En busca de la riqueza: La caída de la felicidad
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Al ver a alguien buscando ganarse un peso, ¿te has preguntado si disfruta lo que hace o si anhela superarse?
La vida está compuesta de decisiones y los jóvenes están llenos de sueños por cumplir ¿Qué serías capaz de hacer por el tuyo?
En México, un chico deseoso de triunfo embarca un viaje extraño después de perder su principal motivación. Entre sus estudios, amor, balas, secuestros, limitaciones y enfermedad, el protagonista se dirige en un camino que desearía no haber conocido jamás.
Una historia que refleja la realidad de muchos mexicanos, así como la necesidad social que la mayoría de sus habitantes busca erradicar. En busca de la riqueza, la caída de la felicidad.
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- Rating: 5 out of 5 stars5/5Recomendable
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En busca de la riqueza - Jorge Luis Pereyra
En busca de la riqueza
Jorge Luis Pereyra
Smashwords Edition
Publicado: 2015
Categoría: Ficción
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Facebook: https://www.facebook.com/jorgellpereyra
Twitter: https://twitter.com/jlpereyra_
Un libro no puede cambiar situaciones,
pero puede cambiar mentes, y esas mentes pueden cambiar situaciones.
El autor
En memoria de mi gran amigo:
Roy Alcorta Garza
.....
.....
En busca de la riqueza: la caída de la felicidad
Al ver a alguien ganarse un peso, ¿te has preguntado si disfruta lo que hace o si anhela superarse?
En México, un chico deseoso de triunfo embarca un viaje extraño después de perder su principal motivación.
Entre sus estudios, amor, balas, secuestros, limitaciones y enfermedad, el protagonista se dirige en un camino que desearía no haber conocido jamás.
Una historia que refleja la realidad de muchos mexicanos, así como la necesidad social que la mayoría de sus habitantes busca erradicar.
En busca de la riqueza: la caída de la felicidad.
El siguiente libro
presenta un relato ficticio basado en historias reales recopiladas por el autor.
La realidad supera a la ficción.
Capítulo 1
Monterrey, México.
²⁰¹⁵.
Reconocer es necesario, hay cosas que no pueden cambiar, que siempre serán iguales al derecho o al revés, como la palabra misma con la que comencé mi pensamiento. Hay ricos y pobres, siempre será así. De momento, me toca estar con los segundos.
Dulces y amargos, son los sabores de la semana, sin embargo, amargos casi siempre para mí. Es una basura vivir en un mundo que no tiene nada más que sufrimiento. Nadie te entiende, ¿acaso debía de nacer? La verdad no lo creo, quizás no todos debimos hacerlo. Si así lo fuera seguramente tendría un carro del año y un montón de mujeres tras mis pasos, como las superestrellas de televisión o los chicos populares de la prepa.
Aquí se viene a luchar, incluso se lucha desde antes de nacer, es una locura anhelar vivir. Quizás ahora no tenga nada de lo que deseo pero mañana me levantaré con gusto porque lo habré logrado, eso lo tengo por seguro. No quiero seguir siendo el joven que camina para ir de visita al centro comercial o utiliza el transporte público para llegar a la escuela después de estar sentado diez minutos.
—¡Se te está haciendo tarde! —grita la voz ronca de mi padre.
—¡Ya voy, no encuentro mis zapatos!
Diariamente se pasea dentro de mi cabeza el examen de la universidad, estoy a punto de salir de la preparatoria y la presión cada vez aumenta más y más. Aunque soy uno de los mejores alumnos no he superado a uno de mis compañeros, por el momento ese es mi objetivo.
Basta con hacer a un lado todas esas ideas que estresan mi ser para poder hallar mi calzado, es tan sencillo pero a la vez tan difícil... ya los encontré.
—¡Ya me voy!
—¡Espero que alcances el camión! ¡Te veo en la tarde, hijo! —grita de nuevo papá.
Veo el camino y me desilusiono, el sol quema mi piel y la mochila que cargo en mi espalda raspa mis hombros, anhelo que valga la pena tener una buena educación. Sólo podré darme cuenta de ello cuando compita por mi trabajo, el capitalismo se ha convertido en una guerra, la época de crisis ha construido un monstruo invisible con cientos de brazos que arañan las monedas de la población.
En la parada hay más de cinco pasajeros esperando a que llegue el autobús. Yo inclino mi gorra para que no me de la luz en los ojos, me molesta demasiado.
Nadie habla, todos miran a su alrededor. Una señora agarra su cabello rizado una y otra vez, me desespera que lo haga, hasta pienso que lo presume a las demás.
El camión se ha retrasado, ya debería de estar aquí y mi clase desde hace quince minutos empezó.
A lo lejos viene un muchacho de camisa amarilla, le llega casi a las rodillas, parece que no quiere que lo vean, fue mala elección ponerse esa prenda.
—No hay paso, el autobús tardará unos veinte o treinta minutos más en llegar —explica a los que esperamos.
Tres patrullas se ven circular a un kilómetro, estoy entendiendo lo que ocurre.
El joven de amarrillo ha de ser un desempleado que desertó de la escuela por problemas familiares, es lo primero que viene a mi mente.
—¡Es un bloqueo, es un bloqueo! —grita una señora para que todos escuchen.
Enseguida comienzan a rodearme más personas, no vienen a pedirme un autógrafo, quieren mirar qué es lo que sucede; el típico ciudadano chismoso se hace presente en cada uno de ellos. Admito que también en mí pero mejor me retiro, me pueden aplastar.
