Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

La lealtad de los delincuentes
La lealtad de los delincuentes
La lealtad de los delincuentes
Ebook229 pages6 hours

La lealtad de los delincuentes

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

Valencia como escenario y en plena crisis económica, donde las costumbres de una generación acomodada ya no se sostienen, Antonio Bataller, una pieza más de ese sistema en ruinas, pasa a formar parte de la fracción de la sociedad, cada vez más extensa, afectada por el exceso de desocupación y de ocio obligatorio. Con la única perspectiva de dejar pasar el tiempo, a la espera de que la situación se solucione por sí sola, este joven en paro, ex directivo de una empresa inmobiliaria, y acostumbrado a un ritmo de vida acelerado y exitoso, se ve envuelto en una investigación policial por culpa de sus inseparables colegas de toda la vida. Entre drogas, sexo y engaños buscará la manera de enderezar su situación, en una lucha constante por tomar el camino correcto. Serán decisiones difíciles, inesperadas y que marcarán un antes y un después en su vida. El amor y la lealtad definirán un punto de inflexión en el que nadie desearía encontrarse nunca.

De la mano del protagonista, como si de una cámara se tratase, pasaremos por la hiperrealista descripción de una sociedad actual, urbanita y cambiante en la que nacen los nuevos criminales, y descubriremos el impulso escondido que mueve a los personajes a cometer los delitos más miserables.
LanguageEspañol
PublisherBookBaby
Release dateDec 1, 2009
ISBN9788461365203
La lealtad de los delincuentes

Related to La lealtad de los delincuentes

Related ebooks

Thrillers For You

View More

Related articles

Related categories

Reviews for La lealtad de los delincuentes

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    La lealtad de los delincuentes - Toni Soler

    © Antonio Soler Palomares, 2009

    © Itbook Editorial, S.L., 2011

    Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

    Diseño de cubierta: www.hugosaiz.com

    Copyright © fotografía: www.diegorando.com

    Maquetación: Itbook Editorial, SL

    Para Anita,

    mi inspiración y

    aliento.

    Todos los personajes de esta novela son ficticios.

    Todos.

    CAPÍTULO PRIMERO

    La pandilla

    "(De panda) || f. Trampa, fullería, especialmente la hecha juntando cartas. || f. Liga o unión. || f. Liga que forman algunos para engañar a otros o hacerles daño. || f. Bando, bandería. || f. Grupo de amigos que suelen reunirse para divertirse en común".¹

    1.- REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la Lengua Española, Espasa Calpe, Madrid, 2001, 22a ed.

    1. La rutina

    Valencia la nuit. Todos los colegas. Bueno, todos no, claro, Emilio y Quique ya se habían marchado. Era como si sus mentes estuviesen conectadas por ondas ultrasónicas con las de sus mujeres. Podían sentir, conforme avanzaba la noche, el malestar y el reproche que ellas emitían. Esa sensación se acentuaba cuando mejor se lo estaban pasando, y no podían más que reprimir sus instintos y ceder en un acto de cobardía a las obligaciones que les esperaban en casa. Se despedían con la cabeza baja y, con una evasiva dedicada siempre al bienestar de sus pequeños retoños, salían del garito dispuestos a afrontar una soberana bronca al llegar al nido con varias copas de más. Aunque todos éramos conocedores de que la verdadera autoridad recaía en las madres de sus hijos, ellos nunca lo admitirían. Por orgullo o por vergüenza, el abandono de la juerga entre amigotes nunca tenía una excusa clara.

    Sin embargo, allí estábamos los demás, Álex, Dani, Angelito, Carlos, Fran y yo, en el local más de moda de toda la ciudad, a las dos de la madrugada y con un pedal de campeonato. Menos Álex, que había aprendido a desconectar un interruptor oculto en su cabeza que le permitía ignorar las amenazas y reprimendas que le caían al llegar a su casa; el resto estábamos solteros en aquellos momentos y, por tanto, no le debíamos lealtad a nadie, excepto a nosotros mismos. Los amigos eran lo primero y después todo lo demás. Resultaba chocante pensar así cuando todos habíamos pasado ya de los treinta. Intentábamos alargar la juventud al máximo y la abundancia detiempo libre, unido a la imposibilidad de esquivar los difíciles tiempos que corrían, hacía que hubiese poco más a lo que poder aferrarse.

