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La muerte tiene muchos rostros
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La muerte tiene muchos rostros

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About this ebook

Juan Carlos Sosa Azpúrua publica su segunda novela "La muerte tiene muchos rostros", en formato digital:
Tras el éxito logrado con su primera entrega de ficción, "Cicatriz" (1era edic 2008/2da edic 2010, Editorial Planeta), las principales plataformas ebook ya alojan en sus anaqueles la segunda novela del escritor Juan Carlos Sosa Azpúrua, "La muerte tiene muchos rostros".
Publicada bajo el sello de Ediciones PYV y el auspicio de la Fundación Fénix, "La muerte tiene muchos rostros" retrata las realidades de la Venezuela contemporánea, sus circunstancias políticas, sociales, culturales y humanas. A través de los personajes, se experimenta el drama del exilio, del movimiento estudiantil, intereses de poder tras bastidores, la corrupción, el mundo militar, las intrigas políticas y eventos que han marcado la historia reciente.
Escrito en primera persona, busca la complicidad del lector para hacer un recorrido a través de ideales, decepciones, traiciones, amor y odio. Es una novela sobre las oportunidades perdidas, los sueños truncados y la libertad.
Calificada por diversos círculos intelectuales como la “novela prohibida” de estos tiempos históricos de Venezuela, "La muerte tiene muchos rostros" logra superar escollos de censura apostando al dinámico mundo del libro digital, lo cual hizo posible obtener una libertad editorial sin condicionantes.

LanguageEspañol
Release dateApr 10, 2014
ISBN9781310466748
La muerte tiene muchos rostros
Author

Juan Carlos Sosa Azpúrua

Juan Carlos Sosa Azpúrua nació en Caracas, Venezuela (1969). Graduado en las escuelas de Leyes de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Universidad de Harvard. Editor en jefe de la revista Energizando Ideas. Autor de la novela Cicatriz, Colección Autores Españoles e Iberoamericanos de Editorial Planeta. Co-autor del libro Crímenes de Lesa Humanidad. Un enfoque venezolano, colección Minerva, Libros El Nacional. Co-autor del libro ABC del petróleo y la energía, Ediciones PYV. Autor de La Apertura petrolera venezolana, ediciones PYV.Profesor universitario. Autor de múltiples ensayos y artículos especializados en temas globales. Columnista del diario El Universal.

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    La muerte tiene muchos rostros - Juan Carlos Sosa Azpúrua

    Acerca del autor

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    Conéctate con Juan Carlos Sosa Azpúrua

    A Inés PS

    Cuando la ignorancia se transforma en experiencia, entonces debes ser muy cuidadoso de no escuchar a nadie, tienes que rescatar tu antigua ignorancia y pedir lo imposible, con la misma felicidad que cuando no tenías la más remota idea de lo que decías...

    Buen mago es un sujeto que saca el conejo a tiempo...

    Orson Welles

    Nota del autor

    Aunque basada en hechos reales, la presente obra es ficción. Sucesos genuinos se mezclan con narrativa inventada, a los fines de darle el carácter de novela centrada en la contemporaneidad. Los nombres mencionados son enteramente ficticios, salvo aquellos que se utilicen para darle contexto verídico a las situaciones descritas. Nada de lo aquí escrito debe tomarse a pie juntillas, es subjetivo, y nadie debe sentirse aludido. Vivimos tiempos complejos que merecen dejar huella en la literatura. Escribí este libro en respuesta a esta convicción.

    Tengo deudas de agradecimiento con muchas personas, ellas saben quiénes son.

