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Libertad interior. Sor Juana Inés de la Cruz
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Libertad interior. Sor Juana Inés de la Cruz

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Con este libro las autoras se integran al grupo Universal de las confidentes de Sor Juana Inés de la Cruz, al presentar más que un relato biográfico o un ensayo erudito, la contestación a las interrogantes que inquietan a los investigadores sobre el carácter y temperamento de esta mujer y de las circunstancias en que vivió. Conforme pasan las páginas, y como en un libro de aventuras, Juana Inés, la heroína, nos sorprende con actitudes serenas y alegres o con arrebatos de rebeldía o argumentando sobre valores teológicos o con sus poemas, que iluminan.

LanguageEspañol
Release dateNov 8, 2013
ISBN9781940281414
Libertad interior. Sor Juana Inés de la Cruz

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    Lo acabo de empezar y es precioso ❤️ ✨ ?

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Libertad interior. Sor Juana Inés de la Cruz - Marcela Magdaleno

Con esta obra, sus autoras, Anita Aguilar y Marcela Magdaleno, se integran, al igual que otras sorjuanistas, al grupo universal de las confidentes de la insigne jerónima, presentándonos este libro que, más que un relato biográfico o más que un ensayo erudito, es la contestación a las interrogantes que inquietan a los investigadores sobre el carácter y temperamento de esta mujer heroica y las circunstancias en que vivió, que determinaron sus actos realizados. Siempre resulta grato encontrarse con textos, antiguos y nuevos, sobre todo los primeros, que aborden a Sor Juana; sin embargo, no todos poseen características propias de su género, ya si fuesen novelas, ensayos, crónicas y demás. Tal es el caso de Libertad interior, de la que suponemos tratase de una historia novelada, acerca de la posible vida de la Décima Musa, en el conocido recorrido histórico por sus lugares y senderos.

Impactan los diversos aspectos que las autoras encontraron en la misteriosa fuerza de Juana Inés, que arrasa a los impertinentes de su tiempo, que contempla a la espléndida figura de las letras en sus pasiones, con nuevos matices personales. Conforme pasan las páginas y como un libro de aventuras, Juana Inés, la heroína, nos sorprende con actitudes serenas y alegres o con arrebatos de rebeldía o argumentando sobre valores teológicos o con sus poemas que iluminan; en fin, que nos deleita con su magia y con su presencia. Complace que esta obra describe los tiempos de la Décima Musa, época de transformación social, moral, cultural, de lo indígeno, de lo mestizo, de lo criollo en la Nueva España del siglo XVII. Nos da a conocer las lealtades y traiciones durante su vida conventual, por los cambiantes criterios eclesiásticos y políticos que influyeron decididamente en su destino.

Este libro enfoca la diversidad personal de la Fénix de América, la traviesa, la lectora, la erudita, la mundana y la religiosa.

Carlos Arriaga Alarid

Capítulo I

El cariño y la travesura

¡Ea niñas cristianas, venid a la Escuela,

y aprended la Doctrina con muchas veras!

¡ved, que espere el Maestro!¡Apriesa, apriesa!, apriesa!

¡Corred, llegad, mirad que os ganan la palmeta!

Sor Juana Inés de la Cruz.

Doña Isabel Ramírez ha perdido la paciencia, su hijita Juana Inés es indomable.

— ¿Acaso no puedes ser como las niñas de tu edad, obedientes, recatadas y prudentes? ¿Dónde has estado toda la mañana? ¡Mira nada más, tienes el cabello enredado de margaritas! ¡No, Juana Inés, no puedes meter al chivo en la casa, es una locura!

Doña Isabel pasa casi todo el día atendiendo las faenas de la hacienda y no puede ser la sombra de su hija, por eso da firmes instrucciones a las sirvientas de no distanciarse de la pequeña, quien poseída por una mirada sagaz y aliento inquisitivo, tiende a investigar cada detalle de la vida. A veces aparece sentada en la tierra, jugando con las hormigas, o en los arbustos examinando los huevecitos de las aves; todos los insectos le llaman la atención, también le gusta correr en el campo con los perros; se mete en la estufa de humo, cuando está apagada, para sacar al gato y sale con la cara chamuscada; siempre se mete en líos. Es una pequeña caudilla indócil, muy inquieta, a quien no se le puede dejar sola. A veces la sientan en la cocina, y la sirvienta le explica cómo cocinar pasteles, otras veces le enseñan a rezar; el abuelo sabe que Inés es diferente y esa avidez por conocer la vida la heredó de él.