    —¡Joder, Carlos, cómo nos ponemos! —exclamé.

    —¿Otro tirito?

    —No, por Dios, creo que me va a dar un ataque —le dije, agarrándomeel pecho.

    —Venga, ¡no me jodas!

    —Que no, ¡hostias! Me piro.

    —Pírate si quieres, pero dame la farli.

    Carlos era la exaltación del egoísmo. Ramplón y mujeriego hasta laofensa, podía convertir cualquier desgracia en objeto de burla tan sólo por puro divertimento. No lo podía evitar. Veinte años de amistad hacían que se lo perdonara. Todos se lo perdonábamos.

    Saqué la bolsita con los polvos blancos que en ese momento eran su máximo anhelo, se la di y sin despedirme de nadie me dirigí directo a la salida.

    —¡Tonelo! —oí que me llamaban, aunque no hice caso y seguí mi camino sin mirar atrás. Estaba dispuesto a realizar un acto de responsabilidad y cumplir con mis promesas.

    —¡Tonelooo! —volví a escuchar otro reclamo perdido en el ambiente.

    Me giré. Era Fran. Se dirigía hacia mí tratando de colocar correctamente un pie después del otro para andar sin caerse. Iba apoyándose en la barra y me miraba con un ojo cerrado y el otro abierto, procurando adivinar a qué distancia me encontraba de él. En los aproximadamente diez metros que nos separaban tropezó con dos niñas muy monas y muy pijas que lo miraron con repulsión, y con un tipo pequeñito y con gafas que no se atrevió a decir nada. La música y las luces cegadoras del local parecían combinar a la perfección con la silueta de mi amigo, que se balanceaba de un lado a otro en un esfuerzo sobrehumano por alcanzar su objetivo.

    Por fin llegó hasta mí y casi desde un metro de distancia se me abalanzó de un brinco y se colgó de mi cuello en un típico abrazo de borrachera entre amigotes con el que casi me tira al suelo.

    —¡Te quiero, tío! —me farfulló en el oído.

    Noté los restos de su saliva viscosa esparciéndose por mi cara. Me separé como pude de él, apartando su cuerpo del mío. Sus movimientos parecían los de un muñeco con las pilas desgastadas al que sólo le llegase energía a intervalos irregulares e intermitentes.

    —Sabes que yo también te quiero —le contesté irritado—. Pero me piro ya; mañana quiero aprovechar para preparar un currículum y además tengo comida familiar.

    —¿Un currículum? —preguntó Angelito, que se acercaba por detrás de Fran.

    —¡Angelitooo, a ti también te quiero muchooo! —soltó Fran lanzándose sobre él y mordiéndole en un moflete.

    —Sí tío, demasiado tiempo tocándome los huevos, ya sabes —dije.

    —Dejjja te d ́hossstias —balbuceó Fran.

    —Venga tío, si aún te queda un año de paro y te pagaron una pasta deindemnización. Además, es perder el tiempo.

    En ese momento llegaba también Álex, con la cara desencajada y unchupito de tequila en cada mano. Me dio uno a mí y el otro se lo intentó arrebatar Fran en un movimiento descontrolado. Acabó en el suelo.

    Álex y Fran comenzaron a reírse agarrados para no desplomarse, aunque no lo consiguieron. Sus cuerpos realizaron una serie de movimientos torpes y desordenados y acabaron restregando la poca dignidad que les quedaba, después del exceso de alcohol y de drogas, por el sucio suelo del local. Tampoco importaba mucho, seguro que al día siguiente no recordarían cómo impregnaron su ropa con aquellos lamparones de mugre imposible de quitar.

    Mientras tanto, Angelito, que abusaba muchísimo más de las drogas que del alcohol, estaba ya pidiendo disculpas a unas chatis con los zapatitos de tacón empapados en tequila. Angelito era un figura. Tenía un don especial para desenvolverse en situaciones embarazosas y poco aconsejables; distinguido encantador de las serpientes más venenosas, cautivaría a aquellas muchachas con su labia experimentada en el arte de la mentira, la invención y el engaño, y como siempre, ellas se lo perdonarían.

