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Cristero cátaro
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Cristero cátaro

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Manuel creció engañado. No es fácil ser el menor en una familia numerosa que además es conservadora hasta el extremo.
Tras una vida de extravíos entre el doble discurso de sus mayores y su interpretación personal del férreo código de conducta impuesto por su padre, su libre albedrío está tan nublado que sólo le queda acallar sus voces internas haciendo lo mínimo para obtener lo que se ha vuelto su refugio; drogas de todas clases, cualquiera que le ayude a dejar de pensar.
Pero un buen día, arrastrado por las circunstancias, le llega el des-pertar que dará sentido a su vida; un renacimiento personal que aparejará el encuentro con su verdadera vocación.
Un nuevo Manuel surge de la debacle para enarbolar la bandera de la libertad de pensamiento como vía hacia el conocimiento interior y la paz espiritual, y convertido en una suerte de moderno monje mendicante inicia una cruzada en defensa de sus principios en la que arremete contra los poderosos sin importarle las consecuencias, que seguramente las habrá.
En esta ocasión Francisco J. Marín nos presenta una trama ficticia pero de marcados tintes autobiográficos. Desde la trinchera de las letras lucha hombro con hombro al lado de Manuel, un personaje tan improbable que seguramente existe en la realidad, en su atrevido esfuerzo por abrir las conciencias a una nueva comprensión de la realidad.

LanguageEspañol
Release dateDec 23, 2014
ISBN9781310812415
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    Cristero cátaro - Francisco J. Marín

    Introducción

    Como la bruma se disemina en el ambiente, en voz baja se propaga, con discreción se toca el tema, y las dudas brotan.

    La sorpresa y el desconcierto impactan en proporción directa al nivel dogmático de las conciencias. El final de la segunda conflagración mundial dejó una sociedad más consciente, reflexiva y sensible. Justo entonces, después de dos mil años enterrados, aparecen los rollos del Mar Muerto, germinando con ellos la simiente de la revolución de las conciencias.

    En esta época de avances tecnológicos y científicos sabemos que hace casi dos mil años, en el tiempo de las generaciones inmediatamente posteriores a Jesús, la civilización alteró violentamente su curso natural hacia la emancipación, resultado de una constante evolución intelectual.

    En los confines de la historia confirmada, 10,000 años antes de Cristo aparece aquella diosa, una mujer gorda fecundada por un toro que era su hijo; hoy día se pueden contabilizar más de un millar de dioses, sus particularidades y sus leyendas.

    Una de esas fábulas en la mitología sumerio-acadia, dos milenios antes de Cristo, se refiere a un dios fundador de dinastías divinas. An, dios del cielo, y Ninlil su divina consorte, engendraron a Enlil y Enki, este último el más inteligente de los 14 hijos. La trama refiere que los dioses menores eran obligados a trabajar para sustentar a los mayores y se declararon en huelga, entonces Enki les propuso sacrificar a uno de ellos para que, con su sangre mezclada con arcilla, se crearan seres que trabajarían para los dioses. Así apareció el hombre.

    Dice la leyenda que los hombres se multiplicaron en tal número que molestaban a Enlil. Éste les mandó epidemias, hambrunas y sequías. Enki los salvó pero Enlil contratacó y se dispuso a mandar un diluvio, aunque antes Enki instruyó al más sabio de los hombres, Atra-Hassis, para construir un barco que también albergara muestras de los animales de la tierra.

    Esta historia resulta repetitiva si la comparamos con la epopeya babilónica de Gilgamesh en la que Utnapishtin es el constructor del arca. Pues bien, curiosamente la Biblia repite la misma fábula en el pasaje de Noé, que para la fe católica es un hecho sumamente importante pues supone el reinicio de la humanidad después del diluvio. Es evidente que los redactores bíblicos pretendieron sellar en el dogma la omnipresencia de Yahvé, vender la idea de que el dios de los hebreos existe desde antes que el tiempo.

    A partir de Noé inicia la línea de descendencia, ésta continúa con Abraham, Moisés y el rey David; pero Moisés es sin duda, después de Jesucristo, el segundo pilar del cristianismo, y sucede que los nombres de Moisés y José —hijo de Jacob— no aparecen en algún documento histórico reconocido.

