Soltero y sin compromiso
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About this ebook
Él tenía una faceta escondida que solo había descubierto Geneva porque era su vecina y veía la ternura con la que trataba a su hijo. ¿Habría alguna posibilidad de que el soltero de oro sentara la cabeza con aquella mujer?
Quizás el amor estuviera llamando a su puerta...
Carolyn Greene
Carolyn Greene is a bestselling author, who writes both romances and mysteries. She has been nominated twice for the RITA Award, once for the HOLT Medallion Award, and was presented the Romantic Times WISH Award. Carolyn loves books and welcomes the chance to share her faith through her occupational calling. She and her husband have two children and live in Virginia with their two hyperactive miniature pinschers.
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Book preview
Soltero y sin compromiso - Carolyn Greene
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Carolyn Greene
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Soltero y sin compromiso, n.º 1258 - marzo 2016
Título original: An Eligible Bachelor
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8041-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Lo primero que vio Wade fue una zapatilla roja, como un capullo de rosa perdido entre la mata de hortensias azules. Y después, una falda vaquera y un par de esbeltas piernas femeninas saliendo de la ventana. En uno de los pies, otra zapatilla roja, como la que estaba caída entre los arbustos.
Sin molestarse en esconder una sonrisa, Wade tomó la zapatilla y se acercó. El niño que andaba por allí le sonrió con timidez.
Geneva se movió, intentando sacar el cuerpo a fuerza de tirones, pero la ventana era demasiado estrecha y tuvo que parar un momento, agotada. Y todo por un par de pájaros que habían sido más hábiles que ella instalándose en su nueva casa.
Una ligera brisa primaveral levantó la falda vaquera, acariciando sus piernas. Si estiraba la punta de los pies, casi podía tocar el patio de su apartamento, situado en la parte trasera de una casa victoriana.
El niño puso un dedito sobre su trasero, riendo.
–Mami.
Geneva suspiró. Que alguien la encontrase en aquella situación, solo un día después de haberse mudado, la preocupaba menos que la humillación que sentiría por haber roto el acuerdo al que había llegado con el propietario. Sean, el hermano de su casero, un chico de diecinueve años minusválido, quizá podría echarle una mano. Pero una de las cláusulas del contrato de alquiler era que ella ayudaría a Sean cuando fuera necesario. No al revés. Si tenía que pedirle ayuda al chico, Wade Matteo dudaría de su capacidad para hacer el trabajo. Peor, podría romper el contrato de alquiler que acababan de firmar.
Y si perdía aquel apartamento, de precio muy razonable y alrededores preciosos, se vería obligada a volver a la ciudad. Y entonces su oportunidad de ahorrar para dar la entrada de una casa desaparecería. Y, junto con ella, su sueño de darle a su hijo las raíces que ella siempre había deseado.
Jacob empezó a moverse tras ella, nervioso.
–Teno caca.
Tenía que pasar justo en aquel momento. Las desgracias nunca llegaban solas, pensó Geneva.
Lo que Wade tenía previsto hacer aquella tarde, repasar su agenda de teléfonos buscando el número de alguna mujer interesante para pasar un buen rato, tendría que esperar.
Cuando volvió a casa unos minutos antes, mientras dirigía el morro del elegante deportivo negro hacia el garaje, había escuchado la voz de una mujer. Conociendo a su nueva inquilina, Wade había asumido que estaba cantando mientras hacía las tareas domésticas. Durante la última semana, la encantadora señora Jensen había llevado sus cosas al apartamento y solía cantar mientras limpiaba.
Y eso no lo sorprendía. La primera vez que la vio para enseñarle el apartamento, pensó que era una mujer muy peculiar. Una joven madre que no llevaba tacones, ni collar de perlas… y que ni siquiera tenía un marido. Inmediatamente se había dado cuenta de que era una de esas mujeres con instinto para crear hogar. Y eso era muy peligroso.
Wade conocía bien a las mujeres y, menos de un minuto después de ver a su nueva y atractiva inquilina, le había colocado un cartel invisible que decía No tocar. Y, con intención de advertirla, él prácticamente se había colgado al cuello el cartel de Soltero del Año. Las mujeres que cantan mientras hacen las tareas domésticas estaban definitivamente fuera de su lista de amigas.
Wade entró en el patio que había tras el apartamento. Aunque aquello podría ser divertido, tendría que hacerlo rápido. Su agenda de teléfonos era una promesa de diversión para la noche.
–¿Sean?
El grito era un poco angustiado, como si hubiera abandonado la esperanza de ser rescatada.
Era raro que llamase pidiendo ayuda a su hermano, pensó Wade. El síndrome de Joubert, que debilitaba los músculos de Sean, lo obligaba a caminar con muletas y le impedía levantar objetos pesados. Era sábado por la tarde y Sean seguramente estaría en un carrito de golf, recogiendo pelotas perdidas y charlando con los clientes del club de campo.
Geneva se puso rígida, como si hubiera sentido algo raro cuando él cruzó el patio.
