La receta del Gran Médico para el cáncer
By Jordan Rubin and David Remedios
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La receta del Gran Médico para el cáncer - Jordan Rubin
LA RECETA DEL
GRAN MÉDICO
para
EL CÁNCER
JORDAN RUBIN
con el doctor Joseph Brasco
La_receta_del_gran_medico_para_el_cancer_0001_002El propósito de este libro es educar, por tanto no se han escatimado esfuerzos para darle la mayor precisión posible. Esta es una revisión de la evidencia científica que se presenta para propósitos informativos. Ninguna persona debe usar la información contenida en esta obra con el fin de autodiagnosticarse, tratarse, o justificarse para aceptar o rechazar cualquier terapia médica por problemas de salud o enfermedad. No se quiere convencer a nadie a no buscar asesoría y tratamiento médico profesional, y este libro no brinda asesoría médica alguna.
Cualquier aplicación de la información aquí contenida es a la sola discreción y riesgo del lector. Por lo tanto, cualquier persona con algún problema de salud específico o que esté tomando medicamentos debe primero buscar asesoría de su médico o proveedor de asistencia sanitaria personal antes de comenzar algún programa alimenticio. El autor y Grupo Nelson, Inc., no tendrán obligación ni responsabilidad alguna hacia cualquier persona o entidad con respecto a pérdida, daño, o lesión causados o que se alegue que han sido causados directa o indirectamente por la información contenida en este libro. No asumimos responsabilidad alguna por los errores, inexactitudes, omisiones o cualquier inconsistencia aquí contenidos.
En vista de la naturaleza compleja e individual de los problemas de la salud y del buen estado físico, este libro, y las ideas, los programas, los procedimientos y las sugerencias aquí contenidos no pretenden reemplazar el consejo de profesionales médicos capacitados. Todos los aspectos con respecto a la salud de una persona requieren supervisión médica. Se debe consultar a un médico antes de adoptar cualquiera de los programas descritos en este libro. El autor y la editorial niegan cualquier responsabilidad que surja, directa o indirectamente, del uso de esta obra.
Editorial Betania es una división de Grupo Nelson
© 2006 Grupo Nelson
Una división de Thomas Nelson, Inc.
Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América
www.gruponelson.com
Título en inglés: The Great Physician’s Rx for Cancer
© 2006 por Jordan Rubin y Joseph Brasco
Publicado por Nelson Books, una división de Thomas Nelson, Inc.
Traducción: Rolando Cartaya
Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 0-88113-090-7
Reservados todos los derechos. Ninguna parte del presente libro puede reproducirse,
guardarse en sistema de almacenamiento alguno, o transmitirse en cualquier forma
o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabado, escaneado, o
cualquier otro, a excepción de citas breves en revisiones o artículos de crítica, sin el
permiso escrito por anticipado de parte de la casa editorial.
Impreso en Estados Unidos de América
Printed in the U.S.A.
A mi querida abuela Rose, y a todas las demás abuelas Rose de este mundo, ruego a Dios que los principios contenidos en La receta del Gran Médico para el cáncer puedan hacer una profunda diferencia en sus vidas.
CONTENIDO
Introducción: Mi Rosa
Llave # 1: Coma para vivir
Llave # 2: Complemente su dieta con alimentos integrales, nutrientes vivos y superalimentos
Llave # 3: Practique una higiene avanzada
Llave # 4: Acondicione su cuerpo con ejercicios y terapias corporales
Llave # 5: Reduzca las toxinas en su ambiente
Llave # 6: Evite las emociones mortales
Llave # 7: Viva una vida de oración y con propósito
Plan de batalla de La receta del Gran Médico para el cáncer
Notas
Acerca de los autores
INTRODUCCIÓN
Mi Rosa
No hace mucho, el cáncer me arrebató a mi abuela Rose.
Era laúltima sobreviviente de mis cuatro abuelos, y mientras yo era testigo impotente de cómo el cáncer consumía a esta mujer otrora vibrante hasta convertirla en un esqueleto de 32 kilos, me sentaba junto a su lecho a recitarle poesía, leerle las Escrituras y cantar música de adoración. Me sentía desamparado, a medida que su cáncer de la vejiga -como un ejército que avanzaba lentamente- invadía su cuerpo, nublaba su mente y acababa por apagar la llama de sus casi 83 años de vida.
Mientras la veía jadear, me sentía conmovido en extremo, evocando los recuerdos que tanto nos habían unido.
A mis veinte años, cuando me tocó enfrentar mi propia lucha de vida o muerte contra horribles dolencias abdominales y del tracto digestivo, de cuando en cuando me quedaba con abuela Rose para que mis padres tuvieran un respiro en la atención que me dedicaban. Mi paciente abuela presionaba entonces suavemente una toalla húmeda contra mi frente febril, ponía en mi boca a cucharadas su sopa de pollo hecha en casa, y lavaba sin chistar mis sábanas percudidas.
