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Pelea: Las claves para ganar las batallas que importan
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Pelea: Las claves para ganar las batallas que importan

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About this ebook

El libro- Pelea: Las claves para ganar las batallas que importan -presenta algunos de los valores y metas del conocido libro para hombres “Salvaje de corazón”, pero este libro tiene la ventaja de estar dirigido a una nueva generación, y cuenta con el apoyo de una fuerte campaña publicitaria. Esta es una obra que le habla directamente al corazón del hombre. Aquí hallarás la fortaleza necesaria para pelear las batallas que sabes que necesitas pelear; aquellas batallas que van a determinar el estado de tu corazón, la calidad de tu matrimonio y la salud espiritual de tu familia. Craig Groeschel estudia también ejemplos tomados de las Escrituras, entre ellos el de nuestro buen amigo Sansón. Sí, el personaje de los bíceps inmensos y el cabello de hippie que estaba obsesionado con Dalila. Te sorprenderás al ver lo mucho que tenemos en común con este hombre. Al analizar su vida, aprenderás la manera de derrotar a los demonios que debilitan a los hombres más fuertes. Pelea te ayudará a convertirte en el hombre que Dios quería que fueras cuando te creó: un hombre que sabe pelear por lo que es correcto. Y no te atrevas a presentarte sin armas a esta batalla. Aprende a pelear con fe, con oración y con la Palabra de Dios. Ya va siendo hora de que pelees como un hombre. Por el amor de Dios, PELEA.

LanguageEspañol
PublisherZondervan
Release dateAug 26, 2014
ISBN9780829765946
Pelea: Las claves para ganar las batallas que importan
Author

Craig Groeschel

New York Times bestselling author Craig Groeschel is the founding and senior pastor of Life.Church, which created the free YouVersion Bible App and is one of the largest churches in the world. He has written more than fifteen books and hosts the top-ranking Craig Groeschel Leadership Podcast. He speaks regularly for the Global Leadership Network, which reaches hundreds of thousands of leaders around the world annually. Craig and his wife, Amy, live in Oklahoma. Connect with Craig at www.craiggroeschel.com.

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    Fight: Winning the Battles that Matter Most is an impassioned plea to men to be the spiritual champions God has created them to be. Craig Groeschel, pastor of LifeChurch.tv, walks through the life of Sampson in this short, easy-to-read book. Groschel is an engaging author. His communication style would make english teaching cringe; you can hear him talking in his writing. I think his emphasis on the warrior within men is, at times, over-stated. I wish he would balance his position with a healthy dose of what Jesus says about humility, turning the other cheek, and walking a mile in our brother's shoes. Still, I think this book hits a target that needs hitting. The church is full of men who have abdicated their role as spiritual leaders in their homes. Groeschel challenges them to repent, and to serve the Lord with a hot heart!The short chapters make this a helpful book for men who don't like to read. I would encourage you to buy a copy and pass it around.

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Pelea - Craig Groeschel

SECCIÓN UNO

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PELEA

COMO HOMBRE

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Más vale maña que fuerza.

— ​Mark Twain

1.1

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PELEA COMO HOMBRE

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Aprendí a pelear en segundo grado. Un día iba caminando de la escuela a mi casa, pensando en mis asuntos de alumno de segundo grado. De repente, un chico de tercer grado mucho más grande, Bo Talbot, se me acercó y se plantó de frente en mi camino. Él solo era un año mayor, pero yo estaba convencido de que sus padres lo habían mantenido fuera de la escuela durante algunos años para ser modelado por los entrenadores del Campeonato de Lucha, matones que en lugar de bocadillos sin duda le habían dado esteroides entre sesiones de levantamiento de pesas.

Bo me agarró la camisa con una mano y echó la otra hacia atrás empuñada como una bola de demolición.

—Groeschel, ¿eres gay? —gruñó con los dientes apretados.

Puesto que eso ocurrió en 1975, y que yo solo tenía ocho años, no estaba realmente seguro del significado de gay. Mientras mi mente se apresuraba a responder, recordé una regla imperecedera de mamá: di siempre la verdad. Levanté la mirada hacia él con ojos entrecerrados, preparándome para el impacto meteórico de sus puños.

—Yo… yo… no estoy seguro. ¿Te… te… te puedo contactar mañana?

La verdad puede ser un arma deslumbrante. Bo se sorprendió por mi táctica dilatoria. Permaneció allí por varios segundos, paralizado como la estatua de un guerrero griego, cavilando en mi respuesta.

—Está bien —expresó después de un incómodo silencio, y me soltó—. Pero más te vale que me lo digas mañana.

El matón se alejó, y la crisis se puso temporalmente en modalidad de pausa.

¡Uf! Mamá tenía razón. Siempre hay que decir la verdad.

