El libro del amor: Poesía amorosa universal
Descripción
Esta antología, respaldada fervorosamente por los lectores, es ahora complementada con un epílogo (inedito), en el que el antólogo amplía su reflexión sobre la naturaleza del amor en la poesía de todos los tiempos: "En cualquiera de las tres vertientes en que organice la selección, el amor es una empresa que solo puede realizarse con el concurso de Otro. Incluso en el amor ausente es así: nadie lamenta la ausencia de una entelequia, sino de alguien en particular. Todo amor es la negación de la soledad. Todo amor es una empresa que se realiza en alianza, por más que el canto de su ausencia se haga poema o la epifanía de su realización sea oculta. Amor y correspondencia son vocablos complementarios".
Catulo, Sor Juana Inés de la Cruz, Gustavo Adolfo Bécquer, Eugenio Montale, Antonio Machado, Andrés Eloy Blanco, Luis Cernuda, Mario Benedetti, Rafael Cadenas, Cavafy, García Lorca, Santa Teresa de Jesús, Eugenio Montejo, San Juan de la Cruz, Rubén Darío, Fernando Pessoa, Darío Jaramillo Agudelo, Jorge Luis Borges, Heberto Padilla, Juan Liscano y Hanni Ossott, entre muchos otros, son los poetas que integran esta selección compuesta por ochenta poemas, que recogen dos mil años de experiencia amorosa.
Sobre el autor
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Venezuela: 1830 a nuestros días: Breve historia política de Rafael Arráiz Lucca Calificación: 3 de 5 estrellas
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El libro del amor - Rafael Arráiz Lucca
Contenido
Prólogo
El amor ausente
Catulo
VIII
Li Bai
Para mi lejano amor
Sor Juana Inés de la Cruz
Que expresa sentimientos de ausente
Edgar Allan Poe
Eulalia
Gustavo Adolfo Bécquer
Volverán las oscuras golondrinas
Jacinto Benavente
Silvia
Anónimo irlandés
Mi amor, el del cabello ensortijado...
Andrés Mata
Música triste
Eugenio Montale
Xenia II No. 5
Guillermo Valencia
Amor verdadero
Antonio Machado
XXXIII
Carlos Borges
Rimas galantes
Paul Geraldy
Celos
Gabriela Mistral
Balada
Alfonsina Storni
El engaño
Andrés Eloy Blanco
La renuncia
Jacques Prévert
Mujer de temple
Luis Cernuda
Te quiero
Robert Desnos
Tanto soñé contigo
José Ángel Buesa
Poema de la despedida
Idea Vilariño
Ya no
Mario Benedetti
Corazón coraza
Denise Levertov
Un fracaso
Rafael Cadenas
Aprendiz de cónyuge
Vasco Szinetar
Soy el mal amado
Igor Barreto
Piedad Bonnett
Canción
Harry Almela
No caminas. Deambulas
El amor oculto
Anónimo Wei
Afirmación de amor
Tchan Tsi
Canto de la mujer virtuosa
Último Emperador T'ang
Amor clandestino
Anónimo chileno
La adúltera
C. P. Cavafy
Media hora
Federico García Lorca
La casada infiel
Jaime Gil de Biedma
Idilio en el café
El amor pleno
El Rey Salomón
Cantar de los Cantares (fragmento)
Santa Teresa de Jesús
Glosa sobre las palabras «Dilectus meus Mihi»
San Juan de la Cruz
Cántico espiritual (fragmento)
Lope de Vega
Definición del amor
William Shakespeare
No admito
Anne Bradstreet
A mi querido y amante esposo
Andrew Marvell
A su esquiva amante
José Martí
Mucho, señora, daría
William Butler Yeats
Cuando seas vieja
Rubén Darío
Sonatina
Amado Nervo
El día que me quieras
Rainer María Rilke
Canción de amor
Juan Ramón Jiménez
Cuando, dormida tú
William Carlos William
Canción de amor
Ezra Pound
Francesca
Delmira Agustini
Explosión
Manuel Bandeira
Arte de amar
Fernando Pessoa
El amor es lo esencial
Oliverio Girondo
12
César Vallejo
El poeta a su amada
Pedro Salinas
Posesión de tu nombre...
e. e. Cummings
4
Juana de Ibarbourou
La cita
Paul Eluard
El amor La poesía (tres fragmentos)
Jorge Luis Borges
El enamorado
Francisco Luis Bernárdez
Estar enamorado
Pablo Neruda
Poema 15
Vladimir Holan
¿Quién eres?
