Cuentos y Recuerdos: La Colección Latina
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About this ebook
La Colección Latina incluye "Recuerdos de Antes y Entonces", "Una Noche con B.B.", "El Velorio de Maya", y "La Chancleta".
Las primeras tres obras son en español, mientras que la ultima – siendo producto de la vida en Nueva York – es bilingüe.
Recuerdos y B.B. son fragmentos de mis diarios. El Velorio esta basado en una historia real y verdadera, pero ¿quien se lo va a creer? La Chancleta se basa en cosas que he oído en mis viajes por la vida.
Kali Amanda Browne
Kali Amanda Browne was born in New York City; grew up in Puerto Rico; and she came of age and currently resides in Brooklyn, NY. Above all, she tries to laugh even at adversity. She is a writer, food enthusiast, devoted daughter, nerd, pagan, wild woman...
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Cuentos y Recuerdos: La Colección Latina Rating: 0 out of 5 stars0 ratingsEl Velorio de Maya (Español) Rating: 0 out of 5 stars0 ratingsRecuerdos de Antes y Entonces Rating: 0 out of 5 stars0 ratings
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Cuentos y Recuerdos - Kali Amanda Browne
TABLE OF CONTENTS
RECUERDOS DE ANTES Y ENTONCES
PUERTO RICO (El Antes)
El Baúl
Hormiguitas
La Palmera Parte I: Encantando a Don Carlos
La Palmera Parte II - La próxima generación
Que Llueva, Que Llueva
EL NORTE (Entonces)
El Gatito Encantado
Visitando a Dios
Actos de Dios
El Arco Iris
La Embajadora Emérita
UNA NOCHE CON B.B.
EL VELORIO DE MAYA
El principio del final
La muerte toca a la puerta
Reunión con el Destino
Rosa, rosa, rosita...
Elvis en Terciopelo
Lo Que Paso, Pasado
¡El horror! ¡El horror!
Lágrimas y Dim Sum
LA CHANCLETA
SOBRE LA AUTORA
ACERCA DE LA CASA EDITORIAL
RECUERDOS DE ANTES Y ENTONCES
Cuando sueñas, cada imagen y cada sentimiento es una memoria de ti mismo. A delante encontraras una colección de recuerdos, directamente de mis diarios de los años 1997 – 2007. Por supuesto, cada recuerdo cambia de año a año tal como aumentamos nuestra propia sabiduría. Con suerte cada recuerdo hablara de una belleza verdadera y trascendental. Los recuerdos son el arte del alma.
PUERTO RICO
(El Antes)
El Baúl
Mi abuela tenía un conjunto baúles en su dormitorio.
Eran unos de esos antiguos baúles que la gente usaba en viajes largos.
El interior era madera de cedro. El exterior era una combinación de cuero y clavos y hebillas de cobre. No tengo idea cuánto tiempo habían estado en la familia. Creo que esos baúles pudieron haber sido los mismos que mi bisabuela llevo con ella en su viaje al norte en los años 1920s.
Aunque eran dos, siempre se les refería como una unidad propia. El baúl contenía la ropa y joyas buenas. Y documentos importantes - como los papeles de mi confirmación, las actas de nacimiento y cosas así. También guardaba sus fotografías allí. Trozos congelados de una vida que nunca viví y de personas que nunca conocí, pero cuya imagen se hizo tan familiar que con el tiempo se hizo algo íntimo, hasta el punto de que esas mismas imágenes se han integrado en mi psique.
Esa fue la residencia oficial de sus cosas.
La casa era de mi abuelo y todo en ella era propiedad del el, según el, incluyendo la ropa que ella llevaba puesta. A veces el hizo el punto para aclarar este hecho con cualquier persona que escuchaba. Y a ella le daba de mas, por ella si el quisiera podría reclamar la totalidad del Nuevo Mundo, pero lo que estaba dentro del baúl eran sus cosas. Ni de el ni de nadie más.
En esos entonces, yo era la sombra de mi abuelita, cuando con adoración la seguía a dondequiera que iba. Cuando entrábamos a su habitación, me subía en la cama y la observaba atentamente.
Cuando veía que bajaba los artículos de tocador y el conjunto de peine, me sentaba en expectativa, sabiendo que iba a abrir el baúl. Yo sería guardián del tapete de encaje. Entonces ella me dejaba ver todo lo que tenia en su baúl.
Me dejaba tocar algunas cosas y otras mas delicadas las podía estudiar de lejos.
Me pregunto si mi amor por papeles proviene de todos los viejos y gastados documentos que surgieron de ese baúl. Me pregunto si mi amor por la historia también viene de los cuentos que me contaba de la gente, los lugares y los tiempos en sus fotos.
El amor por la joyería, creo que eso es genético. A veces me ponía un poco de colorete en las mejillas y jugábamos desfile
en sus joyas y tacos.
El juego con las joyas se termino el día que me dijo que cuando ella se muriera, las joyas serian mías. Y por supuesto, con mis dos o tres años de sabiduría y diplomacia, le pregunte, ¿Cuándo vas a morir para que pueda tener su joyería?
No tenía idea de lo que era la muerte, pero si entendí que me estaba prohibiendo jugar con las joyas.
Recuerdo su risa despampanante, las lágrimas y un comportamiento neurótico en espacio de minutos. Cuando se calmó, me sentó y me explicó que si moría no podría estar conmigo nunca más.
Lo dijo como si yo entendiera el concepto de nunca
.
Lo que yo entendí fue que no quería desprenderse de sus juguetes. Que sabia yo de cosas como oro y plata y piedras preciosas, para mi juego es juego y las joyas eran juguetes. Así que me despedí con elegancia, Bueno, está bien. Entonces quédate tu con ellas.
Y con eso, me fui contentita camino a cuarto a jugar con mis propios juguetes.
Creo que nunca duplicamos el amor que nos teníamos en aquellos tiempos. Alrededor de los cinco años, ya ella me había perdido. Yo sabía que no quería ser nada como ella, esclava de sus sentimientos y su marido. Una mujer débil ante un hombre troglodita.
Me fue más duro desde ese entonces, y mi opinión sobre ella no mejoró mucho hasta que fui adulta y me di cuenta que es solamente una persona intentado todo lo posible para sobrevivir en su mundo. De todas formas, hasta el los años que lleve enojada con su existencia, nunca dejé de amarla, pero siempre pensé que era una debilidad.
Me gustaría decir que he madurado desde ese entonces, aunque sea un poquito.
Desde entonces la he perdonado por ser humana, por ser solamente una mujer que amaba a su pareja, casi tanto como lo hacía cuando era una niña de dieciséis años.
Ahora sin él, aunque se que le hace mucha falta, se transformó en una mujer muy interesante. ¡Una mujer nueva! Por años vivió feliz y se divertía, y vivió más aventureras de lo que había vivido durante toda su vida con el.
Hasta que el Alzheimer le robó sus recuerdos y la matriarca que conocí.
Un huracán le robó el baúl y sus contenidos.
La última vez que fui a casa, hace casi una década, ella me llevó al dormitorio y comenzó a bajar sus peinetas sobre el baúl. Sentí la emoción de niñez. Mientras deslizaba el tapete a un lado y me lo entregó a mí, me sentí como yo lo hice a los tres años, esperando