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El arte de escribir
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El arte de escribir

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El arte de escribir no es un manual de talleres literarios, ni ofrece reglas forzosas, sino principios que han funcionado en la historia literaria. Es todo un tratado práctico con reflexiones profundas sobre la creación de ficción. Reflexiones articuladas en la experiencia de un lector agudo, de mirada cáustica y palabra sencilla.
Como hoy en día crean revuelo los textos de Bloom o Todorov sobre la crítica literaria, la obra de Antoine Albalat, se levanta como el primer gran valladar contra el academicismo excesivo, no sólo en los textos críticos, sino también de la literatura de ficción.
El éxito de Albalat con su obra crítica fue enorme. Sus textos eran una y otra vez reeditados gracias al reclamo de gran parte del público lector y pueden considerarse como un único e inevitable volumen sobre aprendizaje de la escritura.

LanguageEspañol
Release dateMay 14, 2015
ISBN9788415622383
El arte de escribir
Author

Antoine Albalat

(Francia, 1856-1935)Novelista, ensayista, y especialista en literatura francesa.Colaboró en numerosas revistas en Brignoles, su ciudad natal hasta que se mudó a París en 1897, donde formalizó el grueso de su obra literaria.Publicó relatos cortos, libros de poemas y varias novelas como, Un Adultère, La Faute d’une mère, o L’impossible pardon.Tiene una amplia obra crítica sobre autores como Gustave Flaubert, Alphonse Daudet o Nicolas Boileau.Marcó un hito en la literatura, al ser el primero en tratar el aprendizaje de la escritura de ficción con una perspectiva moderna, con obras como L’Art d’écrire enseigné en vingt leçons, La Formation du style par l’assimilation des auteurs y Comment on devient écrivain, que lo acercan a lo que hoy se conoce como Escritura creativa.

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    Excelente para aquellos que quieren entender lo que es el estilo literario, ya sea porque son críticos de obras o escritores.

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El arte de escribir - Antoine Albalat

Portada

Título

Créditos

UNA INTROMISIÓN INELUDIBLE. (Prólogo del traductor)

EL OBJETIVO DE ESTE LIBRO (Prólogo del autor)

PRIMERA LECCIÓN. El Don de escribir

SEGUNDA LECCIÓN. Los manuales de literatura

TERCERA LECCIÓN. De la lectura

CUARTA LECCIÓN. Del estilo

QUINTA LECCIÓN. La originalidad del estilo

SEXTA LECCIÓN. La concisión del estilo

SÉPTIMA LECCIÓN. La armonía del estilo

OCTAVA LECCIÓN. La armonía de las frases

NOVENA LECCIÓN. La invención

DÉCIMA LECCIÓN. La disposición

UNDÉCIMA LECCIÓN. La elocución

DUODÉCIMA LECCIÓN. Procedimiento de las refundiciones

DÉCIMOTERCERA LECCIÓN. De la narración

DECIMOCUARTA LECCIÓN. De la descripción

DECIMOQUINTA LECCIÓN. La observación directa

DECIMOSEXTA LECCIÓN. La observación indirecta

DECIMOSÉPTIMA LECCIÓN. Las imágenes

DECIMOCTAVA LECCIÓN. La creación de imágenes

DECIMONOVENA LECCIÓN. El diálogo

VIGÉSIMA LECCIÓN. Del estilo epistolar

Autor

ANTOINE ALBALAT

EL ARTE DE ESCRIBIR

Traducción por H. G. QUINTANA

Título original: L'art d'écrire enseigné en vingt leçons

©Traducción: H. G. Quintana

© De esta edición, El Barco Ebrio, 2014

www.elbarcoebrio.com

Diseño de la colección: Yenia María

Maquetación y corrección: El Barco Ebrio

No se permite la reproducción, almacenamiento o transmisión total o parcial de este libro

sin la autorización previa y por escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

UNA INTROMISIÓN INELUDIBLE

Prólogo del traductor

Perdonen la intromisión.

Cuando leí a Antoine Albalat pensé en los lectores de habla hispana que no tenían acceso a su sabiduría y tuve cierta impotencia. No podía ser que la mayoría no conocieran una obra imprescindible en aquellos que emprenden el camino del aprendizaje de la escritura de ficción.