Luego de alejarme me siento en una banca oxidada que está a diez pasos de mi espalda. Permanezco callado sin mirar el sitio de donde proviene el sonido de las sirenas.
Se escucha un eco distinto, intenso, se repite más de cuatro veces. De mi mochila saco un libro que me dio la abuela cuando vivía, es la primera vez que lo abro, y en él observo una frase que impacta mi interior —Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí aunque esté muerto, vivirá— y lo cierro enseguida.
—¡Están disparando! ¡Corran, corran! —grita la gente.
El muchacho de amarillo saca una escuadra de la bolsa trasera de su pantalón y se va corriendo al estacionamiento de un lujoso restaurante que se encuentra a cien metros de donde estoy.
Decenas de personas corren para socorrerse del impacto de las balas; entre los que buscan resguardarse están los vándalos que atravesaron el camión que me lleva a la escuela.
Todo parece correr en cámara lenta, yo sigo en el mismo lugar, veo cómo todos pasan frente a mí.
Una bala perfora la pierna de uno de los pistoleros, cae al piso y de inmediato una patrulla militar transita velozmente a un lado de él.
Sin fugarse mucho tiempo, los oficiales han llegado hasta donde se esconde quien nos informó del retraso del ómnibus. Imagino que alguien del local habló para que se acercaran allí; es imposible mirar a los clientes que comen adentro.
Dos soldados bajan de las camionetas apuntando sus armas, piden a la gente que se tire al piso, empujan bruscamente la puerta del acceso y después de pasar cerca de siete minutos se escucha una ráfaga que dura menos que un chasquido.
Las personas siguen gritando con desespero en las inmediaciones de donde estoy. Mientras tanto, yo no dejo de mirar lo que sucede, mi mente sigue paralizada observando las imágenes que se reproducen en un mundo que parece irreal, pero es normal.
—¡Quítense! ¡A un lado, estúpidos! — grita una voz afligida y sin energía.
Viene hacia mí, analizo su rostro sin poder mirar otro lugar, sigo viendo como se mueven despaciosamente las pantallas de lo que ocurre. Aprieto el libro y engarruño mis pies, presiento que algo malo está por suceder.
De segundo en segundo veo como cae el rostro del sujeto. Todo sonido se interrumpe en mis oídos pero mis pupilas pueden ver lo que pasa, hasta que por fin, ha llegado a tocar el pavimento con su mejilla.
El ruido ha regresado, escucho la forma en que murmuran alrededor del cuerpo del mancebo que está frente a mis pies.
Ya no tengo nada en mis manos, el libro está tirado y junto a él un trozo de papel que tiene algo escrito en tinta de color rojo.
Hijo, por favor, no lo hagas. No tienes que hacer esto por mí ni por nadie. La casa no puede ser recuperada, ya no es posible que la devuelvan, no te arriesgues, te lo ruego.
Mi piel se ha erizado, y no ha logrado componerse después de haber visto que está firmado por mamá, una verdadera mamá.
Ahora entiendo algo, los sentimientos pueden ocasionar que violemos las reglas, por eso existen tantos criminales.
Un pensamiento tan absurdo pero a la vez tan complejo me ha metido en un dilema. ¿Fue considerado un criminal aquel sirviente que se enamoró de la princesa? ¿Debió morir a causa de su amor? La respuesta llega sin escudriñar lo suficiente... es no. Pero lo que imagino no es lo mismo que pensó el hombre que llevó los botines del hijo del rey.
Reflexiono al ver su rostro, esa mirada caída me hace entristecer, una bala en su cráneo lo ha hecho partir.
Una ola de preguntas surge en mi mente otra vez, ¿quién tuvo la culpa de su muerte?, ¿dónde estuvo papá o mamá cuando fue niño?, ¿en qué falló la sociedad?
Intercepto a los oficiales con la mirada, han llegado rápidamente, hacen a la gente a los costados y le piden que se retire.
Me jalan de las axilas para quitarme de la escena. Me dejaron tirado en la banqueta, en segundos me he levantado para ir en busca del libro viejo que me regaló en el pasado la abuela.
Muevo los ojos de un lado a otro para inspeccionar el lugar donde quedó muerto el muchacho, pero aquel cuaderno ya no está, ha desaparecido.
Me he resignado a seguir buscando, me iré con la esperanza de encontrar algún día aquello que perdí.
Las personas se van haciendo menos, ya no hay tantos como al principio, he visto a la izquierda y me he topado con la figura del ómnibus que nos había dejado plantados, muchos han entrado en él, yo también lo haré.
Dentro del camión muchos están aterrorizados, pero también hay otros que parecen no haber sufrido espanto.
El México rojo se vive desde hace años. Nadie ha metido verdaderamente las manos al fuego, el que tiene poder es corrompido por quien lo rodea o busca seguir manteniendo abajo a los demás.
La frase del tío Ben es cierta, un gran poder conlleva una gran responsabilidad, sin embargo, quienes lo tienen no siempre abogan por la justicia y la libertad. Hay muchos líderes pero pocos corazones, de no ser así, el planeta no sería el desastre que es en la actualidad.
El tiempo ha transcurrido y no me he dado cuenta, ya estoy en la preparatoria.
Varios amigos se arriman conmigo para preguntarme lo que pasó, es lo que imagino.
—¡¿Cómo estás?! ¡¿No te hicieron daño?! —cuestiona Ana.
—Bien, no me ocurrió nada, ¿lo preguntas por la balacera?
—No, lo