    JCSA

    I

    Se abrió el portón y nos hizo muecas un camino que parecía una concha de caracol, hinchado por las raíces de árboles ancianos. La casona lucía extraviada en sus ruinas, llorando la muerte con hojas marchitas sin dolientes. Frenamos el Volkswagen ante el señor de la camisa azul y sus botas de jinete —no montaba a caballo, pero usarlas le disfrazaba de aristócrata—. Con Mario Millán entré, abrazados por nuestro anfitrión, un rey sin corona. Aparecieron techos con alturas desordenadas y paredes vestidas con óleos jactanciosos. Además estaba esa oscuridad, haciéndole competencia a los olores de la humedad. La madera de la escalera fue derrotada por una alfombra roja, ennegrecida por las marcas de pisadas y del tiempo. Pasamos varios salones, ahogados entre los humos de un monarca español invisible, hasta la biblioteca. Tres chihuahuas saltaron alegres, sus ladridos nos saludaron, haciendo ecos que rebotaban en las paredes. Elegí un sofá rasgado y la esencia del cigarrillo era totalitaria. Instigado por su poder sugestivo, Mario encendió un Marlboro y el rostro se le iluminó con un vicio invicto. El señor de las botas le imitó, prendiendo uno light. Su jovialidad sonaba forzada. Aunque deseaba pasar por simpaticón, la máscara de su difunta juventud lo traicionaba desde un laberinto de memorias difusas, ácido y Pink Floyd. Sus sesenta y seis años no eran vacuna de confesiones cursis. Tugurios capitalinos le conocían como el campeón de polo que no fue, cantante de baladas que no eran otra cosa que jingles con ambición... Francisco Córdoba era el seductor de su propia sombra.

    —Hola Fernando, finalmente nos conocemos. Tenía meses enviándote mensajes por Facebook, pero nunca los respondías.

    —Exageras, contestaba cada vez que podía —respondí.

    —Es bueno tenerlos aquí. ¿Toman algo?

    —A mí lo mismo que tú.

    —Y para mí un refresco, dejé el licor hace tiempo —respondió Mario.

    Mario Millán, escritor y abogado; en un reciente ayer fue el niño mimado de los parias. La botellita durante el recreo escolar, hierba y su noviecita ligera; más tarde el polvillo blanco que lo lanzó a un sótano existencial sin luz. Pordiosero de calles sin nombre, vendedor de baratijas en las bocas del metro; chulo de putas sin cotización, compadre de mendigos con sus bolsas de papel. Salvado por Narcóticos Anónimos, recibió el abrazo familiar. Sus neuronas retoñaron y un día de octubre regresó a las aulas y se hizo hombre de leyes. Le contrató un bufete y se prendó de la hija del jefe. Matrimonio, boleto al éxito. París, Sorbona, doctorado. Dotado para las letras, en Francia publicó su novela breve, un exorcismo de sus demonios, golpes de pecho buscando una redención que no siente. El libro, pese a su impecable calidad literaria, viajó sin escala al olvido, pero logros profesionales le sonrieron. Sus artículos en la prensa le pusieron en mi radar. Nacieron océanos desde la última vez que nos vimos en Margarita, un verano gozón, con el tipo de fiestas que son preferibles borrar, o quizás no. Fuimos al mismo colegio y nuestras fechorías sellaron una amistad que podía sentirse después de tantos años. Le escribí para felicitarlo por sus escritos y los afectos se desempolvaron, porque las amistades infantiles son de material perdurable.

    —Las elecciones parlamentarias demostraron la farsa, cada día más sofisticada. Los factores opositores quieren jugar. No se ha debido ir a unas elecciones con esas pautas.

    —¿Y qué vamos hacer Fernando?

    —Hay que dejarse de fantasías Mario. La única forma de salir de esta pesadilla es mediante protestas civiles que vayan escalando y activar acciones simultáneas en varias ciudades. Provocar caos, obligar a las Fuerzas Armadas a pronunciarse.

    —Creo que estás siendo iluso —opinó Francisco.

    —¿A qué te refieres?

    —Si estás pensando que los militares actuarán decentemente, los sobrestimas.

    —¿Para qué están los militares? —contesté—; ¿para tomar whisky y enriquecerse, o para defender la seguridad nacional? Hay unos cuantos tan asqueados como nosotros. Pero un pronunciamiento implica arriesgar vidas, carreras. ¿Y cómo hacerlo si los mismos políticos les condenan si actúan?

    —Piensan en sus parcelas y nada más —opinó Mario.

    —Siempre ha sido así —aseveré—, por eso necesitamos construir un teatro que les obligue a ser aliados. Como la producción de una película, nos toca montar el escenario. Organizaremos un movimiento de dignidad y aglutinaremos a la juventud, junto a las fuerzas vivas; una sola voz —respondí.

    —Para el viernes tendré un grupo interesante —prometió Francisco—, es importante que expongas tu visión y escuches ideas diferentes; tener un panorama claro.

    —Me parece bien. ¿A las tres? —sugerí.