    En los anales de la historia egipcia los escribas de Ramsés II (1304-1237 a. C.) registran que un pueblo semita procedente de Canaán se asentó en Gosén; una historia cautivadora que inicia cuando Yuya, vendido por sus hermanos, llega a Egipto en calidad de esclavo. Sorprendentemente diez años después el faraón Tutmosis IV nombra a Yuya regente de su gobierno; sus méritos como persona así como su don de interpretación de los sueños le han hecho ganar el respeto y la confianza de la gente. Tiempo después establece contacto con su familia y no sólo perdona a sus consanguíneos sino que además les ofrece un lugar en Egipto cuando más falta les hace pues son tiempos de hambruna en Canaán.

    A la muerte del faraón y según la tradición, el hijo se casa con su hermana Sitamún y accede al trono con el nombre de Amenhotep III. Después toma también por esposa a Tiyé, hija de Yuya, su primer ministro. La dificultad surge ante la posibilidad de un embarazo pues Egipto corre el riesgo de elevar a un faraón de sangre extranjera. Ante tal presión se decreta que, de ser varón, el hijo de Tiyé deberá morir.

    Al resultar embarazada, Tiyé decide retirarse a dar a luz en Gosén, donde está su familia y posee un palacio. Al dar a luz un varón (1394 a. C.) urde un plan con las comadronas reales, quienes ponen al bebé en un cesto de junco y lo sueltan en el Nilo en dirección a la propiedad de Leví, hermanastro de su padre.

    El pequeño recibe por nombre Aminadab y desde la infancia es instruido por los sacerdotes egipcios del dios Ra. Durante su juventud en Tebas se rebela contra la adoración de cientos de ídolos e introduce el concepto de un solo dios, el dios Atón, omnipotente y por ende irrepresentable.

    Aminadab se hace conocer como Akhenatón —siervo de Atón—. Con el tiempo la influencia de su madre mejora pues la reina Sitamún sólo ha logrado concebir una hija, Nefertiti. Antes de morir el faraón Amenhotep III, Akhenatón se casa con su hermanastra Nefertiti para acceder al poder y recibe el trono con el nombre consecutivo de Amenhotep IV, pero pronto lo cambia a Akhenatón, décimo faraón de la dinastía XVIII.

    Se le puede considerar como el primer reformador religioso de la historia, sin embargo acabar con la idolatría e instaurar la veneración exclusiva al dios Atón resulta imposible. El pueblo no acepta el cambio ni el faraón soporta la presión, y termina por abdicar en su primo Smenkher. Poco tiempo después éste cede el poder al hijo menor de Akhenatón, Tutankatón, único varón de sus seis descendientes directos, quien a la edad de once años accede al trono pero es obligado a reinar como Tutankhamón.

    Akhenatón es perseguido y huye de Egipto. Se le recuerda llevando consigo el cetro de bronce coronado con una serpiente y encabezando un contingente principalmente de familiares; sus descendientes y algunos partidarios. Durante la huida cruzan una extensión pantanosa imposible de salvar a caballo o llevando carretas, de lo cual el Antiguo Testamento hace metáfora con la bíblica apertura de las aguas del Mar Rojo.

    Resulta evidente que el contenido bíblico es copia retocada de la historia oficial de Egipto, algo casi sorprendente pero que explica la omisión de ciertos datos pertinentes. En el año 1779 la jerarquía eclesiástica publicó que la creación de Adán y Eva sucedió en el año 4004 antes de Cristo. Es claro que el dato no fue inspiración divina, se pretendía dar coherencia cronológica a la línea de descendencia; así pues, la imaginación de alguien consideró unos mil años para configurar la civilización que terminó destruida por el diluvio, y después se mide el tiempo por periodos generacionales de 40 años, unos dos mil años desde Noé hasta el padre Abraham y de éste a Moisés, para concluir con el rey David, quien resulta el único personaje bíblico respaldado por la historia (1040-970 a. C.).

    Pero la gran importancia de Moisés fue que subió al Sinaí para conferenciar con Yahvé y recibir los diez mandamientos escritos en un par de tablas. La Biblia nos cuenta también que al regresar encontró a su gente adorando a un becerro de oro e iracundo destruyó las tablas de manufactura celestial. El increíble relato explica que el exabrupto se resolvió pues Yahvé lo instruyó para obtener otras tablas en el mercado y le dictó el texto a escribir.