Ha existido en nuestra lengua, un acercamiento inicial por editorial Atlántida, en 1949, y repetido por Ediciones UJED en 2006, pero parciales, y no reactualizados. Lleno de dudas, me puse manos a la obra en la labor de interpretar al escritor y crítico francés, porque nada debería detener el crecimiento de la razón.

Confieso. Es la primera vez que andar sobre los pasos de otro me ha sido tan grato. Este empeño me ha obligado a repensar mi acercamiento a la lectura, porque no existe lectura más atenta que la que se hace para la traducción. En especial, porque no soy traductor de profesión, es decir, nunca he ido a academia o universidad alguna con el objetivo concreto de aprender la ciencia de interpretar las ideas que alguien ha colocado por escrito en un idioma para intentar llevarlo a otro. Pero tuve –y tengo– argumentos para atreverme.

El primero: odio las barreras. Cada vez que he arrancado algún proyecto detesto encontrar obstáculos que lo impiden, y hago todo lo descrito y lo desconocido para derribarlos.

El segundo: amo la literatura, amo el sonido que producen la alianza intuitiva de las palabras, esa que crea un mundo conjeturado para producir una emoción. Y esa emoción debería ser universal.

El tercero: soy enamorado de los idiomas, de todos en general, aunque muy especial de cuatro de ellos; porque gran parte de las sapiencias a las que quiero acceder aún pasan por hablar sin intermediarios con Cervantes, Shakespeare, Goethe o Molière.

A Cervantes, gracias a mi padre –por su carácter práctico– y mi madre –por su rico imaginario– no le temo. A Goethe le debo una visita consciente, pero Shakespeare y Molière son parte de la familia.

Por eso me atrevo a ofrecer este regalo. Porque toda traducción, dice Lori Saint-Martin, es un regalo; subjetivo, personal, pero regalo al fin.

Con esa máxima por blasón, dejo este obsequio con unas mínimas notas para hacerlo más comprensible, si bien a Albalat, en el lenguaje de las emociones no se le puede traducir, porque le viene de origen.

No debe sorprenderse el lector que conoce la obra francesa del título de esta versión española, donde evitamos el subtítulo que se usó en la primera edición. Nos ajustamos al que utilizó la editorial Armand Colin en su edición de 1992, que hizo justicia al que, según señala André Billy en su libro Le Pont des Saints-Pères, fue el que siempre quiso usar Antoine Albalat, quien había cedido a la imposición del editor en 1899.

Para facilitar la labor del lector hispanohablante, por cada autor que se cita en este libro, intenté encontrar referencias en obras ya traducidas y publicadas en español. Donde no fue posible, ofrezco mi versión de un fragmento, no de toda una obra. Espero sean comprensivos.

De la misma manera, hay autores que cita Albalat, que luego no han tenido trascendencia en otras áreas idiomáticas, tampoco en español. Muchos son apenas conocidos por el lector actual o de otras lenguas ajenas a las de Flaubert. En esa misma labor de facilitar el conocimiento incluí pequeñas notas bio-bibliográficas donde me pareció oportuno. Apelo a la comprensión del lector si lo considera excesivo.

Otro intento fue adecuar algunas frases y giros a la actualidad. El lenguaje usado por Albalat es moderno en tanto es espontáneo y natural, y la sencillez es, (¿quién lo duda?) universal. Pero no tenía a fines del XIX herramientas en el uso del oficio de escribir que hoy en día son cotidianas, y menos aún toda una disciplina como la Escritura creativa, orientada a revelar lo que él empezaba. No podía prever Albalat que la epístola, en la era de las redes sociales, tiene un valor diferente, o que a la cera de España hoy se le llamaría simplemente lacre.

Ha sido un reto seguir su estilo orientado a un público general, aunque altamente literario y exquisito en esa alianza de palabras, para adecuarlo al lector de hoy. En esto respeté los objetivos iniciales que se propuso Albalat en la salida de esta obra en 1899.

Siguiendo este criterio, no mantuve todas las cursivas que en el original remitían a referencias que Albalat intentaba remarcar en el contexto de finales del siglo XIX y principios del XX, y que, si bien no han perdido valor, tampoco aportan información relevante hoy en día más que a historiadores de la literatura o muy conocedores de la época. He mantenido, pues, aquellas que subrayan enunciados de contenido.

