El Dolor de ya no Ser
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Es una obra en que la historia y la ficción se combinan para contar hechos reales ocurridos en los albores del siglo XX en Chile.
Son dos capítulos:
El primero se desarrolla en el puerto de Valparaíso en el momento que se entraba al siglo XX y el desarrollo de la organización gremial obrera. Las primeras batallas de los gremios por mejoras en las condiciones de vida. El liderazgo de las primeras mujeres. La brutal represión por parte de las llamadas “fuerzas del orden”, la masacre y la pérdida de la combativa mujer, madre y dirigente gremial.
En el segundo capítulo una familia sobreviviente de la masacre huye al norte a trabajar a las Oficinas Salitreras. El jefe de familia a cargo de sus hijos pequeños, se ve enfrentado a convertirse en líder sindical. Mientras tantos continúan las inexplicables actitudes de dos de los personajes que representan en la obra al bien y el mal. Una bella y atípica historia de amor entre el joven hijo del líder sindical y una hermosa prostituta se entremezcla con la batalla que dan los obreros del salitre, el oro blanco, en contra de los dueños de las Oficinas, Señores todos ingleses.
La historia termina con los sucesos ocurridos en 1907 en Iquique, Chile. Una larga caminata a través del desierto hasta el mar de miles de familias en busca de solución a sus graves problemas, que como respuesta reciben una de las masacres más grandes de la historia chilena en la Escuela Santa María. Se destaca en esta historia la actitud de mujeres que a pesar de la discriminación existente en esos años, son capaces de escribir en contra de esas actitudes machistas y a crear poesía.
El material bibliográfico que documentan los hechos reales ocurridos en esta historia fueron proporcionados por la Profesora chilena de Historia, Iris Araneda. Uno de los principales libros fue “El movimiento obrero en Chile 1891-1919” del Profesor Fernando Ortiz Letelier (El profesor Fernando Ortiz fue secuestrado por la policía de la dictadura de Pinochet y nunca más se supo de él..es uno de los miles de desaparecidos durante el terror dictatorial en Chile en los años 1973-1990).
Pablo Garrido
Apellidos y Nombre : Garrido Bravo PabloAño, lugar y país de nacimiento :1944, Santiago de ChileLugar y país de residencia : Ámsterdam, HolandaProfesiónes: Docente informática, Técnico agrícola, Técnico en dirección y gestión de empresas agrarias, Máster en Nuevas tecnologías aplicadas a la educación.Actividades y Premios:•Gestor cultural, director revista de arte y cultura Arlequín, director del Centro de artes y letras “San Telmo” (Buenos Aires, Argentina).•Autor de prólogos y contratapas a varios libros de diferentes autores.•Coordinador en la creación de varios libros.•Medalla al mérito cultural de la embajada de Chile en Argentina 1999.Enlaces URL a publicaciones electrónicas:htpp://www.todosjuntos.comBibliografíaEditadas:•Curso de PC y administración empresas (Buenos Aires 1992);•Aprender computación y no perecer en el intento (Bs.As. 1995);•Usted puede, aprender computación (Bs. As. 1997);•Reflexiones de un Arlequín (Ensayo y poesía Bs. As. 1998);•El dolor de ya no ser (Novela, Bs. As. 1998);•Caminemos, tal vez nos veremos después (Poesía, Bs. As. 2001);•Aprender Haciendo (Bs. As. 2005);•Un remezón a la memoria (Ensayo, R.Agraria chilena, con otros, Chile 2008).Página/s web del autor: www.todosjuntos.comcorreos electrónicos:
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El Dolor de ya no Ser - Pablo Garrido
Introducción:
En el mes de diciembre de 1976, fue secuestrado por la policía de la dictadura chilena, el Profesor de Historia Fernando Ortiz Letelier, del cual nunca más se supo…, pero quedaron sus libros y uno de ellos El movimiento obrero de Chile 18911919
junto a otro material bibliográfico proporcionado por la también Profesora de Historia, mi amiga Iris Araneda, documentan los hechos reales que inspiran esta ficción.