    —Perfecto —dijo Francisco—.Una tormenta de ideas nos pondrá en orden la cabeza.

    II

    Francisco Córdoba cumplió su palabra. Era un grupo multifacético. Deseaban confrontar la tragedia, tenían un pasado. Marcharon kilómetros, aspiraron gases, recibieron golpes e insultos, sufrieron torturas, hasta meses encerrados en calabozos. Acumulaban facturas, ansiosos de cobrarlas. Narré mi experiencia años atrás, cuando representé a víctimas de un gobierno que estrangulaba la libertad. El país estaba por sucumbir a un modelo comunista, gobernado por gente sin escrúpulos. Se trataba de una empresa trasnacional del crimen organizado, sustentada por dinero de narcotráfico, petróleo y terrorismo, embadurnada de ideología comunista. La trasnacional del crimen logró infiltrarse en Latinoamérica y Venezuela era la filial más exitosa. Su rasgo diferenciador era su disfraz. Penetró el sistema democrático valiéndose de una petrochequera infinita, que lubricaba su penetración. Nada de fusiles y balas. Lo hip consistía en usar tecnología, esos bits que transfieren millones a las cuentas de los objetivos a dominar, para transformarlos en marionetas del poder. Los dólares eran las balas del siglo XXI, municiones que callaban voces y nublaban conciencias. Los fusilamientos tradicionales, reliquias del pasado; el Che Guevara hubiera bostezado. El petróleo es el nuevo arsenal, fácil y limpio. La debilidad humana, las miserias y bajas pasiones de los hombres, hacían mucho más fácil el trabajo. Venezuela se venía desgastando de fracaso en fracaso, el éxodo de personas valiosas se convirtió en la norma y los que se quedaban iban adaptándose a convivir con los males, como ranas flotando en las ollas, cocinándose a fuego lento.

    —¿Cuándo se cansarán de darle oxígeno a esta locura? —preguntó Francisco.

    —El problema es que se ha alimentado una matriz que hace imposible escapar de la trampa —respondí.

    —Pero Fernando, ¿no crees que hemos avanzado? Se han conquistado espacios.

    —Lo contrario. Esos espacios son metros adicionales que se han cavado en la tumba de nuestro sistema de vida. Los políticos han partido de premisas falsas. Su estrategia permite que se manipule a un porcentaje inmenso de la población y que esa gente manipulada se exprese electoralmente, haciendo que los porcentajes diferenciadores nunca sean distantes. Esto facilita la farsa y le da una válvula de escape a un sistema envilecido.

    —Son unos vendidos, estoy harta de vivir en este país. Mi niña se fue a España y mi muchacho acaba de casarse con una alemana y nunca más regresará —dijo Violeta Alzuru, flaquita como un palillo de dientes y con unos anteojos que le daban aires de intelectual. Luchadora social, con quilates de experiencia en protestas, su liderazgo natural le puso a la cabeza de asociaciones de vecinos, creando una red interconectada, que sumaba miles de personas—. Entiendan que nos traicionaron; los políticos vendieron su alma...

    —Yo fui torturado. Miren esta cicatriz, cinco días sin noches —Juan Rodríguez rozaba los cuarenta y su cuerpo parecía un saco de boxeo. Jugó un rol importante en la toma de una plaza que se convirtió en símbolo de libertad. Su liderazgo se sintió y fue visto como amenaza. Le golpearon con gusto y electrocutaron sus testículos, paralizándole la mitad del cuerpo. Nunca delató a sus amigos y fue soltado por hastío de sus esbirros, frustrados de pegarle a un roble—. Hay que incendiar este país, estos hijos de puta nunca entregarán el poder por las buenas.

    —Quieren seguir con sus elecciones —expresó Gustavo Rey, banquero de ojos morados. Su hijo sufría un mal extraño.

    —¿Y a quién le duele los presos políticos? Aquí están más pendientes de Miss Universo y de American Idol que de las morgues repletas de cadáveres... no veo salida. Ya estoy grandecita para creerme cuentos de hadas. A Venezuela se la llevó el diablo. —Joan Iturriza parecía una taza de té y sus ojos eran el mapa de la nobleza. Los pesares hicieron estragos en sus relieves faciales, pero su atractivo sobrevivía la guerra. Tenía años visitando a los presos políticos, acompañada de una pareja con la que compartía los valores sagrados. Dirigía un blog que exponía los abusos. Refugiada en su intimidad, era dignidad pura, memoria viva de las víctimas de violaciones. Su hastío se erigía sobre una plataforma de autoridad moral—. Yo puedo publicarles artículos y usar mis contactos. Pero no me cuenten para aventuras quijotescas.

