Pantalla zurda
Por Fernando Márquez
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Original y siempre contracorriente, reacio a sujetarse a cualquier pensamiento preconcebido, Fernando Márquez, «el Zurdo», nos ofrece en este libro sus impresiones sobre el cine. Todo un catálogo de fascinaciones (y alguna que otra repugnancia) que se aparta de lo establecido. Partiendo de la base de que el cine es, hoy por hoy, la expresión artística por excelencia, el autor, al tiempo que nos desvela sus gustos o su admiración (o aversión) por determinados creadores, lanza una denuncia sobre la insustancialidad de nuestros días, el declive de una sociedad donde todo parece irse abaratando a ojos vista y la mediocridad y el pensamiento cómodo está acabando por arrinconar a los artistas auténticos.
Con una voz distinta, única e insobornable, «el Zurdo», uno de los nombres claves de la Movida, autor educado en la modernidad y dueño de un criterio propio e independiente, despliega en esta "Pantalla zurda", al hilo de sus consideraciones sobre el cine, una reflexión más profunda sobre la inanidad de nuestros tiempos y las mentiras de que tienden a recubrirse las expresiones artísticas.
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Pantalla zurda - Fernando Márquez
(Impresiones cinematográficas)
Fernando Márquez, «el Zurdo»
1ª Edición Digital
Septiembre 2013
Smashwords edition
© Fernando Márquez Chichilla, 2013
© de esta edición:
Literaturas Com Libros
Erres Proyectos Digitales, S.L.U.
Avenida de Menéndez Pelayo 85
28007 Madrid
http://lclibros.com
ISBN: 978-84-15414-80-3
Diseño de la cubierta: Benjamín Escalonilla.
Ilustración de la cubierta: THE LEFT HAND
Fotografía de Fernando Márquez: Patricio Alvargonzález
Smashwords Edition, License Notes
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Índice
Copyright
El riesgo de lo auténtico (a modo de preámbulo)
I. EL 98 NORTEAMERICANO. DE CINE
1. De qué va esto
2. Los precursores: Welles, Huston, Peckinpah
3. Raíces y coincidencias
4. Noventayochistas. Uno por uno: Coppola, Scorsese, Milius, Malick, Cimino, Schrader
5. Los actores
II. ES TIEMPO DE FASSBINDER
1. La ruleta china
2. El amor es más frío que la muerte
3. Katzelmacher
4. Miedo al miedo
5. El asado de Satán
6. La ansiedad de Veronica Voss
7. Lola
8. Desesperación
III. UN POCO DE TRAGICOMEDIA
1. La hora incógnita
2. Postdata: Ozores como psicotrónico (¿Homenaje o insulto?)
3. ¿Para cuándo un Oscar honorífico a Ed Wood
4. Mi querida cucaracha
5. Inma de Santis
6. La gran comilona
IV. FILIAS (Y ALGUNA QUE OTRA FOBIA)
1. Cuerpos
2. Música de películas:
V. TRANCES
1. La horuga
2. De profundis
3. El almuerzo desnudo
4. Impacto súbito
5. Momentos tarantinos
6. Abismos de pasión
7. La última vez que vi Tootsie
8. Moira Kelly
9. Cartas desde Iwo Jima
10. Confidencias
11. Ricci
12. Recordando a Clarisa
13. Lecter como anarca
14. El tedio que producen los otros
15. Sincronización
16. La viga maestra
17. Eli
18. Hay otros zurdos pero están en este
SOBRE EL AUTOR
SOBRE LA EDITORIAL
El riesgo de lo auténtico
(a modo de preámbulo)
por Esther Peñas
La compañía de Fernando Márquez, «El Zurdo» asegura la plenitud de la velada, bien se trate de un paseo, el ágape navideño, un té de frutos rojos, la proximidad de una mesa de mezclas, un concierto, una comedia jardielesca o, como en el caso que nos ocupa, una butaca frente al brasero del buen cine. Vaya por delante la advertencia: esta Pantalla zurda, estas impresiones cinematográficas, no son ortodoxas, estipuladas o sospechadas —mucho menos sospechosas de nada—, antes bien responden al riesgo de lo auténtico. Son canónicas en tanto que nos hablan de su autor en lo que van contando.
