tiembla la tierra reseca y salta el agua en cataratas.
Llueve, llueve y llueve.
Al rigor del verano sigue el rigor del invierno. Los ríos comienzan a hincharse como vientres de mujer y terminan inundando la llanura en un parto dantesco de aguas turbias.
El ganado que mugía de sed, empieza a mugir de miedo sobre los fangales hondos.
En ocasiones la inundación pone en peligro tanto a la res como al hombre. Pero el gamonal de la hacienda, con la lógica del avaro, trata de salvar primero al animal. Después se piensa en el hombre, que teme quedar oculto bajo una tumba de fango.
En este ambiente de calor, de lujuria y de miseria, nacemos, crecemos y morimos los pobres diablos de la pampa. Los que a veces vamos con hembra y a veces vamos con hambre. Los que al decir de un guanacasteco ilustre teníamos tres cosas: guaro, marimba y tumba. Los que hoy, muchos años después de aquella frase, seguimos teniendo tres cosas: guaro, rocola y tumba.
Capítulo II
Los sueños
Pocos recuerdos guardo de mi infancia. Sin embargo, no olvido que me gustaba soñar.
Siempre en la vida se sueña. ¿Cuál