Temblando, me escabullí a casa y encontré a mamá poniendo mis medias sucias en la lavadora. Con mi futuro pendiendo de un hilo, espeté mi gran pregunta, sin revelar mi experiencia cercana a la muerte.

—Mamá, ¿qué significa gay? —pregunté tan tranquilamente como pude.

Ella se quedó indecisa, de igual modo que me quedé indeciso hace poco cuando mi hija de ocho años me preguntó cómo se había entrado en la barriga de mamá cuando nació. La indecisión de mamá debió haberme servido de advertencia, pero creo que en mi acrecentada fase de temor, la pasé por alto.

—Cariño —contestó ella con tranquilizadora convicción—, gay significa simplemente «feliz».

Ese fue el momento en que mamá rompió su propia regla y arruinó su expediente perfecto.

¡Ah! Así que gay significa feliz. Eso tuvo sentido para mi mente de segundo grado, aunque parecía extraño que un matón preguntara acerca de mi felicidad.

El día siguiente después de la escuela me hallé arrinconado una vez más por Bo. Igual que un actor que retoma su lugar en el escenario, se plantó sobre mí, con el puño hacia atrás, usando el cuello de mi camisa como agarradera. Entonces hizo la fatídica pregunta, resaltando las palabras para lograr un efecto dramático.

—Craig, ¿eres… gay?

Sonreí ampliamente, orgulloso de saber cómo contestar.

—Claro que lo soy. He sido gay toda mi vida. ¡Quizás soy el tipo más gay que hayas conocido alguna vez!

No recuerdo mucho de lo que sucedió a continuación. Sí recuerdo un zumbido y un sabor metálico en la boca, el gustillo característico de la sangre. Entonces comprendí por qué un personaje de los dibujos animados a quien lo golpean ve estrellas y a veces pajaritos. El golpe que Bo me diera me brindó una cruda ojeada al interior de la dimensión de dibujos animados.

Todo el lado de mi cara se hinchó como una sandía. La cabeza me pesaba el doble que el resto del cuerpo. A medida que mis llorosos ojos se despejaban, parpadeé allí bajo la sombra de Bo, mientras su enorme estructura todavía se erguía por encima de mí. Me prometió que habría muchos golpes más, cada día después de clases por el resto de mi vida. Entonces se alejó.

En ese momento no me sentí feliz en absoluto.

Cuando el mareo se disipó lo suficiente para ponerme de pie, fui a casa tambaleándome y avergonzado. Mi primera pelea y ni siquiera logré dar un puñetazo. Ser golpeado ya era suficientemente malo. Que me golpearan por ser un niño feliz era infinitamente peor.

1.2

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EN ESPERA DE UN HÉROE

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Nos encanta apoyar a los más débiles. Nos gusta ver que los buenos triunfen sobre los malos y que el valor derrote a la cobardía. Nos alegra ver que la justicia prevalezca y que se castigue la injusticia. Y nos fascina un héroe que se niegue a abandonar la pelea por imposibles que parezcan las posibilidades.

Ahora mismo con desesperación buscamos héroes. Ya no nos sorprende cuando individuos una vez admirados y respetados (funcionarios elegidos, atletas superestrellas, pastores talentosos) caen en escándalo sexual, en malversación de fondos, o en detención por maltrato hogareño. Casi estamos hastiados, como a la espera de que nuestros líderes y celebridades favoritas estén ocultando algo. La mayoría lo están haciendo, ¿no es así?

Tenemos la esperanza de que ellos hagan sacrificios, asuman riesgos, y tomen decisiones sabias para hacer lo adecuado, pero no nos sorprendemos cuando no lo hacen. Nos faltan verdaderos héroes, y Hollywood llena el vacío con un exceso de superhéroes (Iron Man, Batman, Thor, el Hombre Araña, los Vengadores y X-Men) que nos deslumbran con sus poderes en 3D y en Blu-ray. Sin embargo, aún anhelamos que alguien nos muestre a qué se parece un verdadero héroe de carne y hueso.

¿A dónde han ido a parar todos los hombres buenos?

Hace poco leí un libro que sugiere que nuestra cultura ha tratado de convertir a los hombres buenos en mujeres: más bonitos, más tiernos, más amables, más compasivos, y conocedores de la moda. Perdóneme por decir lo obvio, pero los hombres no son mujeres. (Que conste, las mujeres tampoco son buenos hombres.) Después de todo, Dios nos creó de modo diferente. «Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Génesis 1.27). Tanto hombres como mujeres reflejan la imagen de Dios, pero en distintas maneras.