Y aquí termina esta intromisión necesaria que queda casi como pretexto. Que hable Antoine Albalat, cuya obra espero logre ser mejor conocida en el mundo hispano. De verdad que lo merece.

EL OBJETIVO DE ESTE LIBRO

Prólogo del autor

He leído casi todos los manuales y todos los cursos de literatura. Son buenas guías; pero ninguno enseña técnicas y prácticas sobre el arte de escribir.

No he encontrado en obra alguna la exposición de los procedimientos del estilo, la deconstrucción del oficio de escribir, el análisis intrínseco y detallado de la ciencia de las frases. Los libros de teoría hacen admirar el edificio, pero no enseñan a construir.

Bajo el título de El arte de escribir, el filósofo Condillac ha publicado una obra curiosa, pero que no es más que una tentativa de desarticulación gramatical, en la que estudia los recursos de la lengua sin examinar la producción literaria.

Existe, con el mismo título, un libro de Antonio Rondelet, doctor en letras, que no es más que una serie de reflexiones sobre las diversas operaciones de la mente, un conjunto de consejos generales sobre la manera en que es necesario prepararse para el arte de escribir.

Sólo menciono para recordarlo, el libro de Eugenio Mouton, que trata de la impresión y corrección de un libro.

A continuación, están los manuales.

La exposición del estilo no ha sido propuesta por ninguno. Es una laguna que he intentado rellenar.

Creo que se puede enseñar a buscar el talento, a encontrar imágenes y frases adecuadas.

Creo que cualquiera, con una capacidad mediana, puede llegar a crearse un estilo.

Demostrar en qué consiste el arte de escribir; descomponer los procedimientos del estilo; exponer técnicamente el arte de la composición; ofrecer los medios de incrementar y extender las facultades personales; es decir, doblar y triplicar el talento propio; en una palabra: enseñar a escribir a quienes no saben, pero que tienen lo necesario para intentarlo. He ahí el objetivo de este libro.

Los jóvenes, los principiantes, los estudiantes, todos, los amantes de la literatura y que posean el gusto por el estilo; en una palabra, enseñar a escribir a quien no sabe escribir, pero tiene lo necesario para saber escribir.

No encontrará en estas páginas algo que remita a la antigua usanza. He roto con los prejuicios de la doctrina, las apreciaciones tímidas y los métodos consagrados. No se debe buscar aquí las clasificaciones arcaicas, las divisiones arbitrarias ni los ejemplos anticuados.

El enunciado del Índice indica el plan y el objetivo de esta obra, que podría titularse: La exposición del arte de escribir, según la visión de los creadores. Aquí se entra en el oficio y no se sale de él. Todo el provecho de un curso de literatura debe consistir en el estudio del oficio y los procedimientos, dos cosas en las que no se profundiza lo necesario.

Para terminar, advierto al lector que no existe en la exposición de este trabajo ni en el proceso de construcción de mis frases alguna pretensión estilística. He tratado de escribir sencilla y llanamente una obra que no es más que un intento de exposición, reservando mi esfuerzo más creativo para obras de ficción pura o de crítica propiamente dicha.

Antoine Albalat

París, 15 de enero de 1899

PRIMERA LECCIÓN

El Don de escribir

¿Todos pueden escribir? – ¿Se puede enseñar a escribir? – Cómo se llega a ser escritor. – Primeras condiciones para escribir.

Ante todo, se presenta una duda: ¿Se debe escribir? ¿Esa tendencia a emborronar papel no es hacer un flaco favor? ¿No hay suficientes escritores? ¿Es necesario alentar aún más a los malos? Estamos inundados de libros; ¿qué será de la literatura cuando todo el mundo se dedique a ella? Enseñar a escribir, ¿no es impulsar a la gente a publicar tonterías? ¿No es rebajar el arte, colocarlo al nivel de cualquiera, y no se le empequeñecerá al hacerlo más accesible?