Juana Inés tiene dos hermanas Josefa y María. María apenas tiene cuatro años, y Josefa, la mayor, va a una escuela llamada La Amiga. Este colegio es semejante al que van las niñas en Madrid, y sólo tienen derecho de asistir las niñas criollas o españolas. Juana Inés percibe la alegría de su hermana cuando va a clases. Un día cuando Josefa camina a la escuela acompañada de la Nana, la infanta las alcanza sin que ellas la vean. De pronto aparece en el salón sentada en una banca, la Nana y Josefa se sorprenden y sonríen, la hermana mayor está feliz de ver a su hermanita, pero teme las consecuencias, se sienta junto a ella y la maestra le pregunta:

— ¿Cómo te llamas?

—Juana Inés, para servirle a Dios y a usted —contesta la niña de enormes ojos.

—Supongo que vienes a tomar lecciones. ¿Quién te manda?

—Mi mamá —contesta la niña tiernamente.

— ¡Desobediente, has dicho una mentira! ¡Te va a pegar mi mamá, si sabe que te has escapado! —le advierte en voz baja Josefa.

Juana Inés supone que el castigo llegará, pero ahora eso no le preocupa, su interés está puesto en las lecciones y ha sumergido su imaginación en un enorme libro de vocales acomodado en el escritorio de la maestra. Además, está encantada, porque le han colocado una pequeña silla con dos libros gruesos y está casi al nivel de su hermana.

La maestra intuye que doña Isabel no ordenó las lecciones para la niña de tres años, pero sigue el juego y le enseña a leer; deduce que su madre tiene mucho trabajo en la hacienda, y además la niña no da lata, está más atenta que las otras niñas. También se sorprende al notar lo rápido que aprende la pequeña; admira su deseo por saber y el esfuerzo que hace por ser como las niñas mayores. Juana Inés repite con entusiasmo las palabras del catecismo, entona el Ave María y el Sanctus. Trabaja con esmero las sumas y restas, juega con carrizos y semillas.

Clasifica con cautela y repite los números. Pone atención como Josefa en los oficios que enseña la maestra. A veces se pica los dedos al coser. En menos de una semana ha hecho una muñeca que, a pesar de tener los ojos chuecos y los labios tristes, adora. Le gusta hacer círculos, cantar y ordenar palitos. La maestra le enseña a recitar poemas; descubre el sonido de los instrumentos y en los descansos juega a la ronda. La maestra le presta un delantal para que no se ensucie la ropa al hacer flores. Hace figuras con semillas de colorín y prende las rondas con canciones madrileñas como la sillita de la reina:

Una y dos me calzo y me voy.

Tres y cuatro a la puerta llamó

Cinco y seis palitos hallé

Siete y ocho un castillo formó

Nueve y diez gallinas y pollitos están a mis pies.

Con trozos de cal dibuja en el suelo rayas y estrellas, y salta con sus amigas, tratando de no pisar las líneas blancas. Aprende tan rápido que cuando su madre se entera que va a la escuela, primero la regaña y después la abraza con ternura. Al enterarse que su hija ya sabe leer, se siente orgullosa; por eso, y a causa de las alentadoras palabras del abuelo, le quitan el castigo, e Isabel siente un inmenso orgullo por su hija. Ni la maestra ni la madre adivinan el efecto que estas visitas a la escuela tendrán en la vida de Juana Inés. Día a día la niña va incrementando su pasión por saber más, ignorando que esta golosina se volverá el termómetro de su ánimo y tortura de por vida.

Capítulo II

Los libros del abuelo

En la hacienda de Panoayan, donde viven, el abuelo ha dejado una habitación como biblioteca y al darse cuenta que el deseo de la niña por saber cosas nuevas asciende, la lleva de paseo entre sus libros. Pedro le escoge un texto de versos con grandes ilustraciones, pero en poco tiempo lo devora exigiendo otro. El abuelo la deja escoger y ella elige un ejemplar de etimologías, en poco tiempo aprende que Nepantla, significa en medio de, como los pasamientos de don Pedro, que a veces están en España y otras en México.