Cierren de inmediato estas páginas quienes sientan preferencia por los lugares comunes. Aléjense raudos, antes de que lo distinto les seduzca, cuantos crean que sólo los títulos estipulados por los reputados críticos merecen ser recreados. Háganlo ya porque si se demoran, si abren al azar y se entregan a placer en cualquiera de estas piezas, nada volverá a ser igual para ustedes.
Para empezar, por el valor literario de estos apuntes —entiéndase el sustantivo en la mejor tradición humanística—. Sentirán que, aunque no hayan visto la película sobre la que se está hablando, uno la goza. Incluso cuando ni siquiera se conoce. Se despierta, en ambos casos, un hambre soterrada cuyas raíces sentimos extenderse; escuchamos el latido imperioso del deseo, la sed de celuloide que sabe a nitrato.
Aquí, como en otras tantas facetas, Fernando resulta poliédrico y camaleónico (Gary Oldman, pongamos por caso: rockero en Sid and Nancy; policía corrupto en León: El profesional; policía leal en la ciudad de Gotham; magnicida en J. F. K, vampiro sobrio en el Drácula de Coppola o pérfido fascinante en la mediocre saga del mago Potter). Lo mismo se detiene en el Fassbinder menos reputado —al menos, el alejado del icono gayer, tan recargado y fallido—, que en La hora incógnita, de Ozores; y no lo hace, solazarse en esta última, como un exabrupto o lazada snob, sino con la naturalidad de quien ha encontrado un manantial del que abastecerse. Uno es también el agua por la que se mantiene vivo. No se olvide. Y la de Fernando jamás será agua estancada.
Excepciones, sí, pero también puntales de obligada mención: Huston, Welles, Peckinpah, Ford, Capra, Hopper, Scorsese, Cimino… y todo ello vertebrado bajo la sombra del noventayochismo anímico, decadente manglar con ramificaciones en entropías, distopías, resintonizaciones religiosas, juegos especulares de patriotismo e identidad…
La mirada zurda nos propone un insólito recorrido cinematográfico, casi un itinerario vital, porque a Fernando se le pueden achacar algunos defectos, tachas o fisuras (quede libre el que después resultó apedreado) mas nunca la de no conocerse a sí (es decir, que disfruta de la más sublime de las virtudes, para lo pleno, para lo terrorífico, al modo que nos mostró Burke). La selección que aquí se nos presenta no es inocente, es una relación de las muescas —estéticas y éticas— que el conjunto de títulos mencionados ha dejado en quien los recita (y hay ocasiones en que, incluso, los proclama). También por eso resulta fascinante este viaje, porque, además del punto de fuga escogido para iluminar la historia, lo que se descubre, en una segunda o tercera instancia, es la huella de una personalidad fascinante.
Se entra a oscuras, sin conocer la programación. Uno se acomoda. Cuando el estupor se disipa, comienza la fruición.
Se pueden destacar muchas cosas de estos textos. Por encima de otras, voy a quedarme ahora con la elegancia del modo en que se detalla lo que se dice. La elegancia es mirar a las cosas desde su altura y no tratar de imponerlas nuestro estilo, impronta, prejuicio, cabezonería, ocurrencia o sentimentalismo. Eso sería un expresionismo, interesante para otras artes. La elegancia de esta mirada zurdesca radica en lo contrario, en dejarse impregnar por lo que a uno le están contando, sin contaminar. Una suerte de impresionismo entusiasta aunque libre de euforia. Elegante. Para después proceder a establecer esa conexión sorprendente, metazurdesca, de entramados lumínicos de hipertextos que procrean a cada instante y que, ahora sí, razonan lo que previamente se ha sentido. Conocerse. A sí mismo. Sin moralinas. Sin expedientes reglamentarios.
