El largo funeral del señor White
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El señor White, un anciano septuagenario, rico y algo excéntrico, ante una corazonada que le dice que su muerte está próxima decide contratar a un secretario para que sea el encargado de registrar sus últimas palabras.
Lo que no imagina es lo difícil que será encontrarlo.
Una historia sobre el paso del tiempo narrada con humor (negro), ironía y un punto de nostalgia.
Fragmento:
"El anciano también había elegido la música que sonaría cuando fuera transportado hacia la cripta. Después de meses de profundas deliberaciones, había decidido que la pieza sería el "Requiem alemán" de Johannes Brahms. Aquella obra le transportaba a un mundo de paz y piedad como pocas otras. Era solemne, pero no tétrica. La ideal para que los invitados que acudieran a su funeral derramaran algunas lágrimas cuando comenzara y acabaran sonriendo al final, cuando las voces del coro se alzan de una forma tan angelical que consiguen conmover hasta a los corazones más duros."
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El largo funeral del señor White - Eugenio Prados
El largo funeral del señor White
De Eugenio Prados
Publicado por Eugenio Prados at Smashwords
Copyright 2012 Eugenio Prados
Smashwords Edition, License Notes
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1
La noche de su setenta cumpleaños el señor White supo que su muerte estaba próxima. No lo percibió como un hecho objetivo ni científico, sino como una corazonada, como un susurro desde el más allá que le indicó que su paso por el mundo llegaba a su fin. No sintió ningún miedo ante aquel sentimiento; ni ninguna blanca palidez se instaló en su rostro. Más bien el pensamiento le impulsó a la acción y colocando unas hebras de tabaco en la abertura de su pipa decidió ponerse manos a la obra y comenzar los preparativos de su inminente funeral.
Como hombre precavido que era, el señor White hacía tiempo que se había mentalizado para aquel momento. Abrió un cajón de su escritorio y sacó de allí un papel donde había escrito una lista con las cosas que debían estar dispuestas en el momento de su partida. Para el señor White la muerte no era tanto el saber que uno iba a morirse, o de qué se iba a morir, sino el cómo lo haría. No había nada que le preocupara más que fallecer perdiendo la compostura, con horribles aspavientos y gritos desesperados. Esas formas no iban con su personalidad. Él quería una despedida limpia y serena, dejando todo atado y bien atado en lo terrenal para poder abrazar sin preocupaciones lo celestial.
Muchas de las cosas que conformaban aquella lista ya estaban dispuestas. El ataúd, por ejemplo, hacía dos años que descansaba en la cripta que había hecho construir en su magnífica casa. Escogió el más lujoso, el modelo imperial, fabricado en madera de cedro, con manillas de oro y el escudo familiar tallado en la tapa.
También había elegido la música que sonaría cuando su cuerpo fuera transportado hacia la cripta. Después de meses de profundas deliberaciones, había decidido que la pieza sería el Réquiem alemán de Johannes Brahms. Aquella obra le transportaba a un mundo de paz y piedad como pocas otras. Era solemne, pero no tétrica. La ideal para que los invitados que acudieran a su funeral derramaran algunas lágrimas cuando comenzara y acabaran sonriendo al final, cuando las voces del coro se alzan de una forma tan angelical que consiguen conmover hasta a los corazones más duros.
La ropa que llevaría, en cambio, sería de lo más sencilla. Aunque su linaje invitaban a otro tipo de vestimentas, no quería arroparse en su último viaje ni con caros trajes ni con antiguas medallas. Una camisa blanca y un pantalón negro sería lo único necesario. Los había elegido precisamente por el efecto que produciría en sus invitados. Aquellos humildes ropajes, en contraste con la exuberancia de la música y del ataúd, llevarían a todos a sentir más lástima por él que si lo veían embutido en otro tipo de traje más lujoso. No quería ser recordado, como el resto de sus antepasados, como un noble vetusto y apolillado. Además odiaba que se dirigieran a él a través de algunos de sus títulos nobiliarios. Quería ser recordado como el viejo y venerable señor White. Nada más.
Su gesto mientras revisaba la lista, con las mejillas arreboladas y una amplia sonrisa ante la perfección con la que llevaría a cabo su plan, se torció al leer el último punto.
¡Válgame el cielo! ―exclamó―. ¡Pero si falta lo más importante!
En la parte inferior de la hoja, tras todos los elementos que componían la lista, estaba escrita una última cosa, parte fundamental de la ceremonia:
- LECTURA DE LAS ÚLTIMAS PALABRAS-
Un viento helado entró en la habitación y erizó cada uno de los blancos cabellos del señor White. Una ventana estaba abierta y el frío de la noche se había deslizado hasta el salón. Se levantó y tras cerrar la ventana se acercó hasta la chimenea.
― ¿Cuáles serán mis últimas palabras? ―dijo mientras avivaba el fuego con el atizador―. ¿Cómo podrá conocerlas el mundo?
La punzada que le avisaba de que su fin se aproximaba volvió a atravesarle de forma tan ardiente como una de las brasas de la chimenea.
―Encontraré a alguien que las escuche ―dijo con resolución.
Y con aquel deseo, rodeado por el silencio que día y noche envolvía su casa, comenzó la búsqueda.
2
En los periódicos del día siguiente, en la