Gracias Iris y gracias Fernando Ortiz Letelier, a pesar de todo, no pudieron hacerte desaparecer, estás y seguirás siempre presente.
Capítulo I,
Valparaíso puerto principal
En el Cerro Alegre... y alegres.
En Valparaíso, puerto de Chile, los cerros se han ido llenando de gente y de vida. Hay cerros de pobres y otros de no tan pobres, incluso algunos de gente rica.
En uno de los cuarenta y tantos cerros del bello Valparaíso, en el más populoso quizás, a medida que la hora se acerca a la media noche, se juntan los vecinos para recibir el 1900. Todo un acontecimiento llegar al 1900. Se va oscureciendo, el mar está tranquilo y la hora se acerca. El 1899 comienza a despedirse.
Hasta la casa parecía alegre después de la pintada recibida esa mañana. Casa chica, corazón grande, repetía Raúl, orgulloso jefe de familia. Limpia, pintadita para iniciar el 1900...año del nuevo siglo, ¿cómo será? ¿Será mejor que el que estamos terminando? Mirando hacia el mar tranquilo da la impresión que seguirá todo igual. Era la impresión de Raúl el que nunca podría imaginar que en los próximos 100 años el mundo se daría una vuelta increíble, fantástica, que nunca el ser humano habría avanzado tanto, que nunca se habría odiado y matado tanto, que nunca habría volado tanto y tan lejos, que nunca se habría acercado tanto. No, la tranquilidad del agua sólo anunciaba la mayor tormenta de la vida en esta tierra. Anunciaba el advenimiento del siglo XX el más increíble hasta la fecha, entre otras cosas el del cambalache
… que como escribió Discépolo en 1935:
¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás! ¡Dale que va!
¡Que allá en el horno nos vamo a encontrar!
¡No pienses más, sentate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...
Raúl y Leonor con sus tres hijos formaban una de las tantas familias trabajadoras que habitaban en el puerto de Valparaíso. Esperaban el nuevo año, llenos de esperanza. La esperanza humilde, aquella que pide por sus hijos, pide por paz y trabajo. Si, trabajo para comer y seguir vivos. ¿Qué otra esperanza podían tener?
Pronto llegarían sus vecinos recibirían el 1900, el nuevo siglo con la mejor de las pilchas, peinados, limpios y con un traguito para entonar el momento.
La noche vieja
, la más vieja, la del siglo que se va. Se terminan los mil ochocientos y tanto, ahora a contar con mil novecientos…hasta el 2000.
El hijo mayor ya cumplía los 10. Blanco como su abuelo y tirando a rucio por su pelo algo amarillento, y así se quedó, nadie lo llamó por su nombre, era simplemente el Rucio. Parece que algo de sangre vasca corría por sus jóvenes venas. La Leonorcita, vivaz con sus 7 añitos y Margarita de 4, iguales a su madre, una morochita bien parecida. Morocha de color cobrizo como los indios diaguitas del Valle del río Elqui en el norte chico de Chile, como la Lucila, la sobrina mayor que había escrito cosas lindas con sus apenas 11 años.
Los vestidos de las niñas, los hizo Leonor, la jefa de la casa, que trabajaba afuera cosiendo porque se le daba bien la costura y en casa cuando llega, como todas las mujeres. La Leonor que nunca descansa. La que lee siempre y le contesta a su sobrina con cosas también lindas. Con palabras escritas en pedacitos, como cristales que parecen brillar. Le salen así a veces, cristalinas. Poesía dicen algunos. Ella simplemente escribe y le gusta así.
–La Leonor es una poeta don Raúl. – le dicen al hombre, que se pone colorado y no sabe que contestar.
Su Leonor, morocha linda que conquistó en buena ley. Comenzó la conquista una noche en la reunión por la Mancomunal obrera, cuando con voz tranquila se ofreció a formar parte de la directiva secreta. Joven, decidido y simple, caló en el corazón de aquella mujer especial.