Miguel Hernández
49
Julio Cortázar
Poema
Juan Liscano
Es esto
Gonzalo Rojas
¿Qué se ama cuando se ama?
Juan Sánchez Peláez
Persistencia
Ledo Ivo
Las rosas bermejas
Jorge Gaitán Durán
Se juntan desnudos
José Agustín Goytisolo
A veces
Hesnor Rivera
Silvia
Heberto Padilla
A Belkis, cuando pinta
Roque Dalton
Desnuda
Víctor Valera Mora
Oficio puro
Eugenio Montejo
Mientras gire la tierra
Hanni Ossott
Darío Jaramillo Agudelo
1
Juan Gustavo Cobo Borda
Talismán
Alejandro Salas
Epílogo
Créditos
El libro del amor
Poesía amorosa universal
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
@rafaelarraiz
Prólogo
Se ha dicho mil veces y, sin embargo, es necesario repetirlo: una antología es una arbitrariedad y, como casi todos los actos que ponen en juego el arbitrio, es insuficiente e incompleta. En el fondo, la naturaleza de cualquier selección está tejida por la exclusión. En el caso que nos ocupa, además, debo despejar el panorama: no me han guiado criterios académicos en la escogencia de los poemas; ni siquiera me ha animado el responder a un ceñido plan cronológico. Simplemente, he ido añadiendo poema tras poema como si fueran los ingredientes de una cocina que se quiere abundante, diversa y sustanciosa. El único criterio que me ha señalado el camino es el de optar por los mejores poemas; ni uno solo que no me haya parecido estupendo lo he traído al fogón. Quiero decir: ha privado la consideración del poema antes que el autor. De hecho, grandes poetas están lejos de estas páginas, y a nadie debe extrañar, ya que no he confeccionado una galería de nombres sino una batería de poemas. ¿Omisiones? Muchas: tantas como para que el lector haga su propia antología a partir de las ausencias. Así es el diálogo (iba a decir la batalla) entre el lector de una antología y quien la realizó.
He organizado el amor, que brilla en las páginas que siguen, en tres grandes ramas: el amor ausente, el amor oculto, el amor pleno. Las tres están dominadas por una fuerza que interrumpe el curso diario de la existencia de los involucrados. Así lo han constatado a lo largo de la historia disímiles observadores del trance amoroso. Para el doctor Freud era del siguiente tenor: «No hay gran distancia entre el enamoramiento y la hipnosis... El hipnotizado da, respecto del hipnotizador, las mismas pruebas de sumisión humilde, docilidad y ausencia crítica que el enamorado respecto del objeto del amor». Entre el enamorado y el enajenado se lanzan más de una similitud: ambos están gobernados por una fuerza externa que motoriza una fuerza interior, bien sea el deseo o la locura; ambos han abandonado el curso ordinario de la vida, para entrar en una suerte de huracán de acontecimientos que, siendo ínfimos, se revelan ante ellos como nunca antes vividos. Todo es nuevo, todo es original: el universo parece estrenarse con la mirada de los hipnotizados que van por la calle como levitando, como los únicos dueños de la liviandad.
Pero el amor, como toda enfermedad, causa dolor. Nadie podría soportar la vida en la condición del enamorado. Después de todo, el hipnotizado es alguien que padece. Para nadie es un secreto que la frontera entre el placer y el dolor es delgadísima, tanto como el calor que reconforta y el ardor que lacera. El estado del enamorado es fronterizo: es feliz, pero está a milímetros de la desgracia. Su dicha depende del otro, el fundamento de su alegría es la carencia que otro compensa totalmente, al menos mientras dure su levitación inexplicable.
De otra manera está hecho el amor ausente. Si el amor pleno es físico, el ausente crece en la casa de la imaginación, y esta residencia es proclive a engrandecerlo todo como si sus paredes fuesen un vidrio de aumento. Los cuerpos se hacen mejores, las danzas amorosas más ardientes, los ojos más grandes, los olores memorables, el grado de la felicidad brilla superlativo. En proporcional magnitud a la maravilla que cultiva la memoria, el dolor de la ausencia es profundo. Se dan la mano lo que esplende en el recuerdo y lo que deprime en el presente. La plenitud que fue, ha cavado el hueco donde sufrirá el