Las dos veces que estuve hospitalizado insistió en dormir en un jergón colocado al lado de mi cama. Aunque no había entonces muchos motivos para reírse, una noche reímos juntos después que una enfermera entró a mi habitación a las cuatro de la madrugada y le colocó a la abuela un torniquete en el brazo izquierdo para extraerle una muestra de sangre, creyendo que era ella el paciente.
Abuela Rose habría hecho cualquier cosa por mí, hasta dar medio litro de su sangre. ¡Qué mujer tan extraordinaria! Nacida en 1922 en una bucólica aldea polaca que bien podría haber servido de escenario a la famosa película El violinista en el tejado, Rose era la menor de los siete hijos de Gidalia y Simma Catz.
Siempre se agradecían en la granja familiar un par de manos más.
Su padre tenía un molino en el que trituraba semillas de amapola y de linaza para hacer aceite. Por aquellos días se consideraba una delicia mojar la torta amasada con las semillas ya exprimidas en schmaltz, la enjundia flotante en la sopa de pollo.
Su familia judía enfrentó un creciente hostigamiento a lo largo de la difícilépoca que siguió a la Primera Guerra Mundial. El hermano mayor de mi abuela, Sydney, fue terriblemente acosado en el ejército polaco. Mi bisabuela Simma ayudó a Sydney a desertar, y su familia hizo los arreglos para que llegara sano y salvo a los Estados Unidos. En Ellis Island, un islote situado en la bahía de Nueva York, punto de entrada entonces de los inmigrantes, le esperaban varios tíos y tías que ya habían emigrado a América.
En los años 30, nubarrones de guerra se cernían sobre Europa.
Cuando Adolfo Hitler fue electo canciller federal de Alemania en 1933, procedió rápidamente a hacer aprobar represivas leyes antisemitas, y a hacerlas cumplir brutalmente con sus camisas pardas. En medio de ese ambiente hostil, la persecución contra los judíos se intensificó en otras partes del viejo continente. Rose, que contaba entonces 13 años, tuvo la suerte de poder emigrar en 1935 con sus padres y varios hermanos a los Estados Unidos, donde la familia se estableció en la barriada neoyorquina de Queens. Ellos formaron parte de laúltima ola de judíos europeos en llegar a los Estados Unidos antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Las dos hermanas mayores, Sonya y Dora, que se habían casado con parientes, quedaron en Polonia, uno de los peores lugares del mundo para un judío en 1939.
Posteriormente a la guerra relámpago o blitzkrieg nazi, las hermanas de Rose y sus familias fueron aprehendidas y enviadas a los campos de la muerte. No hubo Lista de Schindler que las salvara. Suponemos que todos murieron en las cámaras de gas de Auschwitz.
Después de la guerra, Rose se casó con Alvin Menlowe, un inmigrante de Checoslovaquia. De su unión nació mi madre, Phyllis, y otra hija menor, Debbie.
Cuando yo nací, veinticinco años después, era un niño aquejado de cólicos que interrumpía el sueño de mis padres. Abuela Rose, que cada cierto tiempo pasaba temporadas con nosotros, se escondía detrás de mi cuna cuando apagaban las luces. Entonces extendía su mano y frotaba mi frente.
«Jordi, Jordi… vas a estar bien», me calmaba. «Yo estoy contigo ».
Otro de mis más lejanos recuerdos de ella data de cuando yo tenía dos años. Abuela Rose me llevó a Miami Beach. Era la primera vez que veía el mar. Mi abuela me abrazó contra su pecho y corrió hacia las olas. Por poco me muero del susto. Me dicen que lloré, pero eso pronto cambió, según me fui acostumbrando al inquieto océano. No tardé mucho en aficionarme a caminar por las tibias aguas de esta margen del Atlántico, de la mano de la abuela a quien adoraba.
PREDILECCIÓN POR LOS DULCES
Mis padres fueron vegetarianos hasta poco después de que yo cumpliera cuatro años, cuando mamá quedó encinta de mi hermana Jenna. A abuela Rose le correspondió el honor de servirme mi primer muslo de pollo. Sus hábitos en la mesa no eran tan sanos como los de mis padres. A la hora del almuerzo, por ejemplo, devoraba alegremente rosquillas glaseadas y helado de café, seguidos por una taza de café muy azucarado.
Se había aficionado a los dulces no mucho después de que su barco atracara en Ellis Island. Para mi abuela y su familia, América era «la tierra de los libres y el hogar del pan blanco». Le habían contado que nuestras calles estaban pavimentadas de chocolate, y que en cada esquina alegres vendedores despachaban barquillos con no menos de dos bolas de helado cada uno.
Aunque en su tercera edad se las arregló para comer más saludablemente, nunca renunció a su predilección por los dulces.
Su esposo, mi abuelo Al, también se desvivía por la comida chatarra. Quizás por eso murió repentinamente de un infarto cardíaco a los 55 años, cuando yo sólo contaba 18 meses. Abuela Rose permaneció viuda desde entonces. Nunca se volvió a casar.
A principios de 1999 empezó a padecer una serie de inusuales