    ¿Pero quién fue Yahvé? Actualmente se le reza a Dios y no a Yahvé, ¿por qué? Recordemos que Yahvé en hebreo significa el que es, o bien el que existe, por tanto, al igual que el dios Atón egipcio, no se representa de ninguna manera y sólo los sacerdotes dentro de las sinagogas pueden mencionar su nombre.

    El nombre de Jehová deriva de la raíz hebrea de cuatro consonantes YHWH —Yahweh—. En un principio estos caracteres, que sólo más tarde se convertirían en las siglas de un dios, representaban a los cuatro miembros de la familia celestial. La letra Y simbolizaba al padre El, la H a la madre Asherat, la W correspondía a He, el hijo, y la segunda H a Anath, la hija. Posteriormente se fusionan las diosas resultando Sekinah o Matronit, novia de dios y su hermana a la vez.

    El santuario del templo de Jerusalén era la cámara nupcial. Al ser destruido el templo (470 a. C.) Shekinah quedó a la deriva en el espacio y desde entonces Jehová o Yahvé rige solo en el universo. Es así que después del intento de Akhenatón, en el siglo XIV a. C. finalmente, según datos fidedignos el monoteísmo, Yahvé se concibe en el siglo V a. C.

    Eran las vísperas de la era Helénica, los tiempos de Pitágoras (569-475 a. C.), filósofo matemático que dejó un gran legado a la ciencia. La civilización avanzaba un paso más en su despertar a la madurez mental, el libre pensamiento. Nació entonces la mejor etapa de la humanidad.; el helenismo o clasicismo. Ahí surgen Pericles, Hipócrates, Demóstenes, Arquímedes y Cicerón entre muchos otros importantes promotores de los ya entonces notables avances.

    Largo es el listado de doctrinas que pretendían rescatar las inquietudes espirituales de la humanidad, ricas en ideas que sugerían costumbres para bien vivir. Buen ejemplo resulta el epicureísmo que proponía vivir con calidad, buena alimentación, ejercicio; algo así como mente sana en cuerpo sano. Más interesante resulta que esta doctrina postulaba al átomo como la mínima expresión de la materia. El epicureísmo reconocía la existencia de un dios en los cielos pero sin injerencia en los asuntos terrenales.

    Después aparecen Sócrates y la mayéutica, el conocimiento a través del cuestionamiento; y Platón y la dialéctica como técnica de conversación. Estas doctrinas resultaban en una excelente combinación, además de otras posibles inclusiones compatibles.

    La humanidad se encontraba en proceso de emancipación mediante el autoanálisis como herramienta de vida, influida por las ideas y experiencias de los intelectuales; los hermanos mayores que guiaban a los menores.

    El siguiente paso, inminente y lógico, era liberar las mentes de fantasías. Sólo una sociedad desmitificada puede construir el futuro óptimo del ser pensante. Acertadamente, la máxima de vida emblema del helenismo reza: conócete a ti mismo.

    La filología pretende la comprensión real del significado de las palabras, y para hacerlo se ubica en el tiempo y las circunstancias en que fueron expresadas. Con esta herramienta ha sido posible revivir el ambiente de inestabilidad que, subyugado, sufría el pueblo elegido. Se esperaba al mesías como un jefe militar que los liberaría de los romanos, no como un salvador de almas.

    Después de Jesucristo el cristianismo era sólo una secta más. Los cristianos eran perseguidos y eso los obligaba a ocultarse en catacumbas para practicar su fe, pero las indefiniciones grupales e interpretaciones a conveniencia generaron confusión. Así pues, la filología ha sido útil para descubrir que no pocas citas bíblicas fueron manipuladas para interpretarlas como profecías.

    Escuchad, pues, casa de David; una doncella concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamará Immanuel (Isaac 7:13-14). Esto se escribió 735 años antes de Cristo para el rey Ajaz ante la amenaza siria a Jerusalén. Imposible suponer que Isaac visualizaba el nacimiento de Jesús —que no Immanuel— con tal anticipación.

    Es importante hacer notar que esta cita bíblica, como muchas otras, lleva implícito el reconocimiento al linaje del rey David. Así pues el Santo Grial, o Sangreal, es representado como el cáliz que contiene la sangre de Cristo y esto simboliza nada menos que la genealogía mesiánica. En el antiguo testamento el linaje es la espina dorsal del credo, pero al ser oficializado el cristianismo se transforma en una estructura política; un estado dentro de otro.