–Adiós Leonor, hasta la próxima –le dijo acariciándola con la voz y turbándose al mantener ella la mirada, al despedirse.
Para Leonor fue el deslumbramiento que esperaba. En medio de tanto quehacer, sus lecturas, sus reuniones, parecía que el amor la postergaba. Aquella noche sus sueños la estremecieron intensamente. Sus muslos firmes, por primera vez los sintió que ardían bajo las sábanas, su carne gritaba sedienta, la primavera había entrado a su sangre. Costurera y atrevida, había fundado la primera organización obrera femenina. Costurera y lectora, les leía a sus compañeras y empujaba a los hombres a organizarse.
Luego vinieron algunas entrevistas furtivas entre reunión y reunión, y más tarde cuando el brazo de su Raúl la rodeaba, sentía como sus rodillas vacilaban. Cuando él le hablaba, su voz, esa voz fuerte para las reuniones y la arenga política parecía no acompañarla, simplemente desfallecía y contestaba con murmullos débiles y la respiración agitada.
El era ya su Raúl, su hombre con el que se identificaba. No alto, pero fornido y de mirar profundo, sincero, sus ojos pequeños no mentían, no podían fingir. Era simple, decidido y le gustaba escucharla.
A Raúl le gustaba escuchar a su Leonor que le leía poesías mezclas de amor y llamados a luchar por mejores condiciones de vida, a luchar y amar decían. Las mujeres también tenemos derechos.
Cuando Raúl regresaba a su casa, mientras caminaba lento, acariciaba el dulce recuerdo del instante pasado. El gemido de Leonor era como el suave pasar de aguas que anuncian un futuro de ternuras infinitas, aquella carne hambrienta como el fulgor de un cometa, ella era su Leonor .
…y así llegaron al matrimonio.
¡Vivan los novios! Sonaban las guitarras y subieron los vasos de vino como en la rayuela alzados por decididas manos, pero esta vez la rayuela era corta y el destino, las gargantas. El suelo sin piso, sólo de tierra firme, igual pareció retumbar alegre al zapateo de las parejas y un lazo de amor unió las miradas y los cuerpos de Leonor y Raúl. Y así comenzaron a vivir, hasta que la muerte los separe.
Cuando aparecen los hijos, el tiempo vuela y estos crecen para juntos esperar los tiempos. Se quieren, se aman, se cuidan, se respetan, parecen la pareja ideal.
Ellos, sus hijos y la organización gremial son su vida diaria. Pareja rara, distinta. A los dos les picó el bichito del inconformismo contra el mundo ancho y ajeno. Pero también se quieren y se aman ¿por qué no?.
Ya llegan los vecinos a esperar las 12, los buenos vecinos compañeros de trabajo y de ruta. Pedro y Tere vienen con Juanín su único y extraño hijo. Es hermoso el Juanín, pero parece limitado, no ha podido seguir en la escuela, no puede leer ni escribir. A pesar de ello los tiene como comprados, es algo especial. Mirado al pasar parece un niño más bien tímido que escabulle la mirada y baja los ojos, pero a veces al tropezar con sus ojos se presiente enraizada en su espíritu una fuerza superior. Sus manos siempre cálidas, aún en invierno, se despliegan con magia en la guitarra, nadie sabe como aprendió a tocar tan bien y al escucharlo causa una impresión tan grande que un silencio respetuoso se apodera de todos. Toca hermosos valses peruanos, pero no canta, sólo murmulla y cuando lo hace se llena el aire de fragancia inexplicable. El ríe mientras sus dedos delicados recorren acariciando las cuerdas que despiden una música alegre, embriagadora, es Juanín, el mejor amigo del Rucio.
A la Tere, mujer de Pedro le gusta escuchar las lecturas de su amiga Leonor, la admira y se queda embobada con las poesías.
La mesa preparada, ensaladas y pollo, todos un poco apretados en el reducido espacio, pero felices de compartir y despedir el año ya viejo