    —Joan, ten fe —respondí yo—. Hay gente como nosotros, pero carecen de voz.

    —Tenemos que hacer que te conozcan —dijo Francisco.

    —¿Y por qué no usas tu talento de publicista y te ingenias algo que funcione?

    —Claro que sí Mario —contestó Francisco—. Yo tengo confianza y he recibido palos arrechamente. Estoy dispuesto a poner esta casa. Qué carajo, igual si no actuamos lo perderemos todo. Hablaré con mis tías para que no se angustien, esta casa es de mi familia, pero bueno... la ocupo yo desde que mi mujer me botó para el carajo.

    —Si quieres Fernando, te puedo presentar a Adolfo Claus. Es un hombre bueno que ha financiado a los movimientos estudiantiles y tiene contactos en Colombia.

    —Tengo entendido que su fundación otorga créditos populares —respondí.

    —Lo llamaré para que te reciba —asintió Joan.

    —Por hoy estamos listos. Me levanté de la poltrona y extendí mi mano a cada uno.

    Saliendo, tomé a Mario por el brazo...

    —Hay mucho por hacer, ¿qué te pareció?

    —Esto tenemos que hacerlo nosotros... quizás Francisco pueda servir.

    —Me despierta cierta suspicacia, pero parece buena su oferta de reunirnos aquí. Los demás me parecieron excelentes; están molestos y escépticos, y es entendible. Abrirán puertas que desconocemos.

    —No te confíes; hay mucho traidor, infiltrados. Recuerda que el G2 tiene tentáculos, con dinero para corromper. Tenemos que cuidarnos, no confíes. Yo estoy en esto porque te conozco desde el colegio. En mí puedes confiar. ¿Qué futuro tiene mi hijo en este país? Lo estoy perdiendo todo. ¿Para qué me quemé las pestañas? ¿Para hundirme en este charco de ratas? Caminemos con pies de plomo, cuidémonos. Tú eres noble y crees en las personas... yo te digo que casi toda la gente es traidora. Y esa Violeta... ¿viste cómo temblaba?

    —Cálmate Mario; son buenas personas. No puedes culparla por ser nerviosa, hemos pasado por cosas difíciles.

    —Solo te digo, cuídate. Arriesgamos la vida.

    —Lo sé y no tenemos alternativa.

    —Tienes que protegerte... y a tu familia. ¿Cuál es el próximo paso?

    III

    —Me botaron p’al coño —me informó Mario con los anteojos nublados.

    —¿Quién?

    —Catalina.

    —No entiendo, les veía estupendamente.

    —Pura pantalla.

    —¿Qué pasó?

    —Cosas aquí y allá. No me sentía que llevaba los pantalones, somos incompatibles en formas de entender algunos asuntos que para mí son esenciales.

    —Convérsalo, lleguen a una solución menos drástica.

    —Ya lo intenté de mil maneras. Es estructural, caracteres incompatibles.

    —¿Hay otra?

    —¿Qué?

    —¿Tienes otra mujer?

    —Bueno...

    —¿Ese no será el problema?

    —Es la consecuencia no la causa.

    —¿Quién es?

    —Una amiga de Narcóticos Anónimos.

    —No es sano que te juntes con alguien que no te dé paz.

    —La mujer es brillante. Su hijo es cheverísimo... y está divina.

    —Tú lo que estás es erotizado...

    —Nunca estuve con una mujer que haga el sexo de esta forma. Es creativa... me enseñó posiciones. Cuando consumía droga fue puta... está medio loca y eso me gusta.

    —¿Y Catalina lo sabe?

    —Lo descubrió, pero nuestro matrimonio ya estaba roto. No puedo ser fiel. Me gustan mucho las mujeres y ser monógamo es imposible; estudios de animales lo confirman, los machos no somos fieles, se destruiría el instinto de procreación que hace posible la supervivencia. Lo he intentado; durante los años en París me contuve. Pero aquí las mujeres tienen los mejores culos y son unas descaradas.

