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Hetman: Llamada Desde Donetsk
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Ebook87 pages1 hour

Hetman: Llamada Desde Donetsk

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About this ebook

El ex soldado de la SAS, convertido desde el MI6, Aidan Snow regresa en una breve historia.
Dado que el expatriado Brian Webb, que tiene una excelente vida, una esposa sexy y una hija perfecta, puesto en riesgo cuando una noche, de camino a casa luego de beber mucho es perseguido por un grupo de asaltantes armados. ¿Quiénes son sus perseguidores? ¿Qué quieren de él? ¿Y por qué están disparando? Webb no se va a quedar dando vueltas para averiguarlo. Estrellando un auto robado en un intento de escapar, Webb se encuentra ensangrentado, acorralado y sin opción más que llamar a la única persona que sabe que no lo defraudará. Él llama a Aidan Snow. Llegado a Kiev, Snow toma la ley en sus propias manos en un intento de encontrar y rescatar a uno de sus amigos más viejos. Con el fantasma del pasado en sus hombros, Snow debe volver a confiar en su entrenamiento en el SAS y no se detendrá hasta descubrir la verdad.
LanguageEspañol
Release dateJan 1, 2004
ISBN9781633392380
Hetman: Llamada Desde Donetsk

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    Hetman - Alex Shaw

    lecturas?

    HETMAN:

    LLAMADA DESDE DONETSK

    Por Alex Shaw

    Traducción por Brian Martos

    Kiev, Ucrania

    Brian Webb se balanceó mientras llamaba a un taxi. Eran las primeras horas de la mañana y había estado bebiendo desde la noche. El calor del día ya hacía tiempo que había dado paso al frío de la noche. Webb tembló en su remera de mangas cortas y sus cargo cortos.

    En segundos un Daewoo Nubira, amarillo y maltratado, estacionó en la calzada. El conductor bajó la ventanilla del pasajero delantero y luego, habiendo acordado el precio, Webb subió a la parte de atrás. Eran las cuatro a.m. mientras viajaban por las calles desiertas de la ciudad. Incluso para él ésta había sido una noche larga, Webb rió para sí. La vida era buena. Él tenía una gran vida en Kiev, una excelente esposa y una preciosa hija. ¿Qué más podía pedir? Dejó que sus párpados se cerraran mientras el taxi pasaba de asfalto a adoquines y se dirigía colina abajo hacia el Río Dnieper. La vibración hacía que su estómago se tambaleara e inclinara la cabeza.

    Webb llegó a Ucrania en octubre de 1997 sabiendo solo cuatro palabras en ruso: Da, Niet, Babushka y Vodka, y de alguna manera logró no solo sobrevivir sino también prosperar. Destacándose como extranjero con su fuerte acento de Yorkshire, pero siendo aceptado como uno de los vecinos, se sentiría triste al dejar su segundo hogar.

    Abrió los ojos mientras el taxi cruzaba el río y bajó levemente la ventanilla, respirando el aire refrescante del río. Sus ojos se encontraron con los del conductor quien, rápidamente, miró hacia otro lado. El hombre no parecía de humor para hablar. El taxi continuó sobre el puente, a través del Hydropark y luego hacia Levo Berezna – la orilla izquierda de Kiev, cuando de repente se detuvo a un lado del camino.

    Webb se enderezó y miró alrededor. No era su calle. El conductor rápidamente se bajó y se alejó caminando. Lento por el alcohol, Webb se quedó sentado por varios segundos hasta que se dio cuenta de que algo andaba mal. Se arrastró fuera del auto y se apoyó contra la puerta. Mientras Webb miraba al conductor, éste miró hacia atrás y luego comenzó a correr. Webb escuchó detrás de él pasos y se giró. Fue entonces cuando los vio, iluminados en el inquietante brillo de las luces de la calle. Un grupo de cuatro hombres enormes que se dirigían directamente a él. Webb se quedó hipnotizado hasta que sus ojos se centraron en los bates de baseball que dos de ellos traían.

    La figura más cercana lo señaló y el grupo comenzó a correr. Webb sintió que su pulso se aceleraba. Estaba indefenso. Miró para abajo y vio que las llaves del taxi todavía estaban en el encendido. Sin pensarlo dos veces trepó al asiento del conductor, sacó el freno de mano y alejó el taxi del cordón. Escuchó gritos y luego un fuerte crujido mientras algo golpeaba la parte trasera del taxi. El corazón de Webb comenzó a latir furiosamente; se sentía como si fuese a salírsele del pecho. Forzó al Daewoo a acelerar rápidamente y esforzó sus ojos para enfocarlos en el camino. Ahora estaba sudando, sus manos mojadas en el volante. Miró para atrás y vio unas luces detrás de él, siguiéndolo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué lo estaban persiguiendo? Webb no tenía idea.

    Pasó de largo algunos semáforos, esquivando por poco un camión cisterna. Reconocía los caminos ahora, no estaba muy lejos de su casa, pero no podía llevarlos hacia allá. La calle iba y venía delante de sus ojos mientras el alcohol se negaba a salir de su sistema, Webb estaba duro en los controles y el auto tironeó mientras él reducía una marcha para intentar un giro. Golpeó a un auto que estaba estacionado con el espejo lateral, el vidrio se hizo trizas mientras lo arrancaba. Ahora podía ver que las luces que lo perseguía pertenecían a un BMW, y se acercaban. Los pensamientos se agolpaban en su mente: ¿quiénes eran?... ¿qué querían?... Alcanzó la autopista que dividía el distrito Harkivskiy Massif y vio, iluminado por las luces de neón del cartel del supermercado Billa  un Lada Samara, con insignias de la milicia. Webb fue directo hacia allá. Mientras desaceleraba y se acercaba vio que estaba vacío. Webb golpeó el volante con su puño, frustrado, y estaba a punto de maldecir cuando escuchó un fuerte crujido y un ruido metálico sobre el Daewoo. Se agachó. Jamás había escuchado disparos pero rápidamente se dio cuenta que ese era el ruido que oyó.

    ¡Quien sea que lo estuviera persiguiendo empezó a disparar! Pisó a fondo el acelerador. El Daewoo se lanzó hacia adelante, sobre la acera y a través del estacionamiento, antes de rebotar sobre el césped y de vuelta al pavimento. Un ruido chirriante comenzó a escucharse desde la suspensión delantera mientras Webb subía las marchas. Vio un hueco en el cantero central, giró bruscamente el volante a la izquierda y se cruzó al otro lado del camino, cambiando de dirección. Aceleraba el taxi; tenía que escaparse. El Daewoo comenzó a vibrar furiosamente al llegar a la marca de los 100. Se quitó el sudor de la frente. Había algunos autos más en el camino principal mientras continuaba el regreso al río. Miró por el retrovisor pero no pudo ver a nadie que lo estuviera siguiendo. Dejó salir un profundo suspiro y se relajó levemente mientras la adrenalina comenzaba a dejar su sistema.

    Eran casi

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