Una vida a tu lado
By Susan Meier
4/5
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About this ebook
Tory Bingham estaba encantada de que Chance Montgomery la hubiera contratado como niñera para cuidar de sus adorables mellizos. Pero, aunque cambiar pañales y despertar a medianoche no era ningún problema, nada la había preparado para estar cerca del guapísimo padre de los niños.
Cinco años antes, los sueños de Tory le fueron robados después de un terrible accidente, pero a medida que empezaba a formar parte de la familia de Chance debía enfrentarse a una difícil decisión: ¿se atrevería a olvidar el pasado y a buscar la felicidad de nuevo?
Susan Meier
Susan Meier spent most of her twenties thinking she was a job-hopper – until she began to write and realised everything that had come before was only research! One of eleven children, with twenty-four nieces and nephews and three kids of her own, Susan lives in Western Pennsylvania with her wonderful husband, Mike, her children, and two over-fed, well-cuddled cats, Sophie and Fluffy. You can visit Susan’s website at www.susanmeier.com
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Book preview
Una vida a tu lado - Susan Meier
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Linda Susan Meier. Todos los derechos reservados.
UNA VIDA A TU LADO, N.º 2497 - Enero 2013
Título original: Nanny for the Millionaire’s Twins
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2616-8
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo 1
CHANCE Montgomery detuvo el monovolumen frente a la verja de hierro que protegía la finca de su madre y marcó el código de seguridad que Gwen le había dado por teléfono. Cuando la verja se abrió, subió por el camino, sorprendido al ver que nada había cambiado.
Las hojas de los altos árboles que llevaban a la mansión se habían vuelto rojas, amarillas y naranjas, como ocurría cada mes de octubre en Pine Ward, Pensilvania. La mansión de piedra oscura, el hogar de su infancia, tenía el mismo aspecto que el día que cumplió dieciocho años, cuando se marchó de allí.
Se había ido porque su vida era una sucesión de días, meses y años unidos por traiciones y mentiras. Irónicamente, volvía por la misma razón.
La mujer a la que creía el amor de su vida lo había abandonado al saber que estaba embarazada. Nunca lo había amado, solo lo había utilizado para llegar donde quería. Nueve meses más tarde había aparecido en su casa con los niños diciendo que no podía más, que quería hacer su vida libre de ataduras.
Resultaba curioso que hubiera tenido que recuperar a sus hijos para reforzar la valiosa lección que había aprendido cuando descubrió que su padre adoptivo era en realidad su padre biológico: no se podía confiar en la gente porque la mayoría miraban solo por ellos mismos.
Debería haber recordado eso cuando Liliah le dijo que solo había tenido una relación con él porque lo necesitaba para avanzar en su carrera. Pero no, había tenido la esperanza de que pudiera querer a sus hijos aunque no lo quisiera a él...
Era un idiota.
Detuvo el coche frente al garaje y quitó la llave del contacto. Su madre, que estaba esperando en la puerta, corrió hacia él.
–¡Chance, cariño!
Con el pelo blanco, corto y elegantemente peinado, un pantalón y un jersey negro de cuello alto con un collar de perlas parecía la señora de clase alta que era.
Gwen lo abrazó como solo podía hacerlo una madre y cuando se apartó sus ojos estaban llenos de lágrimas.
–Me alegro mucho de que hayas vuelto a casa.
Chance se aclaró la garganta. Le gustaría poder decir lo mismo, pero la verdad era que no se alegraba de estar allí. No se alegraba de no poder con los mellizos él solo y no se alegraba de que la madre de los niños hubiera desaparecido. No se alegraba de que todas las personas de su vida le hubieran hecho daño, engañado o mentido.
Salvo Gwen Montgomery, la devota esposa a la que su padre había engañado para que lo adoptase. Una mujer que incluso después de descubrir que era hijo ilegítimo de su marido no había dejado de quererlo.
–Me alegro de estar en casa.
Era mentira, ¿pero cómo iba a decirle la verdad? ¿Cómo iba a decirle que aquella casa le recordaba a un padre en el que nunca había podido confiar y que su vida era un asco?
No, no podía.
–¡Deja que los vea! –exclamó su madre.
Chance estaba abriendo la puerta del coche cuando una pelirroja salió de la mansión. Y estaría mintiendo si dijera que no se había fijado en lo guapa que era: enormes ojos castaños, nariz respingona y labios generosos. Pero llevaba una sencilla blusa blanca, un pantalón gris y unos horribles zapatos negros.
–Te presento a Victoria Bingham, aunque le gusta que la llamen Tory. La he contratado como niñera.
En circunstancias normales, Chance hubiera estrechado la mano que la joven le ofrecía, pero en lugar de hacerlo se volvió hacia su madre.
–Te dije que quería criar a mis hijos yo solo, mamá. He venido a pedirte ayuda a ti, no a una extraña.
Gwen irguió la cabeza como si la hubiese herido mortalmente.
–Por supuesto que voy a ayudarte, pero también necesitarás una niñera que se encargue de cambiar los pañales...