    Después del edicto de Milán en el año 313, Silvestre, el primer obispo de Roma, por decisión del emperador rechaza a la comitiva de los Desposyni —del Maestro, en griego antiguo, descendientes de Jesús— que llegaba para integrarse como parte esencial del cristianismo en el año 318. El poder de salvación está en el emperador, les dice como despedida, actuando como vasallo del monarca.

    El abordaje espiritual de la humanidad siguió su curso. En la confección del nuevo credo los redactores seleccionaron los escritos bíblicos que en casos clave alteraron. La lucha por la verdad y todas las enseñanzas de Jesucristo fueron vilmente traicionadas. El espíritu del Nazareno, aquel extraordinario hombre que se reveló en contra de los poderosos buscando justicia, terminó convertido en un departamento más del palacio imperial en espera de instrucciones de su soberano.

    Constantino el Grande reconoció la religión, fue él mismo quien convocó al primer concilio ecuménico de la cristiandad y sin ser bautizado se presentó como Obispo de Obispos —la Iglesia Ortodoxa y otras lo veneran como santo, el decimotercer apóstol, el primer papa de la cristiandad—. De hecho contempló muy de cerca la posibilidad de surgir a la vez como el Mesías esperado pues ni el mismo Jesucristo había logrado como él unificar a los cristianos.

    Desde entonces el mando de la eclesiástica organización gubernamental obligó a creer y castigó el saber. Con impunidad oficial inventaron la historia que todos, obligadamente todos, so pena de martirio y muerte, debían creer. Manipularon la historia y dogmatizaron la fe. La malévola combinación del bautismo con cielos e infiernos en mentes nuevas resultó la mejor arma de coerción para no distraerse jamás con la absurda idea de conocerse a sí mismo.

    La contradicción cronológica de Adán y el pecado original evidencian su falsedad; esto cruelmente fue la justificación para el bautismo temprano. Los autores del gran secuestro mental instituyeron la inédita modalidad y la civilización retrocedió a la idolatría, la superstición, la traición, la doble moral y el dogma.

    Con el nuevo cristianismo encima, la mayéutica y todas las doctrinas filosóficas efectivamente útiles para la humanidad cayeron como edificios minados por el sistema. Dentro de la religión oficializada surgieron diferentes interpretaciones acerca de la naturaleza de Jesús y éstas generaron diversas corrientes que fueron sistemáticamente perseguidas.

    Bajo la determinante influencia papal transcurrió el primer milenio que dio inicio con los imperios Merovingio y Carolingio para rematar en el periodo conocido como la Pornocracia, el mayor escándalo sexual registrado en la historia eclesiástica; un reinado de las prostitutas protagonizado por doce vicarios de Cristo consecutivos, iniciando en 904 con el Papa Sergio III y terminando con Juan XII en 964.

    En los siglos XV y XVI el poder del espíritu universal se volvió a manifestar con el Renacimiento, reacción de la humanidad que por instinto de conservación revivía el helenismo; pero la jerarquía católica siguió como férreo rector. Durante el helenismo las verdades de las mentes brillantes eran escuchadas con atención, con el cristianismo esas voces serían censuradas hasta la tortura y muerte.

    La humanidad, infectada de religión, retrocedía a pasos agigantados. Pitágoras enseñaba que la tierra era redonda y que giraba. ¿Cómo explicar que 2,000 años después Galileo Galilei (1564-1642) salvara el pellejo al retractarse de su verdad? Da Vinci (1452-1519) se arriesgó a diseccionar cuerpos humanos con fines científicos, pecado que bien pudo llevarlo a la hoguera.

    Martin Lutero (1483-1546) se reveló indignado al descubrir la venta de indulgencias y plazas obispales. Su molestia lo llevó a clavar 95 actas en la puerta de la iglesia y ahí se gestó el Cisma Protestante al aval de sus créditos como fraile agustino, devoto, erudito de las escrituras y traductor de la biblia —trabajo con el que sentó las bases de la literatura alemana—, y con el debut de la imprenta que en un par de meses difundió sus 95 tesis en toda Europa. Afortunadamente, antes de ser atrapado su protector Federico III de Sajonia orquestó un falso secuestro para ocultarlo en el castillo de Wartburg. Pocos habían corrido antes con la misma suerte que el fraile alemán.