A la niña le gusta el campo ha educado su oído con las sinfonías de la naturaleza: el susurro del río y las aves, el estruendo de los volcanes y los gallos al amanecer; de noche grillos y lechuzas. Para ella, el río salpica sinfonías. Las caminatas entre colores y perfumes silvestres, la afinación del viento y la conversación del abuelo la inspiran. Cada mañana estallan en su mente ritmos y sensaciones. Le gusta correr descalza y acariciar las hojas de las ramas al atardecer. La niña se divierte escuchando el contrapunto de la cascada contra las paredes mohosas de la barranquilla, con un bule saca peces y tortugas. Aprende jugando. Observa el vuelo de aves y mariposas. Le encanta escuchar los poemas que su abuelo recita en voz alta. Sabiamente el abuelo canaliza sus inquietudes antes de que se vuelvan peligrosas.

Conforme crece cambia las travesuras por exploraciones y hallazgos. Recita poemas y canciones de memoria, hace cuentas, pregunta sobre las esferas celestes y consulta todo lo que dice el padre en misa. También se familiariza con el latín, en la santa ceremonia; está al acecho de cualquier novedad. Los domingos, después de misa, le encanta ir al campo con su familia a ver correr venados y volar papalotes. Mientras corre, su cabello vuela, como su imaginación. Al final, las tres niñas terminan mojándose en el salto de agua que está al final de la colina.

Le gusta ir al mercado con su madre, abuelo o con Francisca de San Joseph la esclava; frente a ella se abre un abanico de imágenes: animales, semillas, verdura, polvos y ceras. Le maravilla ver la blancura de la ropa de los indios. ¡Qué dulces olores! ¡Qué delicia! La fruta y las especias: canela, clavo, epazote, hierbabuena, el pápalo, la albahaca. Le impresionan las cabezas de enormes cerdos en canal listos para guisar, las aves vivas colgadas de las patas. En la hacienda de su abuelo recoge duraznos priscos, capulines, peras, ciruelas, manzanas y aguacates con cáscara.

En la hacienda de San Miguel Panoayan se siembran hectáreas de maíz, y cuando se respira agua en el aire, ella vaticina que se acerca la tormenta y pronto se humedecerán los maizales y las nopaleras. En el mercado y en las calles la gente habla el náhuatl, la lengua materna de zona fría, y ella entiende casi todos los conceptos de la lengua tonal y compara el acento con el vuelo del colibrí.

¡Cualli tonal-tzintli! —clama en sonatina el vendedor de aves exóticas.

La niña responde Buenos días. Después el anciano se inclina frente a la niña y le coloca un collar de piedras opalinas, alejándose, con el cuerpo encorvado cargando una docena de jaulas de carrizo sobre su cabeza.

—Hola, papantzi —dice la vendedora de semillas de cacao con una gran sonrisa.

¡Qué lengua tan rítmica!, piensa.

Es mayo y los habitantes se preparan para las fiestas de la Petición de Agua. Los pasillos del pueblo están decorados con flores y toritos. Rumbo a su casa, frente al templo, la esclava y la niña se inclinan al escuchar misa y coros en latín. Después de persignarse, siguen su camino a casa, donde Juana Inés pasa el tiempo jugando con sus hermanas, Josefa y María, y con sus amigos y los hijos de la esclava: María, Beatriz, Matías y José Francisca de San Joseph.

Francisca es muy alegre, habla con acento y ritmo diferente. Dice que algunas de sus melódicas frases son de lejanas tierras. En las tardes les cuenta leyendas de animales y criaturas fantásticas a los niños. Juana Inés aprende términos africanos. Se organiza un festejo cuando nace la hija nueva de la esclava, a la que bautiza Juana de San Joseph. La impaciencia la invade ya quiere jugar con su amiguita, pero tendrá que esperar.

El abuelo don Pedro Ramírez está cansado, ha trabajado muchos años en el campo, tanto en Hueyapan como en Nepantla y Panoayan. A pesar de que ha delegado muchas de sus tareas a empleados, y ha dejado el mando a Isabel, aún se levanta de madrugada para organizar las labores. Mientras que doña Isabel organiza las actividades productivas, él lleva las cuentas y la abuela supervisa a la servidumbre.

Él y la abuela conocen ambos continentes, los viajes le han brindado sabiduría, que transmite con naturalidad a su nieta Juana Inés y aprovecha que ya no puede trabajar como antes para convivir con su nieta, la pequeña lo quiere mucho. ¿Cuántas noches se ha quedado dormida en sus hombros escuchando las historias fantásticas que lee su abuelo?