Yo mismo he protestado en un libro especial contra ese mal de escribir que nos invade y que ha terminado por desalentar al público lector. Es evidente, hay un peligro en ello; pero el abuso de algo no prueba que sea malo. No se puede considerar que todo el mundo se convertirá en escritor porque sepa escribir mejor. Todos hablamos, pero no todo el mundo es orador. La pintura se ha popularizado, pero no cualquiera es pintor, ni todos los músicos componen óperas. Es excelente enseñar a escribir; tanto peor para los que echen a perder el oficio.

Además, aquellos que quieran seguir los consejos que se ofrecen en este libro tendrán que esmerarse en escribir bien, y los que se esmeren se verán obligados a escribir poco. Estamos, pues, resguardados de todo reproche.

Por otra parte, se puede escribir no solamente para el público lector, sino para uno mismo, por satisfacción personal. Aprender a escribir bien es, también, aprender a juzgar a los buenos escritores. Habrá, por lo tanto, más que nada, un mejor aprovechamiento de la lectura. La literatura es un placer, como la pintura, el dibujo y la música; una distracción noble y legítima, una forma de embellecer las horas de la vida y los aburrimientos de la soledad.

Otra objeción. Se dirá: sus consejos serán útiles para las personas que tienen imaginación, dado que la imaginación es la facultad rectora; pero ¿creará usted imaginación en quienes no la tienen?, y ¿cómo tendrán estilo?

La respuesta es fácil. Los que no tienen imaginación sobrevivirán sin ella. Hay un estilo de ideas, un estilo abstracto, un estilo seco, formado de neta solidez y puro pensamiento, que es admirable. Se trata de escoger los temas, eso es todo. Si Pascal no hubiera escrito más que Las cartas provinciales seguiría siendo un gran escritor. El Emilio, de Rosseau, es una obra maestra del lenguaje literario. La Bruyère y, sobre todo, Montesquieu son en este género, modelos inmortales.

Cada uno puede escribir dentro de la medida de sus facultades personales; uno puede acometer discusiones abstractas; otro describir la naturaleza, abordar la novela, situaciones dialogadas.

Si no ve claramente sus aptitudes, si le preocupa su elocución consultará a amigos competentes y, por último, este libro, que ha sido escrito para ayudarlo, formarlo y revelarle su propio interior.

Si es usted capaz de redactar una carta, es decir, de relatar algo a un amigo, debe usted ser capaz de escribir, porque una página redactada es un relato público.

Quien puede escribir una página, puede escribir diez, y quien sabe hacer un relato debe saber hacer un libro, porque una serie de capítulos no es más que una serie de relatos.

Por lo tanto, toda persona con un talento mediano y algunas lecturas puede escribir, si quiere, si sabe aplicarse, si le interesa el arte, si tiene el deseo de expresar lo que ve y de describir lo que siente.

La literatura no es una ciencia inabordable reservada a unos pocos iniciados ni exige estudios preparatorios. Es una vocación que cada uno lleva en sí y que desarrolla más o menos, según las exigencias de la vida y las ocasiones favorables. Muchas personas escriben; y muchas podrían escribir bien, que no escriben ni piensan en ello.

Personas ordinarias, mayordomos como Gourville, camareras como la señora de Hausset, Julián, el criado de Chateaubriand, viejos soldados, Marbot, Bernal Díaz, nos han dejado relatos vivos e interesantes.

El don de escribir, es decir, la facilidad de expresar lo que se siente es una facultad tan natural en el hombre como el don de hablar.

En principio, todo el mundo puede contar lo que ha visto. ¿Por qué no ha de poder cada uno escribirlo? La escritura no es más que la transcripción de la palabra hablada, y por ello se dice que el estilo es el hombre. El estilo mejor escrito es, con frecuencia, el estilo que mejor se podría contar oralmente. Así lo entendía Montaigne.

¿No se ha sentido alguna vez maravillado por la facilidad con que los campesinos exponen sus relatos cuando utilizan la lengua materna? La gente del pueblo, para contar las cosas que ha vivido, tiene hallazgos oportunos de palabras, expresiones originales y una creación de imágenes que asombra a los profesionales. Una mujer de corazón, cualquiera que sea, que escriba a alguien la muerte de una persona querida, hará un relato admirable que ningún escritor podría superar, ya fueran Chateaubriand o Shakespeare. Alfonso Daudet y Goncourt han buscado a su alrededor y en todas partes ese sentido de la verdad inimitable. Goncourt copiaba servilmente los diálogos que oía. Las más bellas frases de Manon Lescaut ya han sido seguramente pronunciadas. Yo he escuchado a un campesino comparar un trueno al ruido que hace un pedazo de tela que se rasga. Las antiguas canciones populares, de las cuales Georges Doncieux¹, nos prepara una erudita reconstrucción y una edición definitiva, son la obra anónima de poetas oscuros.