Estoy convencido de que una de tales maneras más significativas tiene que ver con el modo en que usamos nuestra hombría. Dios creó a los hombres para que tuvieran el corazón de un guerrero, colocando dentro de nosotros un deseo de ponernos en pie y luchar por lo que es puro y lo que es verdadero. Un hombre tiene el corazón de un guerrero. Tú tienes corazón de guerrero. Anhelas una pelea. Ese es diseño de Dios, no nuestro. Eso no quiere decir que los hombres deban ser machos agresivos y rufianes dominantes. (Tampoco significa que las mujeres no puedan luchar por lo que también es correcto.) Simplemente quiere decir que Dios ha plantado dentro de cada hombre el deseo divino de pelear por la justicia.

Piénsalo de este modo. Hay dos clases de películas: las de mujeres y, bueno, todas las demás. ¿Inspiran a los hombres las películas de mujeres? ¿Los hacen querer ser hombres más fuertes, valientes y mejores? ¿Recuerdas la película de Cary Grant, Tú y yo? ¿Recuerdas cuando el personaje que interpreta Deborah Kerr declara: «Si tú puedes pintar, yo puedo caminar… cualquier cosa puede suceder en realidad?» ¿Has visto alguna vez que un hombre vea esa película? Si eres uno, ni siquiera sabes de qué estoy hablando, ¿no es así?

Y qué en cuanto a Orgullo y prejuicio en que el personaje de Keira Knightley le dice a su reciente esposo:

—Puedes llamarme Sra. Darcy solo cuando seas total, perfecta e incandescentemente feliz.

—¿Cómo estás entonces esta noche… Sra. Darcy? —responde él, besándola en la frente.

Después la besa en la mejilla.

—Sra. Darcy —le dice mientras le besa la nariz.

De nuevo, si eres un hombre, no tienes idea de lo que estoy hablando, ¿verdad? O si la tienes, estás tratando de olvidar.

¿Y qué tal Braveheart? Mel Gibson, con cara de deprimido, afirma: «Lucha y tal vez mueras. Huye, y vivirás. Al menos por un tiempo. Y cuando estés en tu lecho de muerte dentro de mucho tiempo, ¿no cambiarías todos los días desde aquí hasta entonces por una oportunidad, solo una oportunidad, de volver aquí y decirles a nuestros enemigos que quizás nos quiten la vida [levantando la espada por sobre sus cabezas], ¡pero jamás nos quitarán la libertad!»

¿Recuerdas Gladiador? Russell Crowe, en su atractivo uniforme de general romano, espolea su caballo a través del bosque, gritando: «Hermanos, ¡lo que hacemos en la vida resuena en la eternidad!»

Una parte de nosotros los hombres piensa: quisiera poder haber estado allí. Habría peleado. No tienes que ocultármelo. Una parte de mí también piensa eso. ¿Sabes por qué? Porque así es como estamos programados. Se supone que los hombres respondamos de ese modo. Un hombre sin nada por qué pelear rápidamente se convierte en un individuo frustrado, a menudo sin la menor idea de por qué está así.

Pelear por lo que es correcto remueve algo dentro de un hombre. Hace que quiera ser no solo un hombre, sino el hombre. El mejor que pueda ser. Un hombre conoce muy profundo dentro de sí lo que Dios quiere que sea: un héroe con corazón de guerrero.

1.3

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SÉ EL HOMBRE

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Pocos meses después que mi esposa Amy y yo nos casáramos se le pasó por la mente algo en que no había pensado antes: se había casado con un hombre. Hago cosas de manera muy diferente a como las hacen las mujeres. Habíamos estado casados por cuatro años cuando por fin esto llegó a un punto crítico. Acabábamos de adquirir nuestro primer lavaplatos, y un día insensatamente intenté llenarlo yo solo. Creí estar ayudando, pero no comprendí que hay una forma correcta de cargar un lavaplatos y, al parecer, una forma incorrecta. Pensé: coloco todo adentro, lo enciendo, y eres bueno.

—¡Craig! ¡Lo cargaste todo mal! —gritó Amy al ver mi intento de ser útil.

—¿Mal? ¿Cómo podría estar mal?

Tuvimos una pequeña disputa que terminó con que ella suspirara y expresara:

—¡Cielos, Craig! Sencillamente eres uno de esos… ¡hombres!

Pensé: ¡vaya! Tienes razón, soy un hombre. Durante años se representaron escenas como esta, en que ella hacía las cosas a su manera y yo las hacía como un hombre.

—¿No podrías simplemente ser un poco más como una mujer? —finalmente había expresado ella.

—Deberías haberte casado con una mujer —objeté finalmente un día, molesto—. Yo nunca voy a poder hacer esto como una mujer.

Entonces una vez en que Amy y yo estábamos teniendo una de estas diferencias de opinión, parecía que iba a terminar como siempre: en una discusión. Pero luego mi sorprendente esposa dijo algo tan profundo que me cambió la vida.

—Craig —manifestó—, quiero que sepas algo. En este instante, a partir de este momento, estoy decidiendo al cien por ciento

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