Isabel lleva mucho tiempo sola, porque el padre de Inés, María y Josefa la dejó y ahora ha encontrado a un hombre llamado don Diego Ruiz Lozano, que le da apoyo emocional y económico pero también se ausenta por largos periodos, ya que sus trabajos en la milicia le impiden la convivencia estable con la familia en Panoayan. Isabel a veces llega cansada y tiene poca paciencia con sus hijas, pero cuando está de buen humor les canta.

Le han dicho a Juana Inés que su padre fue un vasco de la provincia norteña de Guipúzcoa, llamado Pedro Manuel de As- baje y Vargas. Algunos dicen que fue cura, otros comentan que fue capitán, eso le intriga, hace preguntas, hasta que su abuelo le habla con claridad, sabiendo que ella tiene inteligencia para entender la situación. Es una dicha para la niña contar con el apoyo de su abuelo, que de manera natural, le inspira también el amor por la música y la botánica. Sin duda alguna, la criatura es muy especial.

— ¡Léeme más cuentos, abuelo! —insiste Juana Inés, a quien le encanta escuchar la voz de su abuelo, con su acento tan español. Don Pedro Ramírez de Santillana lee en voz alta Peribáñez y el Comendador de Ocaña, de Lope de Vega y Carpio. Es uno de los tantos libros que llegaron del Galeón de España. Después que su abuelo lo lee, cierra el libro y la niña satisfecha se va a dormir, repitiendo las palabras que la hacen reír:

Retrata, pintor, al cielo

Todo bordado de nubes,

Y retrata un prado ameno

Todo cubierto de flores.

Duerme soñando que lee otra vez, sin olvidar detalle.

Son muy agradables las tardes cuando su abuelo la sienta en sus piernas a contarle historias de la España que vivieron de jóvenes los abuelos. A pesar de que la chiquilla ya se las sabe de memoria, no se cansa pidiendo al abuelo que se las cuente otra vez, y él juega con el maravilloso cuento de nunca acabar:

—"Salí de México un día, camino a Santa Fe y en el camino encontré un letrero que decía: Salí de México un día...

El abuelo repite la misma frase hasta que la niña queda sin aliento de tanto reír. La pequeña sabe muy bien cómo se encontraron sus abuelos don Pedro Ramírez y doña Beatriz Rendón, ambos de origen Andaluz; ella fue célebre por su belleza. Por voz de los abuelos conoce el venturoso viaje que hicieron desde Sanlucar de Barrameda en Andalucía hasta México. Pero lo más encantador de la travesía fue cómo cruzaron el río Guadalquivir para ingresar al mar que estaba cerca de Jerez de la Frontera.

Así entre angustias, expectativas y mares picados, le narra la emoción que sintieron al llegar al puerto de Veracruz, quedando hechizados, desde el primer momento por estas tierras del Nuevo Mundo; lo que más le llamaba la atención era el aroma de este nuevo continente.

Sabe que su padre, don Pedro Manuel de Asbaje, es vasco y caballero vizcaíno, natural de la Villa de Vergara. A su padre también le embruja el mar y es aficionado a los libros. Su madre, Isabel Ramírez de Santillana, nació en Yecapixtla, fue bautizada en la iglesia del hermoso rosetón en la fachada. Algunos domingos la familia visita el templo de Atlatlahucan y, casi cada año, se reúne con la peregrinación para celebrar la fiesta de la Candelaria.

Isabel tiene diez hermanos, algunos han muerto; dos de ellos, Miguel y Beatriz, son padrinos de bautismo de Juana Inés, otros viven lejos. Su madre le platica a Juana Inés que ella nació en la Alquería de San Miguel Nepantla, cerca de Amecameca, que significa en donde se visten con mantas de amate, y fue bautizada en Chimalhuacán el 2 de diciembre de 1648, en el año del Señor, y vivió un tiempo en la hacienda que fue otorgada por el Rey Carlos I de España a un cacique de Amecameca llamado Pedro Páez Izital, pasando después a los frailes.

—Mira, Juana Inés, la iglesia donde fuiste bautizada se construyó en 1528 y fue la segunda en construirse en estas tierras.

— ¿Y cuál fue la primera? —preguntó inmediatamente la chiquilla. Sólo se escuchó un silencio y ambos se quedaron reflexionando.

La iglesia de San Vicente Ferrer de Chimalhuacán es alta, rodeada de

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