Si todo el mundo puede escribir, pues con más razón podrán hacerlo las personas medianamente cultivadas, los jóvenes que han leído y que aman el estilo, las jóvenes que crean elegantes versos o anotan sus pensamientos en un diario íntimo. Hay toda clase de personas que, dirigidas y aconsejadas, podrían formar y desarrollar sus aptitudes hasta llegar a tener talento. Muchos ignoran sus propias fuerzas porque nunca las han empleado y ni siquiera sospechan que podrían escribir. Otras, mal aconsejadas o disuadidas de su vocación, se desalientan en su mediocridad, por no tener un guía que las perfeccione. He conocido a tres mujeres que nunca habían escrito una línea y que sonreían de impotencia cuando les aconsejé que escribieran. Se creían incapaces de tener talento. Se decidieron a empezar un diario según preceptos y fórmulas técnicas, y hoy hacen valiosas descripciones, llamativas, muy apreciables y que se empeñan en mantener inéditas por exceso de modestia.

Tres cuartas partes de las personas escriben mal porque no se les ha enseñado el funcionamiento del estilo, la anatomía de la escritura, cómo se encuentra una imagen, cómo se construye una frase. Siempre me ha sorprendido la cantidad de personas que podrían escribir y que no escriben o escriben mal, por falta de alguien que los libere de las mantillas que las tiene aprisionadas.

He visto inexpertos en estilo diseminar oro y perlas por el suelo, plantas vivaces entre la mala hierba. Hacer resaltar el filón, sacar el diamante, escardar el campo; no es nada, y es todo.

Cuando se rehacen sus frases, cuando se impulsan sus imágenes, cuando se pule su estilo, cuando se determinan sus palabras, quedan boquiabiertos: Nadie nos ha dicho nunca eso, y se maravillan de la verdad extraída, sólida, brillante, que está en ellos y que es sacado del crisol luego de esa operación.

La necesidad de un guía es absoluta para las naturalezas medias, porque aquí se trata, no de genios, no de futuros grandes hombres, a quienes no se enseña nada porque ellos prescinden de todo, sino de aquellos que tienen una vocación ordinaria y que pueden duplicar su talento con su propio esfuerzo y los consejos.

Moliére interrogaba a su sirvienta. Racine consultaba a Boileau. Flaubert escuchaba a Bouilhet. Chateaubriand se sometía a Fontanes.

Yo he querido ser un guía para los que no pueden tenerlo. Ahí están mis quince años de batalla con las palabras escribiendo novelas, relatos y artículos de crítica, creados y recreados con insistencia.

Mi experiencia personal seguramente vale poco. Me ha parecido, no obstante, que podría ser útil a los demás, y que sería de provecho publicar lo que he aprendido por mi cuenta. El resultado de esos años de trabajo y de lectura servirá ciertamente a los que empiezan en el arte de escribir, tanto a los que se preparan de forma profesional como a los que quieren disfrutar de él como aficionados.

¹ Se refiere Albalat a la obra Le romancéro populaire de la France: choix de chansons populaires françaises, aparecido en 1904 por la edición de la librería Émile Bouillon. (Nota del traductor)

SEGUNDA LECCIÓN

Los manuales de literatura

Los manuales de literatura. – Lo que deberían enseñar. – ¿Enseñan a escribir? – Las demostraciones técnicas. – ¿Hay un estilo único? – ¿Cómo podemos conocer nuestras propias aptitudes?

Los antiguos manuales de literatura perdían mucho tiempo en desarrollar las diferencias entre los distintos estilos, el estilo sencillo, el estilo figurativo, el estilo templado. Se pesaba y se discutía la fuerza de las expresiones, la calidad de las imágenes. Se enseñaba a distinguir el género épico del género dramático, lírico o didáctico. Se insistía sobre las características de la oda o la epopeya.