De espaldas, sin verlo, movió una mano indicándole que se acercara.
–Pensé que nunca iba a poder salir de este atolladero. Hazme un favor. No se lo cuentes a tu hermano.
–¿Y por qué no quiere que lo sepa?
–¿Señor Matteo?
–Puede llamarme Wade.
Por costumbre, había dicho aquello con su voz más seductora… una voz profunda y ronca que había cultivado junto a su personalidad de play boy.
Ella movió los dedos de los pies y Wade supo por instinto que su voz la había afectado.
–¿Le importaría levantar la hoja de la ventana? Se me está clavando en la espalda.
Geneva intentó no parecer asustada. Pero, le gustase o no, estaba a su merced.
–¿Y cómo sé que no es usted una ladrona? Quizá debería llamar a la policía.
–Me alquiló el apartamento hace una semana. Sabe perfectamente que no soy una ladrona, señor Matteo.
–Ahora que lo dice, me parece que reconozco esas piernas.
Geneva automáticamente tiró hacia abajo de su falda para asegurarse de que no estaba mostrando más que falta de coordinación muscular.
Su ex marido, Les, lo pasaría bomba si la viera en aquel apuro. Afortunadamente, él y sus comentarios irónicos habían desaparecido de su vida tiempo atrás. Solo esperaba que el propietario del apartamento contuviera un poco su lengua.
Pero no pudo evitar ponerse colorada al recordar el día que conoció a Wade Matteo. Con un físico como el suyo, era fácil entender por qué las mujeres hacían cola para salir con él. Geneva había respondido a su presuntuosa virilidad poniéndose colorada como una cría. Y, de nuevo, la estaba haciendo sentir como una ingenua sin experiencia de la vida… lo que era en realidad.
–La sacaré de ahí en seguida –dijo Wade, rozando su trasero mientras intentaba tirar hacia arriba de la hoja de la ventana.
Geneva se sentía avergonzada por la postura en la que la había pillado: con el trasero levantado y la guardia bajada. No podía hacer nada, aplastada por la hoja de la ventana. Su camiseta roja se había salido de la falda y podía sentir el calor de las manos del hombre en la cintura.
Un momento después, estaba libre. Saltando al suelo, Geneva tomó a su hijo de la mano y con la otra se apartó de la cara los rizos castaños.
Olvidando momentáneamente dar las gracias al hombre que la había rescatado, levantó un poco la camiseta para comprobar si se había hecho daño. Tenía un rasguño en el abdomen, pero afortunadamente no parecía nada grave.
Wade se inclinó para echar un vistazo y su gesto de comprensión hizo que, tontamente, se sintiera mejor.
–Eso tiene que doler como el… –Wade se contuvo, recordando que el niño estaba presente–. Tiene que doler mucho.
–No tanto.
Dándose cuenta entonces de que le estaba mostrando el abdomen a un hombre que no era médico, Geneva se bajó la camiseta y empezó a tirar de la falda intentando disimular su turbación.
–No se preocupe. Está muy guapa –dijo Wade, intentando hacerla sonreír. Pero esas palabras solo sirvieron para recordarle que Wade Matteo era un mujeriego del que debía apartarse–. Se le ha caído esto, Cenicienta –siguió él, sacando la zapatilla roja del bolsillo.
–Gracias –murmuró Geneva alargando la mano. Pero Wade se había inclinado para tomar su pie descalzo–. Me siento como el príncipe del cuento –anunció mientras le ponía la zapatilla. Incómoda, Geneva dio un paso atrás, pero la barandilla del patio le impedía ir más allá–. ¿Qué pasa? No voy a morderla.
Ella miró hacia abajo, preguntándose por qué el talón que Wade estaba tocando parecía quemarla.
–No es eso lo que dicen por ahí.
No había querido decir eso y estaba a punto de disculparse, pero Wade soltó una carcajada. El rico sonido la envolvió, haciendo que se alegrara de haber causado aquella reacción, aunque hubiera sido accidental.
–Ah, ya veo que mi reputación me precede.
No parecía enfadado, todo lo contrario. Quizá estaba acostumbrado a esos comentarios.
–Perdone, yo…
–Deje que la tranquilice –la interrumpió Wade, mirándola a los ojos con tal intensidad que Geneva no habría podido apartar la mirada aunque hubiera querido–. Usted no es mi tipo.
A Geneva le molestó aquello, aunque debería haberse sentido aliviada. No tenía por qué no ser el tipo de Wade Matteo. Ella era razonablemente atractiva, estaba en buena forma, era inteligente y, además, se le daban bien las tareas domésticas. Y, aunque su ex marido había intentado hacerla creer lo contrario, era una persona con la que resultaba fácil llevarse bien.
–Ya.
Wade levantó una ceja.
–¿Qué quiere decir con eso?
–Nada –contestó ella, levantando la barbilla–. Su vida personal no es asunto mío y me da igual el tipo de mujer que le guste, siempre que sea discreto –añadió, acariciando el pelo de su hijo–. No me haría gracia que… alguien empezara a preguntar sobre si