Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Pensar en sentir
Pensar en sentir
Pensar en sentir
Ebook257 pages4 hours

Pensar en sentir

Rating: 4 out of 5 stars

4/5

()

Read preview

About this ebook

Nuestras emociones y percepciones ante la ciencia.

Los seres humanos somos el gran acertijo del universo ante nuestros propios ojos inquisitivos. Éstas son algunas instantáneas del esfuerzo por entendernos a nosotros mismos, cómo percibimos el universo que nos rodea, cómo sentimos, cómo pensamos, qué trastornos sufrimos y cómo vemos la vida y la muerte.

Desde el tardío estudio del sexo y el mecanismo de las mentiras hasta el cuestionamiento científico de la belleza y las relaciones sociales, desde la depresión hasta los mecanismos de nuestros sentidos, 50 aproximaciones al estudio de las percepciones, emociones y sensaciones de nuestra especie.

LanguageEspañol
Release dateDec 23, 2012
ISBN9781301482788
Pensar en sentir
Author

Mauricio-José Schwarz

Periodista, escritor, músico, fotógrafo y traductor mexicano y español. Ha escrito cuento, poesía, novela y canciones. Desde 1976 se dedica a la prensa electrónica y escrita, ocupándose principalmente de divulgación científica, entrevistas y política. Obtuvo Premio Nacional de Cuento de Ciencia Ficción "Puebla" en 1984 con su cuento "La pequeña guerra", el Premio "Plural" en 1990 y el Premio de Relato Policiaco de la Semana Negra en 1997 y, ese mismo año, el Premio Nacional de Periodismo del Club de Periodistas de México en 1997 por su trabajo de divulgación en radio. Desde 1999 se dedica a la divulgación científica en la radio y la prensa españolas. Pertenece a la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICyT) y de la Asociación Española de Comunicación Científica (AECC).

Related to Pensar en sentir

Related ebooks

Science & Mathematics For You

View More

Related articles

Related categories

Reviews for Pensar en sentir

Rating: 4.2 out of 5 stars
4/5

5 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Pensar en sentir - Mauricio-José Schwarz

    El estudio del sexo

    Quizá el tema más apasionante para el ser humano no fue objeto de estudio científico sino hasta el siglo pasado, y siempre provocando una gran inquietud.

    En 1929, uno de los fundadores de la psicología científica, John Watson, escribía El estudio del sexo sigue plagado de peligros… Es, ciertamente, el tema más importante de la vida. Es, ciertamente, lo que causa más naufragios en la felicidad de los hombres y las mujeres. Y, sin embargo, nuestra información científica sobre él es tan escasa. Incluso los pocos hechos que tenemos deben ser contemplados más o menos como material de contrabando.

    Cuando Watson escribió esto, sólo existía una institución en el mundo dedicada a la comprensión de la sexualidad humana, el Instituto de Sexología fundado en Berlín en 1919 por el doctor Magnus Hirschfeld, pionero de la sexología, del feminismo y de la defensa de los derechos de las minorías sexuales. En los siguientes años, el instituto reunió gran cantidad de datos y desarrolló algunos procedimientos terapéuticos.

    Sin embargo, los peligros a los que hacía referencia Watson se hicieron evidentes. En mayo de 1933, los camisas pardas nazis atacaron el instituto y se llevaron toda su documentación, estudios y libros, que fueron pasto de las llamas en la infame quema de libros del 10 de mayo de 1933 en la Plaza de la Ópera de Berlín. Hirschfeld, que estaba en una gira de conferencias, nunca volvería a Alemania.

    Los más antecedentes del estudio científico de la sexología no estaban demasiado lejos en el pasado. Se hallaban en un libro sobre psicopatías sexuales del alemán Richard Freiherr von Krafft-Ebing de 1886, que narraba los casos de más de 230 pacientes psiquiátricos, y en un estudio médico del sexólogo británico Havelock Ellis sobre la homosexualidad. Ambos, sin embargo, se basaban en especulaciones no sustentadas con datos objetivos, y por tanto, como Freud, no son considerados aún sexólogos científicos, aunque su curiosidad y audacia fueron esenciales para llegar a una aproximación más rigurosa.

    En 1947, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, el biólogo estadounidense Alfred Kinsey fundó el Instituto para la Investigación Sexual en la Universidad de Indiana, inspirado claramente en el instituto de Hirschfeld. Un año después, Kinsey denunciaba que, en ese momento, teníamos un conocimiento científico más amplio sobre la sexualidad de los animales de granja que sobre la humana. Como resultado del trabajo de su instituto, en 1948 y 1953, Kinsey publicó dos informes sobre la sexualidad humana, el primero sobre el macho humano y el segundo sobre la hembra humana.