    —Catalina es la madre de tu hijo; tu socia en el bufete y agente literario.

    —Sí, tiene cualidades, pero no funciona la convivencia.

    —Y dices que fue ella quien te botó.

    —Esa fue su manera de hacerlo, restarle importancia a los temas que me importan.

    —Estás adicto a las cualidades kamasútricas de la mujer de Narcóticos.

    —Ya te lo dije, fue la consecuencia... y funciona.

    —Trata de resolverlo, no te apresures.

    —Para bailar tango se necesitan dos... yo traté.

    —¿Y qué harás?

    —Alquilé un apartamento.

    —¿Te mudaste con tu amiga?

    —Hay que ahogar las penas...

    —Ojalá estés en lo correcto, pero trata de salvar tu matrimonio...

    —Ya veremos.

    —¿Y cómo va el libro, conseguiste editor?

    —No, creo que voy a tirar la toalla.

    —Ten fe, tu novela es muy buena.

    —A mí me gusta más que la otra.

    —Esa también es excelente, diferente... ya verás, tendrás éxito.

    IV

    El edificio de mi oficina hace viajar a los sesenta. Años atrás, aquí se dieron intensas jornadas para llevar la tiranía ante las cortes del planeta. Fueron épocas de tensiones invisibles; estas paredes escondieron testigos perseguidos, y abrazaron a personas sin recursos, vidas destruidas. Este espacio atesora huellas de la historia desconocida de una nación fracturada. Y ahora volvería a ser refugio para cultivar soluciones. A las cuatro comenzaron a llegar. Sería una reunión ampliada, con sacerdotes, estadísticos, profesores, estudiantes, periodistas, activistas populares, víctimas de violaciones, políticos disidentes y personalidades del acontecer nacional. Mi escritorio presidía la sala y las sillas se dispusieron para hacer un anfiteatro.

    —Les agradezco su presencia. Tratándose de un día feriado, el esfuerzo tiene doble mérito. Estamos encaminados a un precipicio y si no surge algo que oriente el curso de las aguas, se consolidará el comunismo. Somos una sociedad anestesiada que avanza hacia su aniquilación. Es aquí y ahora que tenemos que reaccionar. La historia será severa con quienes ante tanta evidencia prefirieron voltear para otro lado. Es tan sabroso decir que esto se resuelve con votos como imaginar un mundo sin guerras, pero es igual de ilusorio. Llegó la hora de asumir la realidad. Las salidas alternativas son las más legítimas, trabajemos en concretarlas. La historia nos condenará si cerramos los ojos. Contamos con algo de juventud y salud. No hay excusa. Esto ya no es un problema exclusivo de políticos; hay guerra y Venezuela exige de sus hijos... Les he reunido para anunciarles mi decisión de recorrer el país y reclutar gente afín a nuestras ideas, convencidas que el tiempo se acabó y no podemos seguir entrampados en formas, llegó el momento de trascender la hipocresía y conectarnos con el fondo, hacer lo correcto, quizás no lo ideal, pero sí lo debido. Santo Tomás lo afirmó, si los recursos institucionales se agotan, es deber buscar otros medios. Detectaremos a los líderes genuinos, personas capaces de cambiar las cosas; estos personajes están aislados, aguardando ser reconocidos y ponerse en contacto con sus pares. Les haremos eslabones de una cadena humana que conducirá el fuego... Trazaremos un mapa nacional, detectando puntos estratégicos en ciudades neurálgicas. Desarrollaremos capacidad de ejecutar acciones progresivas y simultáneas... subiendo temperatura hasta lograr que se activen en un solo momento los mismos acontecimientos en todo el país, provocando el colapso, con estrategia y gente entrenada, minimizando riesgos. La contundencia provocará reacción en los militares, desconociendo la autoridad de los usurpadores del poder y facilitando un gobierno transitorio que ponga orden, limpie instituciones y prepare un evento electoral democrático. ¿Qué piensan? —concluí.

    —Te aplaudo, y pongo a la orden investigaciones sobre fraudes; los mejores técnicos han contribuido, despistan las dudas —ofreció Gumersindo Silva, quien sin lugar a dudas comía con gusto y con la mirada diseccionaba hasta los pelitos de las alfombras.