    John Wycliffe (1320-1384), teólogo inglés, fue una de las primeras personas en realizar una traducción de la Biblia de la versión en latín —conocida como la vulgata— directamente a la lengua vernácula del inglés, de fácil comprensión. Esto estaba prohibido por los jerarcas y sus cuestionamientos al clero le valieron ser condenado por el Papa, quien lo acusó de anticristo. Perseguido, murió en absoluta soledad, y en 1428 la feroz jerarquía ordenó la exhumación de sus restos para quemarlos por herejía. Su obra influyó en Jan Hus (1370-1415), sacerdote, teólogo y filósofo checo, rector de la Universidad Carolina en Praga; otro crítico de la venta de indulgencias, la transustanciación y la corrupción eclesial. Fue declarado hereje por el concilio de Constanza y turnado a la hoguera.

    William Tyndale (1495-1536) fue figura clave en la Reforma Protestante y traductor de la Biblia del griego y hebreo publicó: Desafío al Papa y todas sus leyes; y si Dios me lo permite algún día haré posible que el muchacho que maneja el arado en Inglaterra sepa más de la Escritura que el Papa mismo. Sus célebres palabras eran reflejo de su esfuerzo de promover una versión bíblica popular, comprensible. Adalid de la verdad, fue censurado y perseguido y debió abandonar Inglaterra para no volver. Se empleó como mesero para sustentar a su familia, y cuando lo atraparon, después de un espantoso suplicio de 16 meses de frío encierro terminó ahorcado, y con saña diabólica su cuerpo fue quemado.

    Andreas Karlstadt (1486-1541), teólogo alemán, archidiácono y catedrático anabaptista, fue quien entregó el doctorado a Lutero. Él proponía la sencillez en las celebraciones usando ropa común, pan y copas corrientes; propuso y logró que se retiraran las imágenes, esculturas y música de los templos. Escribió 156 tesis críticas en las que señalaba la corrupción de la Iglesia Romana y repudiaba al bautismo infantil. Nunca fue capturado, pero murió infectado de peste.

    Éstos fueron los más visibles precursores de la Reforma, pero la lista de crímenes de la Iglesia Católica puede extenderse tanto como se desee.

    Podré no estar de acuerdo con lo que dice pero defendería hasta con mi vida su derecho a decirlo, adagio que se atribuye al francés Voltaire (1694-1778). Este escritor, filósofo, ensayista y abogado acusó al catolicismo de ser la raíz de todo fanatismo dogmático. Entendemos hoy en día por fanatismo una locura religiosa, oscura y cruel. Es una enfermedad que se adquiere como la viruela, escribió. Fue perseguido y salvó la vida refugiándose en un castillo.

    Sir Isaac Newton (1643-1727), físico, filósofo y teólogo más conocido en el terreno de las ciencias exactas, probablemente haya sido el hombre más inteligente que ha dado la humanidad. Dos terceras partes de sus escritos tratan de teología. Era seguidor del arrianismo y tenía buenas razones para asegurar que la Iglesia Católica era la bestia del Apocalipsis. Su visión no era muy diferente a la de los cátaros del Medioevo. Para ellos la religión católica, como el mundo entero, era creación del diablo.

    Este tema es un doloroso tumor maligno enquistado en las páginas de la historia universal que misteriosamente pasa desapercibido en el actual saber común. Los cátaros eran predicadores eruditos de las escrituras; su concepción del cristianismo era congruente, espiritual y basada en el amor.

    Aunque inspirada en vivencias reales, esta obra es ficticia en su totalidad. Entrama historias de diferentes épocas que presentan las mismas constantes patológicas conductuales y pretende señalar la presencia de prácticas inquisitorias adaptadas a la actualidad. Así pues, toda similitud con hechos y personas de la vida real será mera coincidencia.

    I

    La tranquilidad se respiraba en aquella apacible área habitacional. Como quizá en cualquier caserío europeo, en ese rincón de la vieja Italia se podía percibir la quietud.

    El pequeño poblado de Pontassieve se ubica al sureste de Firenze, unos 15 kilómetros río arriba, bordeando al pie de las montañas. El corazón del pueblo se genera a partir de la terminal ferroviaria; la paz que prevalece en el sitio de cuando en cuando se interrumpe levemente al zumbido del eurotren. Los andenes producen flujos constantes, ligeras oleadas humanas, en su mayoría de residentes del pintoresco lugar.