    Los reportes Kinsey servirían para comenzar la demolición de una enorme cantidad de mitos sobre la sexualidad, gracias a su visión objetiva y rigurosa, producto de la formación biológica del investigador, de la diversidad de prácticas sexuales humanas. Kinsey y su equipo de investigadores recorrieron los Estados Unidos entrevistando a todo tipo de personas en todo tipo de circunstancias. Aunque además de las entrevistas Kinsey realizó experimentos y observaciones de la actividad sexual, no los referenció directamente por mantener la confidencialidad de sus sujetos.

    Repitiendo la persecución de Hirschfeld, el Comité de Actividades Antiestadounidenses del Congreso investigó a Kinsey a partir de 1953, suponiendo que su interés en el sexo podría tener alguna relación con el comunismo, lo que llevó a la suspensión del financiamiento público de su instituto.

    No fue extraño, entonces, que unos años después, en 1966, la publicación de La respuesta sexual humana de William Masters y Virginia Johnson fuera al mismo tiempo objeto de una atención apasionada que convirtió a este libro en un bestseller y de un abierto escándalo público. Más allá de entrevistas y encuestas, de 1957 a 1965 se habían dedicado a observar la sexualidad en el laboratorio. Esto implicaba analizar la respuesta fisiológica, ritmo cardiaco, anatomía y otros aspectos del cuerpo humano durante la actividad sexual, en solitario y en pareja, con atención especial a la estimulación y al orgasmo.

    Donde Alfred Kinsey había estudiado qué prácticas sexuales realizaba la gente, Masters y Johnson buscaron averiguar cómo funcionaban esas prácticas desde el punto de vista fisiológico, anatómico y psicológico. Por ello, algunos de los aspectos del diseño experimental de Masters y Johnson eran verdaderamente escandalosos para la sociedad estadounidense de los años 60. Por ejemplo, en lugar de utilizar parejas ya existentes, pidieron voluntarios dispuestos a ser asignados a una pareja sexual arbitrariamente.

    En total, la pareja de investigadores estudió a 382 mujeres y 312 hombres, abriendo brecha en áreas de investigación tales como la satisfacción sexual de la mujer, la sexualidad de los humanos ancianos, la homosexualidad y el tratamiento eficaz de disfunciones sexuales como la impotencia, la frigidez y otras que habían sido tratadas, en todo caso, con psicoterapias que se podían prolongar durante años.

    La labor de Masters y Johnson abrió las puertas a la sexología moderna, al estudio del fenómeno de la sexualidad como cualquier otro asunto del universo que merece la atención de la ciencia, aunque a ojos de muchos, por motivos de convicciones morales, religiosas o políticas, el sexo debería estar protegido de los ojos cuestionadores y la visión crítica de los científicos, una visión que actualmente no comparte la mayoría de la gente, independientemente de su visión política o social, aceptando lo que establecía Kinsey como compromiso de su trabajo: Somos los registradores e informantes de los hechos, no los jueces de los comportamientos que describimos.

    El estudio de la sexualidad tiene implicaciones que van mucho más allá del placer que suelen despertar la suspicacia de ciertos sectores, incide en la felicidad y bienestar humanos, en la salud física y emocional, en la reproducción exitosa (y la anticoncepción), en la comprensión de diversas patologías y en el desarrollo de terapias para resolver los conflictos que esta poderosa fuerza de la naturaleza nos provoca. Y aunque la sexología ha avanzado en muchos aspectos, podría decirse que sigue siendo una ciencia apenas en la pubertad.

    El arte de amar

    Antes de que existiera una aproximación científica a la sexualidad humana hubo libros dedicados a la obtención e intensificación del placer sexual como el Kama Sutra o El arte de amar del poeta romano Ovidio, cuyas descripciones revelan su conocimiento empírico: Si das en aquel sitio más sensible de la mujer, que un necio pudor no te detenga la mano; entonces observarás cómo sus ojos despiden una luz temblorosa, semejante al rayo del sol que se refleja en las aguas cristalinas, poética descripción de lo que un moderno sexólogo llamaría el punto G.

    La comprensión de nuestras emociones

    Las emociones nos definen singularmente muchas veces más que nuestro intelecto o nuestras capacidades físicas. Pero esa chispa que vive en nuestro interior sigue siendo uno de los más profundos misterios.

    Júbilo, tristeza, furia, nostalgia, calma interior, miedo, timidez, sorpresa... nuestras emociones son entidades misteriosas, subjetivas por cuanto que sólo podemos experimentarlas nosotros interiormente, pero absolutamente reales si nos atenemos a su expresión exterior, y a la identidad, simpatía o solidaridad que podemos experimentar al ver tal expresión.

    Los filósofos, que durante la mayor parte de la historia humana dominaron la reflexión acerca de las emociones, nos recuerdan que no existe forma de saber si una persona siente lo mismo que otra, pues no podemos comparar la experiencia subjetiva de dos personas a la muerte de un ser querido o ante el gol del triunfo de su equipo de fútbol.