    —Yo he puesto todos mis recursos en pro de la lucha —intervenía Ariel Stiller, dueño de una barba que no temía al paso del tiempo. Prestigioso publicista, su firmeza se sentía como un acueducto romano—. Me estoy recorriendo el mundo, sembrando conciencia del carácter antisemita del gobierno. Acuñé esta frase, que pongo a la disposición: Un hombre puede dar la vida por su país, pero un país no puede dar la vida por un hombre. Imprimiré calcomanías para los automóviles.

    —Ustedes son unos ingenuos —intervenía Ignacio Gerbass, de aires distinguidos, barba nevada en una estampa larga y huesuda, tono pausado, aureola de sabio, un clon de Don Quijote de la Mancha—. Gasté un millón de dólares de mi bolsillo; aquí nada se mueve sin dinero, la gente lo que quiere es plata. Si no repartes a diestra y siniestra, nadie te seguirá. Esta lucha es frustrante; dicen que te acompañarán y a la hora de la chiquita te dejan en el asador. No quiero desanimar, pero advierto, esto no se resuelve sin militares y tengo serias dudas con estos tipos.

    —Estamos claros Ignacio —respondí—. La idea es organizar al país pacíficamente, para que se desencadenen los hechos que les obliguen a tomar partido.

    —Yo me pongo a la disposición —dijo Furio Adriano, filósofo de luces brillantes y carisma infinito. Compartimos una amistad de granito. Cincuentón, hipnotizaba a su audiencia, un profesor popular en la Universidad Simón Bolívar. Su encanto tenía una mezcla de cultura y picardía. Alguien despistado creería ver a un cínico, pero su desdén por lo efímero era el velo de su humanismo. Nietzscheano, su corazón era tan grande como su mente privilegiada. Furio era un gran compañero, enriqueciendo estrategias con ideas geniales—. Aportaré fundamentos ideológicos, involucraré a mis alumnos —concluyó.

    —Tenemos años visitando a los presos, daremos logística y comunicaciones —dijo Andrés Lagos, quien con su esposa Alicia eran una especie en extinción: los que dan la vida por ideales y honran la amistad. Daban de comer a los presos políticos, olvidados por una sociedad más pendiente de los goles de la Vinotinto que de aquellos que pagaban con sus vidas la defensa de nuestras libertades.

    —Yo les presentaré a los líderes de las asambleas de ciudadanos —prometía José Maldonado, agente de seguros cuyo éxito tenía deudas de agradecimiento cuestionables; haciéndole cosquilleos de culpa, calmados con su voluntad de colaborar.

    —Organizaré reuniones en los barrios, allí tenemos aliados —expresaba Hilda Anzola, sin miedo a las calorías. Su voz áspera dibujaba colores espirituales, la conquista de sus inseguridades—. Eso sí, nada de paja...

    Una tormenta de ideas arreció en la sala, empapándonos con múltiples estrategias. Mario expuso sus razones para entregar la vida. Recorrió nuestros años de amistad, su hijo, la dificultad galopante de hacer negocios decentes y su resolución de no mantenerse de brazos cruzados. Millán era un malabarista del verbo, que acompañaba de expresiones faciales apasionadas. Conmovía. Martilló el significado de la lucha, verse al espejo requería compromiso. Mientras sus ideas tronaban, recibí la llamada de mi padre: murió mi abuela materna, una mujer hermosa, con espacio vitalicio en mi pecho. Sus rayos derritieron los hielos de mis frecuentes enfermedades infantiles. Fue la brújula de una gran familia. No dije nada. Esperé por las últimas palabras de Mario y concluí la reunión. Manejé hasta su casa. Rezaban. Tomé la mano de mi madre. Paseé mentalmente a través de los momentos con mi abuela; gratos recuerdos flotando en el vacío de su muerte y la certeza de ganar un aliado espiritual que nunca me abandonaría. Que su partida coincidiera con la génesis de mi movimiento no era azar. Ideales, la libertad como norte, mis acciones unidas a la memoria de mi abuela; esto era una señal... cuento con su bendición.

    V

    —Ayer me telefoneó un señor llamado Pastor Cadenas, quiere conocerte —dijo Mario—. Es profesor y vive en San Antonio, miembro de los Rosacruz.

    —¿Rosacruz? ¿No son raros?