–Yo sé cambiar pañales –la interrumpió él–. He cambiado docenas de ellos en las últimas dos semanas. Estos niños han sido abandonados por su madre, pero no voy a abandonarlos yo también.
Su madre puso una mano en su mejilla.
–Cariño, tú tuviste una niñera hasta los cuatro años y no pensarás que te quería menos por eso, ¿verdad?
Él negó con la cabeza.
Gwen le había demostrado su cariño cuando aceptó la infidelidad de su marido mucho mejor que el propio Chance.
–Así que ya ves, una niñera es justo lo que necesitamos.
–Sí, bueno... –Chance abrió la puerta del coche y el pequeño Sam lanzó un grito de indignación por estar confinado en el asiento de seguridad mientras Cindy reía alegremente, como solía hacer.
–¡Son preciosos! –exclamó su madre.
Eran preciosos, sí.
A un lado, Tory Bingham miró a los dos niños, rubios y de ojos azules. Eran preciosos, pero ella no había querido aquel trabajo.
Después de cinco años de operaciones y rehabilitación para reparar su pierna izquierda, que había quedado destrozada en un accidente de motocicleta, por fin podía caminar con la ayuda de unos zapatos ortopédicos. Su prometido no había tenido tanta suerte en el accidente, pero sus padres querían que buscase un trabajo, que siguiera adelante con su vida mientras Jason estaba en coma...
Seguramente era lo más sensato. Al fin y al cabo, tenía veinticinco años y debía ganar dinero de algún modo. Sus padres eran amigos de los Montgomery, pero no eran ricos, de modo que no había tenido más remedio que aceptar el trabajo que Gwen le ofrecía.
Pero el hijo pródigo no la aceptaba. Pues muy bien, encontraría trabajo en otro sitio.
Sin embargo...
Sus hijos eran adorables. Aquellos dos angelitos sentados en sus sillas de seguridad con estampado de ositos hicieron que le diese un vuelco el corazón.
Chance metió la cabeza en el interior del coche.
–Espera, voy a sacarlos.
–Espera, voy a ayudarte –Gwen dio la vuelta al monovolumen, al que iba sujeto un remolque con una brillante motocicleta negra–. Tú encárgate de Sam, yo me encargo de Cindy.
–Muy bien.
–Tory, ¿puedes ayudarme? No puedo desabrochar el cinturón...
–Sí, enseguida.
Tory dio un rodeo para no rozar la enorme motocicleta. Recordaba el accidente muchas noches; un accidente que había destrozado su pierna y había estado a punto de matar al hombre del que estaba enamorada.
Tory metió la cabeza en el interior del coche y se encontró con la carita más adorable que había visto nunca.
–Hola, preciosa –la saludó, desabrochando el cinturón para sacarla del asiento.
La niña tocó su cara, riendo, pero Gwen estaba deseando tenerla en brazos, de modo que se la pasó a toda prisa.
–Encantada de conocerte, cariño. Soy tu abuela.
Tory enarcó una ceja. ¿Gwen no conocía a sus nietos?
Sabía que Chance llevaba mucho tiempo sin ir por allí, pero pensaba que se habían reconciliado.
–Creo que hay que cambiarle el pañal a Sam –dijo Chance, haciendo una mueca.
–Vamos a casa.
–Sería mejor llevarlos directamente a la casa de invitados. Ha sido un viaje largo y después de cambiarlos debería darles el biberón.
Gwen sonrió, claramente feliz de tener de vuelta a su hijo.
–Muy bien. Tory y yo iremos contigo.
Chance miró a Tory y ella le devolvió la mirada. Ya se había fijado en lo alto que era, en su pelo negro y sus ojos azules. Había visto que la camisa de franela le quedaba de maravilla, igual que los pantalones vaqueros, pero mientras sostenía su mirada vio algo más: esos preciosos ojos de color zafiro tenían un brillo de desconfianza.
Perfecto, pensó. Iba a tener que soportar a un padre desconfiado.
Bueno, pues no iba a suplicar ni a defenderse a sí misma. No quería trabajar para un gruñón, especialmente para un gruñón al que no conocía de nada. Las niñeras vivían con las familias que las empleaban y si seguía allí tendría que estar con Chance Montgomery las veinticuatro horas del día.
–Piénsalo, Chance –insistió Gwen–. Con una niñera, no tendrás que levantarte de madrugada y, aunque así fuera, solo tendrías que atender a uno de los niños.
Él se pasó una mano por la nunca, como si no tuviera energía para refutar ese argumento.
–Muy bien, de acuerdo. Podéis venir las dos.
Después de volver a colocar a Cindy en el asiento de seguridad, Tory se sentó entre los dos niños y Gwen en el asiento delantero.
Mientras recorrían el camino, por el bosque que rodeaba la mansión, Tory empezó a pensar que aquel arreglo iba a ser demasiado... doméstico. El bosque era tan espeso que las ramas de los árboles apenas dejaban pasar la luz y estaría sola con Chance.
Tal vez debería hacerle caso a su instinto. Tal vez debería haberle dicho a su madre que no quería ese trabajo. Deseaba estar con Jason, cuidando de él y haciéndole compañía, no atrapada