    Pero las demostraciones externas de estas emociones son tan similares que deben tener un significado. El llanto, la expresión de abatimiento, los suspiros, en el primer ejemplo, nos sugieren que lo que las personas están experimentando debe ser similar.

    Y lo mismo ocurre con la reacción que provoca en nosotros ver las emociones en otros, como cuando un grupo estalla jubiloso ante el gol de su equipo, creemos saber lo que sienten, el corazón acelerado, el hormigueo en la piel, las ganas de reír y, curiosamente, sí, de abrazar y en ocasiones hasta besar a alguien a nuestro alrededor, quien sea.

    Quizá la forma más curiosa de compartir emociones que tiene el ser humano sea el arte, que a través de muy diversos medios consigue plasmar las emociones del creador y evocarlas (o emociones muy similares) en sus espectadores.

    Nuestras emociones son respuestas a ciertos acontecimientos que nos resultan relevantes, y que disparan cambios en nuestro cuerpo y provocan un comportamiento característico, como el llanto del deudo o el grito del aficionado deportivo.

    Pero no fue sino hasta muy recientemente, a partir del siglo XIX, cuando las consideraciones filosóficas acerca de nuestras emociones se empezaron a estudiar por medio de la ciencia. Esto quiere decir que se empezaron a proponer hipótesis explicativas que podían explorarse experimentalmente y por medio de observaciones, para validarlas o rechazarlas.

    El psicólogo estadounidense William James, por ejemplo, teorizó que las emociones eran simplemente una clase peculiar de sensaciones causadas por cambios en las condiciones fisiológicas de las funciones autonómicas y motoras. Decía James en 1884: nos sentimos tristes porque lloramos, furiosos porque golpeamos, temerosos porque temblamos.

    Sin embargo, sin que James lo supiera, esta teoría había sido desmentida experimentalmente varios años antes, por el científico francés Guillaume-Benjamin-Amand Duchenne de Boulogne, quien realizó grandes aportaciones a la naciente neurología ampliando los estudios que Galvani había hecho acerca de la electrofisiología, es decir, la forma en que impulsos eléctricos externos podían provocar la contracción muscular.

    Utilizando electrodos aplicados en puntos concretos del rostro de sus sujetos, Duchenne consiguió reproducir expresiones de numerosas emociones humanas. Pero aunque sus sujetos mostraran en su rostro emociones a veces muy intensas y convincentes, ello no hacía que las experimentaran interiormente. Su rostro reía o mostraba miedo, pero no lo sentían. Sin embargo, a través de sus detallados y prolijos experimentos, Duchenne realizó grandes avances en el conocimiento de la musculatura del rostro, de las rutas neurales que la activan y de la fisiología de nuestros movimientos, y para la comprensión de la parálisis.

    El trabajo de Duchenne influyó además en una de las grandes obras de Darwin, La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, donde proponía la idea de que las emociones y su expresión eran, al igual que los aspectos meramente anatómicos y fisiológicos, producto de la evolución por medio de la selección natural. Era un gigantesco paso para llevar el tema de nuestras emociones de las alturas de lo sobrenatural a la realidad cotidiana capaz de ser estudiada científicamente.

    Pero hoy, a punto de terminar la primera década del siglo XXI, seguimos muy lejos de poder comprender científicamente las emociones. La psiquiatría se aproxima a las emociones como parte de su estudio y tratamiento de los desórdenes mentales (categoría ésta, en sí, profundamente conflictiva). La psicología busca comprender los procesos internos que las caracterizan, así como las conductas mediante las cuales se expresan y sus mecanismos fisiológicos y neurológicos. Por su parte, las neurociencias buscan respuestas correlacionando el estudio psicológico con métodos que valoran la actividad cerebral, los neurotransmisores y las distintas estructuras del cerebro que participan cuando experimentamos una emoción.

    Alrededor de todos estos estudios se encuentran quienes en la biología evolutiva estudian cómo llegaron a existir las emociones, quienes en la etología comparan emociones entre distintas especies, y quienes analizan las emociones compartidas en estudios sociológicos o cómo utilizarlas en labores terapéuticas diversas.

    Somos nuestras emociones de modo tan intenso que bien podría decirse que toda ciencia relacionada con el ser humano las estudia, desde uno u otro punto de vista. Y pese a que nuestros conocimientos son tan limitados, no faltan charlatanes y embusteros que afirman conocer el funcionamiento de las emociones y poder utilizar sus imaginarios conocimientos, en asombrosos actos de magia, para realizar maravillas como la curación del cáncer.