    —Estilo masones, se consideran predestinados.

    —Unos lunáticos.

    —Nos vamos a topar con bastantes loquitos, escúchalo.

    Fue en la biblioteca de Francisco Córdoba, donde los muebles no visten telas jóvenes y las torres de papel muerden el techo. Pero los jardines acudían al rescate, colándose por las ventanas y refrescando la vista para disfrutar mejor de los libros antiguos. Mario y yo conversábamos, cuando Francisco irrumpió con Pastor Cadenas, quien rozaba los cincuenta y calzaba sandalias marrones, pantalón verde y una ruana boliviana que le daba aspecto bohemio.

    —Soy ingeniero de sistemas y enseño en la universidad. Tengo años trabajando en CANTV y sé que uno de los pisos de la sede está dedicado a espiar y manipular data. Cubanos les hacen seguimiento a personas relevantes, aliados y enemigos. Estoy a la orden. Puedo ponerlos en contacto con Luna Palomar, mujer influyente, dueña de una posada en Mérida... es lideresa de la resistencia civil.

    Algo me molestaba. Su vestimenta era patética, pero no era eso. Tampoco su tonito de voz, la razón no la descubriría tan rápido, sino meses después.

    VI

    Llegó diciembre. Los estudiantes decretaron huelga de hambre por el proyecto de ley que fulminaría la autonomía universitaria y sus presupuestos. Estaban firmes en morir si el gobierno no negociaba. Respuesta oficial: silencio. Transcurrían los días, se afeaba el panorama, otros se sumaban. Un fuego que nació focalizado se volvía incendio. Las huelgas se extendían por varias ciudades; los estudiantes se la jugaban y las alarmas sonaron. El nerviosismo del poder se colaba en el aire, evidenciando que la lucha no violenta desestabilizaba. La inspiración vino de Gene Sharp, profesor de Harvard y estudioso del totalitarismo. Afirmaba que las tiranías se derrocaban desobedeciéndolas. Sharp recogió elementos comunes de las autocracias, investigando estrategias de personajes como Gandhi. Documentó la lista de acciones necesarias para las luchas libertarias. Este decálogo de estrategias exitosas, universales, se fundamentaba en la naturaleza humana, común a los pueblos donde existe voluntad de derrocar a los despóticos. Tras años de desgaste, el espíritu de la sociedad venezolana se apagaba. Pero los estudiantes demostraban que el alma respiraba. Bastaba una chispa y la voluntad reaccionaría con brío. Había organización, se intuían los hilos de estrategas y financistas. Me motivaba, mis planes no lucían tan utópicos.

    —¿Qué ciudades visitaremos? —preguntó Mario.

    —Las principales, empezaremos con Mérida —respondí—. Conozcamos a Palomar, la mujer que mencionó Pastor. Tiene años luchando, compartirá sus experiencias. Aprovechemos las huelgas, conozcamos a sus líderes y padrinos. Es buen momento para lograr en días lo que en circunstancias ordinarias tomaría meses. Hagamos una agenda con personajes influyentes del interior. Tendré problemas en casa, es Navidad, pero el tiempo se agota.

    —¿Iremos con Pastor?

    —No sabemos nada de él. Francisco dice que es un buen tipo; lo importante es su amistad con Palomar. La mujer está conectada con grupos interesantes; con los sujetos que operan en la sombra y logran los objetivos. Palomar es amiga de El Cunaguaro...

    —¿Y quién es ese?

    —Un tercio entrenado por el Mossad. Se infiltró como estudiante en la Universidad de Los Andes y trancó las principales vías de Mérida. Logró que cerraran la ULA un par de veces. Sabremos si podemos incluirlo. También visitaremos a otro amigo de Pastor, de Cabimas. Se trata de un tipo valioso que paralizó a PDVSA en el Zulia, y tiene infiltrados en posiciones estratégicas. Pasaremos por varios estados... un circuito agotador, pero en un par de semanas tendremos aliados para tejer una red nacional con quienes hacen que las cosas sucedan. Nada de blandengues; los nuestros serán los duros, personas entrenadas para confrontaciones de alto impacto. No queremos estudiantes como carne de cañón. El movimiento contará con el entusiasmo estudiantil solamente como inspiración que fortalezca nuestra simbología. Las

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