Todo eso no es de provecho alguno. No nos ocuparemos de ello.

Se insistía mucho, también, sobre el estudio de los modelos, diciendo: Fórmese usted estudiándolos. Trate de escribir tan bien como ellos.

Cierto, es magnífico estudiar las obras maestras; la admiración conduce a la imitación, y la imitación es un medio de asimilar las bellezas de los demás. Pero se señalaban demasiado las perfecciones y no lo suficiente los defectos. Como el lector tiene inclinación a escribir cosas mediocres hay que enseñarle también el ejemplo de las cosas mediocremente escritas para enseñarle a huir de ellas.

Es necesario mostrarle frases malas que pueden transformarse en buenas, y explicar por qué son malas, y cómo se las convierte en buenas. No podrá usted discernir qué es escribir bien hasta que se le haya expuesto qué es escribir mal.

En realidad, es capital desarticular el estilo y los procedimientos, ir al fondo, sacar músculo, descomponer la sensación y la imagen, enseñar cómo se construye un período; mostrar, sobre todo, los resultados que se pueden obtener por el esfuerzo, el trabajo y la voluntad.

Porque todo está ahí. No imaginan muchos el partido que se puede sacar de un trozo de prosa ordinaria, estimulando su ejecución, rehaciéndolo, perfeccionándolo. En eso consiste toda la ciencia de escribir y donde es necesaria la intervención de un guía ilustrado.

Es claramente difícil querer enseñar a escribir cuando el que lo intenta no es un escritor consagrado. Pero, si seguimos esa regla, pocos serían aptos para tamaña empresa. Se nos perdonará que lo intentemos, si tenemos en cuenta cuántas personas son profesores de estilo. ¡Cuántos manuales! ¡Cuántos consejos! ¡Cuántos cursos! ¡Cuántos volúmenes profesionales! Si se consulta los catálogos de las librerías clásicas. La mayoría de los autores que emprenden esas enseñanzas están lejos de ser escritores notables. Tienen solo lectura, erudición, claro juicio y buen gusto. Pues si eso basta para justificar su pretensión, no veo por qué habría de excluirme de publicar también un Manual práctico y técnico de literatura.

Muchas personas, ya lo sé, lo declaran un arte inaccesible e indemostrable. ¡Enseñar a escribir! ¡Qué broma! ¡No se puede enseñar a escribir! El estilo es un don. Se tiene o no se tiene. Cada uno lo ejerce como puede. Escribir es cuestión de inspiración. No puede enseñarse a tener inspiración. La creación de las palabras, el arte de saber expresar, son cualidades innatas. Los consejos pueden mantener el fuego sagrado, preparar cierta cultura de las cualidades personales, preparar hasta cierto punto el terreno productivo; pero nunca podrá enseñarse a descubrir bellos pensamientos o frases originales.

En eso hay una confusión. No se enseñará a nadie a ser un Bossuet o un Esquilo; pero en el arte de escribir hay una parte demostrable, algo de oficio de extremada importancia, una ciencia técnica, una especie de trabajo detallado y profundo que proporciona casi tantos recursos como la inspiración. Admiramos con frecuencia textos bellos que son consecuencia a combinaciones de palabras, a habilidades de estructura, así como a casualidades o impactos inesperados. Los resultados de una larga experiencia pueden, por tanto, armar un recorrido de lecciones provechosas. Hay cualidades adquiridas y cualidades por adquirir. Las que se pueden adquirir superan tal vez a las que ya se tienen. Por supuesto, una parte del arte de escribir no se puede enseñar; pero otra parte sí. Es por falta de trabajo por lo que tantas personas escriben mal.

El trabajo ayuda a la inspiración; es quien la hace fructificar; es por él que se puede duplicar las fuerzas propias. Si es verdad que el genio no es más que una larga paciencia, digamos bien alto que el arte de escribir puede enseñarse larga, paciente, victoriosamente. No se trata, bien entendido, de dar fórmulas seguras, reglas matemáticas, recetas infalibles para escamotear las dificultades y encontrar bellezas artificiales. Se trata de descomponer la forma, de analizar los giros y las expresiones, ofrecer a los lectores la verdadera puesta a punto del estilo, el recodo desde el que hay que verlo.

La

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