    Es cierto que las emociones juegan un papel en nuestros procesos fisiológicos. El misterioso efecto placebo, en el cual las expectativas y el condicionamiento cultural determinan que alguien se sienta mejor si toma una sustancia inocua que cree que es un medicamento, el valor de la relación emotiva médico-paciente e incluso los datos que indican que un bajo nivel de estrés y una buena disposición emocional ayudan a la curación de ciertas afecciones son todos indicadores de que allí hay un universo de posibilidades por descubrir, un verdadero misterio apasionante que vive en cada uno de nosotros y nos anima a cada momento.

    La sonrisa de Duchenne

    En sus estudios de la expresión de las emociones, Duchenne descubrió que la sonrisa verdadera, la que evoca una emoción, no sólo implica los músculos de las comisuras de los labios, sino el músculo orbicular de los ojos, que eleva las mejillas y forma las patas de gallo a los lados de los ojos. Y lo más asombroso es que la mayoría de nosotros, innatamente, puede diferenciar la sonrisa falsa de la que evoca una verdadera alegría.

    La ciencia ante la belleza

    El profundo tema de la belleza está siendo enfrentado por la ciencia, con la certeza de que saber objetivamente cómo nos afecta no hará menos intensos nuestros sentimientos subjetivos.

    Ciertas cosas nos parecen bellas y otras no. Dado lo intensa que resulta nuestra reacción ante la belleza (y ante su opuesto, lo feo), el tema ha sido apasionadamente estudiado por la filosofía. Y también por la ciencia. Así, Pitágoras impulsó el desarrollo de la música al descubrir que los intervalos musicales no son sino subdivisiones matemáticas de las notas..

    Grecia también nos dio el descubrimiento de la proporción áurea, también tema de Pitágoras y de Euclides, y que es cuando dos cantidades tienen un cociente de 1.618, la constante denotada con la letra griega fi. Esta proporción resulta especialmente atractiva a la vista, y los artistas la han usado en sus obras, desde los templos griegos, como el Partenón, que al parecer está construido sobre una serie de rectángulos dorados, hasta una gran parte de la pintura, arquitectura y escultura renacentista.

    La proporción áurea, como se descubrió después, está también presente en la naturaleza, en elementos tan diversos como la concha del cefalópodo arcaico llamado nautilos o las espirales que forman las semillas de los girasoles (o pipas).

    Pero nada de esto nos dice qué es lo bello y, menos aún, por qué nos lo parece.

    Tuvo que llegar la psicología del siglo XX para empezar a analizar experimentalmente nuestras percepciones y tendencias y abrir el camino a la explicación científica de por qué algo nos parece bello.

    La ciencia del arte

    Uno de los más importantes neurocientíficos, Vilayanur S. Ramachandran de la Universidad de California, junto con el filósofo William Hirstein, se propuso disparar el estudio neurológico del arte con un artículo publicado en 1999 en el que proponía entender el arte a través, tentativamente, de ocho leyes de la experiencia artística, basado en sus estudios del cerebro y, especialmente, de alteraciones neurológicas como las que padecen los savants, que suelen tener una gran facilidad para la creación artística, tanto musical como gráfica.

    Para Ramachandran y Hirstein, en la percepción del arte influye ante todo el efecto de desplazamiento del pico, que es fundamentalmente nuestra tendencia a la exageración. Si se entrena a un animal para diferenciar un cuadrado y un rectángulo de proporción 2:3, premiándolo por responder ante el rectángulo, la respuesta será aún más intensa ante un rectángulo más alargado, digamos de proporción 4:1. Es lo que hace un caricaturista al destacar los rasgos distintivos y eliminar o reducir los demás, provocando en nosotros el reconocimiento. O lo que hace el artista al destacar unos elementos placenteros y obviar otros.

    Entre los aspectos propuestos por Ramachandran y Hirstein, uno de los más apasionantes es el de la metáfora. Cuando se hace una comparación metafórica como Julieta es el sol, tenemos que entender (y nos satisface hacerlo) que Julieta es tibia y protectora, no que sea amarilla y llameante. El proceso de comprensión de la analogía es en sí un misterio, pero más aún lo es el por qué, sobre todo desde un punto de vista evolutivo, nos resulta gratificante hacerlo.

    Según estos estudiosos, el arte incluye aspectos como el aislamiento de un elemento de entre muchos al cual prestarle atención, la agrupación de elementos y algo que la psicología cognitiva tiene muy en cuenta en el estudio de la belleza humana: la simetría.

    El rostro humano

    Los estudios sobre la belleza humana también demuestran que la simetría es uno de los requisitos esenciales de la belleza, y esto ocurre en todas las culturas humanas y a todas las edades. Los bebés prefieren observar objetos o rostros simétricos en lugar de los que no lo son.

    Otro de los descubrimientos asombrosos sobre el rostro humano es que un promedio informático de una

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1