    Durante la breve escala del transporte colectivo el turismo a bordo se limita a observar, algunos fotografían los viejos pero bien remozados edificios que lucen uniformes tejados ocres y blancas fachadas a doble altura, algunas con faroles de aspecto medieval empotrados. Los vanos superiores generan balcones con barandales de herrería enmarcados por tiestos colgantes, lo que ofrece el colorido de las hermosas flores de temporada. Un par de centenarios puentes peatonales sobre los ríos Arno y Sieve, bien conservados y remozados, permiten el tráfico doméstico a lo ancho del pintoresco poblado.

    A través de un túnel, bajo la ferrovía que conduce a Firenze, a pocos minutos se encuentra la abadía de los frailes franciscanos. No muy lejos del río Arno sobresale esta ancestral edificación de altos y gruesos muros de piedra; su pórtico incluye un mayúsculo portón de madera desgastada, reforzada con toscos herrajes de hierro fundido, detalles que evocan las fortalezas del Medioevo.

    Pese a su marcada corpulencia, que no declarada obesidad, Marcela se esforzó para emparejar la pesada puerta individual del rústico portón. Tardó unos segundos en calarse y ajustar el ligero casco de seguridad y presionó el botón rojo de encendido al lado derecho del timón de su motoneta. Como siempre, al salir de ahí se sentía confortada por la santa comunión y la bendición de fray Dionisio, su guía espiritual. El religioso la trataba tres veces por semana, siempre a la una de la tarde después de celebrar la misa de Ángelus. En los días complementarios se programaban sus visitas con el siquiatra Luigi Durand, su médico de cabecera, que trataba su padecer bipolar. Su enfermedad conductual avanzaba y en los últimos seis años se había acentuado obligando la constante atención médica. Por las mañanas hacía yoga; instrucciones médicas como parte de su tratamiento.

    Esta vez, como cada tarde, llegó a casa con tiempo para recibir a su pequeño Giorgio que regresaba del colegio a bordo del transporte escolar.

    "Tesorino de la mama!", solía gritarle con estentórea voz antes de que terminara de bajar. La audible exclamación ocasionaba a veces algún discreto gesto burlón entre los compañeritos. El jovencito de séptimo grado era el único hijo del matrimonio Bombieri. Su apacible carácter abonaba a su favor pues estaba acostumbrado a acompañar a mamá en las reacciones derivadas de su condición emocional.

    Después del efusivo saludo, abrazo y beso de la madre, juntos, conversando, subían a su apartamento en el primer nivel del edificio; desde ahí se apreciaban atardeceres multicolores incomparables. La ligera pendiente en la topografía permitía una excelente vista a la vía ferroviaria, la autopista, el río Arno y el horizonte Oeste.

    En la pequeña mesa de la cocina, previa sesión de oraciones, madre e hijo compartían los alimentos a preferencia del pequeño; pasta, la especialidad de mamá, o pizzas que, aun congeladas, gracias a la tecnología en cuestión de minutos estarían transformadas en humeante y apetitoso platillo.

    Giorgio disponía de suficientes jugos en tres sabores para escoger en tanto Marcela sólo bebía el agua que extraía de un filtro cilíndrico junto a la tarja. A medida que caía la tarde madre e hijo se imbuían en sus actividades personales. Para ella entrar al internet era lo habitual; se conectaba en la red social mientras atendía otros pendientes.

    Mauricio era el esposo y único sostén del hogar. Su relación de pareja había ido a menos día con día desde seis años atrás, cuando ella empezó con las depresiones que después le fueron diagnosticadas como bipolaridad en grado considerable. Él siempre aparecía en casa para la cena, aunque se daban excepciones esporádicas; su ocupación como representante farmacéutico lo llevaba hasta lugares a tres horas a la redonda. Excepcionalmente pernoctaba en otro sitio pero por lo general asistía a casa sin complicaciones. Era un hombre creyente, pacífico y rutinario, admirador de la pintura, amante de la poesía, metódico por sistema. Por su parte, Marcela era religiosa seglar franciscana; voluble de carácter, antes que reprimirse explotaba en crisis haciendo fluir ríos de llanto por sus ojos.

    Esta vez ella había estado husmeando en la red social y volvió a entrar en el muro de fray Gabriel, el fraile latino que conocían de una década atrás. Se trataba de un religioso carismático, alto y esbelto,

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