Acaso —pero no tocaba, es este otro tono— echo en falta demorarse en lo cómico, atributo —el humor— destacado en Fernando. Algo de Hawks (rediós, Primera plana), Lubitsch (la modernísima Una mujer para dos, pero sobretodo Ninotchka), los Monty Pthyton (sí, la muy zurdesca y mentada El sentido de la vida), Wilder (Bésame, tonto, Con faldas y a lo loco), Mackendrick (El quinteto de la muerte, aunque también la mencionada No hagan olas)… Otra entrega. Otro programa de sesión continua de clásicos. O no tanto.
Esta lectura, una vez más, me recuerda que desconfío del concepto de postmodernidad. Y que la transmodernidad, tan en boga, creo que hasta me aterra. La más antigua de las películas que aquí se mencionan (acaso Intolerancia, de Griffith) resulta más fresca y lozana de ánimo, de ritmo, de propuesta que cualquiera de las que sé que están en este momento en cartelera.
El paseo por esta panorámica fílmica recuerda a Walser, el paseante por antonomasia de las letras, porque, como él, Fernando mira con la atenta mirada del curioso, nunca del impertinente; con la placidez del que disfruta de cuanto va viendo a su paso, y su paso lo va conformando en un hombre tranquilo.
Fernando, como Leo, el emblema de la Metro Goldwyn Mayer, los estudios que adelantaban en estrellas al propio firmamento, también ruge con aspecto fiero, sobre todo en la distancia del prejuicio. Ojalá quienes aún lo juzgan —a él, enemigo de veredictos incontestables— sean capaces de sentarse en esta butaca, aunque sea al otro lado de la pantalla de papel. Verán una película distinta, una película de manera distinta. Y lo distinto, acaso por esta vez, sea un valor seguro que merece la pena.
Después, pinchen el último corte, el undécimo, del primer álbum, homónimo, de The Doors, año 1967, y déjense seducir por esos compases, porque corresponden al fundido en negro. «This is the end…»
I. EL 98 NORTEAMERICANO. DE CINE
Versión actualizada del texto publicado en el nº 1 de «El corazón del bosque»; otoño ’93
1. De qué va esto
Falta un lustro para el 98. Para conmemorar el centenario. Y para vivir uno nuevo. No sabemos si el mismo de entonces (sólo que —como ironizaba Marx— remedado en tono de farsa). Quizá sea interesante que nos vayamos preparando. Que reamueblemos nuestra cabeza, nuestro espíritu, nuestra voluntad, abandonando los restos de entropía banal, de lightcismo postmoderno. Que incidamos en la vena trágica, trascendente, oculta tras la anécdota de esa misma postmodernidad reabriendo las páginas de la angustia europea que, bajo la falsa superficie de una belle epoque, dio carácter a aquel abrir y cerrar de siglos.
En Norteamérica ya se vive desde hace más de dos décadas este sentimiento gracias a una promoción de guionistas y directores cinematográficos hijos de la tv, de los autocines, de la velocidad: iniciados en el aprendizaje de su Arte por el prolífico y mórbido serie b Roger Corman y por la narrativa comprimida de la pequeña pantalla, se curtieron históricamente con los asesinatos de los hermanos Kennedy, de Malcolm X y Martin Luther King, con Vietnam, con los choques raciales del segregacionismo sureño y del black power, con la toma de conciencia de nuevas comunidades étnicas presuntamente integradas en el melting pot, con el final de la contestación psicodélica que supuso el proceso a la familia Manson y el suicidio de Jim Morrison, con Watergate...
Tras la generación crítica surgida en la transición 50/60 (Lumet, Ritt, Rosenberg, Pollack, Penn, Pakula...), heredera directa de los cineastas marginados por la caza de brujas, la nueva promoción se halla más interesada en el estudio de la Voluntad y de la dimensión existencial del ser humano que en denuncias cívicas concretas. Si se aprovecharon los 60 y primeros 70 para pasar factura al macarthismo y llamar la atención sobre los conflictos raciales, el peligro de la carrera de armamentos, los magnicidios o la corrupción política, los nombres que debutan