Las cinco semillas de naranja/The five orange pips
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A young Sussex gentleman named John Openshaw has a strange story: in 1869 his uncle Elias Openshaw had suddenly come back to England to settle on an estate at Horsham, West Sussex after living for years in the United States as a planter in Florida and serving as a Colonel in the Confederate Army.
Not being married, Elias had allowed his nephew to stay at his estate. Strange incidents have occurred; one is that although John could go anywhere in the house he could never enter a locked room containing his uncle's trunks. Another peculiarity was that in March 1883 a letter postmarked Pondicherry, in India, arrived for the Colonel inscribed only "K.K.K." with five orange pips enclosed.
More strange things happened: Papers from the locked room were burnt and a will was drawn up leaving the estate to John Openshaw. The Colonel's behaviour became bizarre. He would either lock himself in his room and drink or he would go shouting forth in a drunken sally with a pistol in his hand. On 2 May 1883 he was found dead in a garden pool.
Sir Arthur Conan Doyle
Arthur Conan Doyle (1859–1930) practiced medicine in the resort town of Southsea, England, and wrote stories while waiting for his patients to arrive. In 1886, he created two of the greatest fictional characters of all time: the detective Sherlock Holmes and his partner, Dr. Watson. Over the course of four novels and fifty-six short stories, Conan Doyle set a standard for crime fiction that has yet to be surpassed.
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Great story, read it as a kid.
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Las cinco semillas de naranja/The five orange pips - Sir Arthur Conan Doyle
Colección Biblioteca Clásicos bilingüe
Las cinco semillas de naranja/The five orange pips
©Ediciones⁷⁴,
www.ediciones74.wordpress.com
ediciones74@gmail.com
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Valencia, España
Diseño cubierta y maquetación: Rubén Fresneda
Imprime: CreateSpace Independent Publishing
ISBN: 978-1502504296
1ª edición en Ediciones⁷⁴, septiembre de 2014
Título original de la obra: The Five Orange Pips
Obra escrita en 1891 por Arthur Conan Doyle
Traducida al castellano en por Vicente García Aranda.
Vicente García Aranda (1825 Alicante-1902 Valencia)
Esta obra ha sido obtenida de www.wikisource.org
Esta obra se encuentra bajo dominio público
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de su titular, salvo excepción prevista por la ley.
Arthur Conan Doyle
Las cinco
semillas de
naranja
Las aventuras de Sherlock Holmes
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Arthur Conan Doyle
Las cinco semillas de naranja
Cuando repaso mis notas y apuntes de los casos de Sherlock Holmes entre los años 1882 y 1890, son tan-tos los que presentan aspectos extraños e interesantes que no resulta fácil decidir cuáles escoger y cuáles descartar. No obstante, algunos de ellos ya han recibido publicidad en la prensa y otros no ofrecían campo para las peculiares fa-cultades que mi amigo poseía en tan alto grado, y que estos escritos tienen por objeto ilustrar. Hay también algunos que escaparon a su capacidad analítica y que, como narraciones, serían principios sin final; y otros sólo quedaron resueltos en parte, y su explicación se basa más en conjeturas y supo-siciones que en la evidencia lógica absoluta a la que era tan aficionado. Sin embargo, hay uno de estos últimos tan nota-ble en sus detalles y tan sorprendente en sus resultados que me siento tentado de hacer una breve exposición del mismo, a pesar de que algunos de sus detalles nunca han estado muy claros y, probablemente, nunca lo estarán.
El año 87 nos proporcionó una larga serie de casos de ma-yor o menor interés, de los cuales conservo notas. Entre los archivados en estos doce meses, he encontrado una cró-nica de la aventura de la Sala Paradol, de la Sociedad de Men-digos Aficionados, que mantenía un club de lujo en la bó-veda subterránea de un almacén de muebles; los hechos relacionados con la desaparición del velero británico Sophy Anderson; la curiosa aventura de la familia Grice Patersons en la isla de Uffa; y, por último, el caso del envenenamiento de Camberwell. Como se recordará, en este último caso Sher-lock Holmes consiguió, dando toda la cuerda al reloj del muerto, demostrar que le habían dado cuerda dos horas antes y que, por lo tanto, el difunto se había ido a la cama durante ese intervalo... una deducción que resultó fundamental para resolver el caso. Es posible que en el futuro acabe de dar forma a todos estos, pero ninguno de ellos presenta características tan sorprendentes como el extraño encadenamiento de cir-cunstancias que me propongo describir a continuación.
Nos encontrábamos en los últimos días de septiembre, y las tormentas equinocciales se nos habían echado encima con excepcional violencia. Durante todo el día, el viento había aullado y la lluvia había azotado las ventanas, de manera que hasta en el corazón del inmenso y artificial Londres nos veíamos obligados a elevar nuestros pensamientos, desvián-dolos por un instante de las rutinas de la vida, y aceptar la presencia de las grandes fuerzas elementales que rugen al género humano por entre los barrotes de su civilización, co-mo fieras enjauladas. Según avanzaba la tarde, la tormenta se iba haciendo más ruidosa, y el viento aullaba y gemía en la chimenea como un niño. Sherlock Holmes estaba sentado melancólicamente a un lado de la chimenea, repasando sus archivos criminales, mientras yo me sentaba al otro lado, en-frascado en uno de los hermosos relatos marineros de Clark Russell, hasta que el fragor de la tormenta de fuera pareció fundirse con el texto, y el salpicar de la lluvia se transformó en el batir de las olas. Mi esposa había ido a visitar a una tía suya, y yo volvía a hospedarme durante unos días en mis an-tiguos aposentos de Baker Street.
––Caramba ––dije, levantando la mirada hacia mi com-pañero––. ¿Eso ha sido el timbre de la puerta? ¿Quién podrá venir a estas horas? ¿Algún amigo suyo?
––Exceptuándole a usted, no tengo ninguno ––respondió––. No soy aficionado a recibir visitas.
––¿Un cliente, entonces?
––Si lo es, se trata de un caso grave. Nadie saldría en un día como éste y a estas horas por algo sin importancia. Pero me parece más probable que se trate de una amiga de la casera.
Sin embargo, Sherlock