    Todo aquello ocurría a mi alrededor de la forma más grotesca, mientras yo me debatía de nuevo, con un tequila en la mano, entre tomar la decisión correcta o simplemente tomar una decisión.

    —¡Qué demonios! —me lo bebí.

    2. El sermón

    "♫ ♪ Get up, stand up...♪". Me despertó la cantinela del teléfono móvil. No lo cogí. Miré la hora: las dos de la tarde. Lo puse en silencio y volví a zambullirme en el reino de los sueños.

    Abrí los ojos cinco horas después. Todos los poros de mi cuerpo desprendían un terrible hedor a alcohol que viciaba el aire y hacía que me costara respirar. Entraban pequeños rayos de luz entre las uniones de los listones mal encajados de la persiana. Por más que intentaba cerrarla hasta conseguir la oscuridad total, esas malditas holguras me atormentaban en los días de resaca. Una desagradable e intermitente lucecita roja destellaba sin mi permiso en la mesita de noche. Tenía la incómoda sensación de que había estado allí fustigándome durante horas. De nuevo se trataba del móvil avisándome de que existía todo un mundo en movimiento fuera de mi habitación. Tenía siete llamadas perdidas: una de Angelito y seis de mi madre. Recordé mis compromisos adquiridos para ese sábado y me lamenté por haber pasado un día más enterrado entre las sábanas. ¡Joder! Había olvidado la comida de cumpleaños de mi hermana.

    Agarré el dichoso aparato y llamé a Angelito.

    —¿Qué pasa, tío? ¡Vaya resacón! ¿Me has llamado?

    —Sí, tío. Muy fuerte lo que pasó ayer. ¿A qué hora te fuiste?

    —No sé... Era ya de día —le dije, haciendo un esfuerzo por recordarlo—.

    ¿Pasó algo luego?

    —Fran está jodido. Pero que muy, muy jodido —contestó.

    Me incorporé al escucharle y no tardé mucho en recordar la tremenda borrachera que mi amigo llevaba cuando decidí que ya era hora de rendirme y marcharme a casa. Fran había pasado toda la noche bebiendo como un animal. Era anormal en él. No solía descontrolar tanto, pero nueve meses de paro obligatorio visitando las colas del INEM convertían al más inofensivo corderito en un auténtico lobo nocturno. Además, lo había dejado su mujer hacía unas semanas, después de tres años de feliz matrimonio.

    —¿Qué ha pasado?

    —Muy fuerte. ¡Está jodido de verdad!

    —¡Joder, Ángel, dímelo de una puñetera vez!

    Empezaba a sentir verdadera preocupación.

    —Bueno, ¿te acuerdas que cuando te fuiste nos quedamos con las tequila-girls, Fran, Álex, Carlos y yo, verdad?

    —Sí...

    —Por cierto, la rubia de la minifalda a cuadros se acaba de pirar de mi casa. Una verdadera fiera. No tienes ni idea de...

    —Ángel, ¡joder!

    —Vale, vale... ¡ja,ja,ja!... Luego te lo cuento. ¡Fliparás!

    —Céntrate en Fran o te cuelgo, coño.

    —Pues la movida es que estábamos pasándolo fenomenal. Fuimos a aquel antro que está por la plaza del Ayuntamiento en el que hay que llamar a la puerta, ¿lo recuerdas?

    —Sí.

    Era un sitio cutre de verdad en el que también acabamos el viernes anterior.

    —Estábamos con las chatis, ya sabes, todo el pescado vendido. Álex haciéndose amigo de todos los de la barra; ya lo conoces. Carlos con la morena de los vaqueros apretados, yo con la rubita cachonda y Fran con la gordita, bailando y metiéndole mano como un auténtico buitre —hizo una pausa para reírse un poco y siguió—. Pues de repente viene y me dice: Me piro a casa, no aguanto más, esto es una gilipollez. ¿Me das las llaves de mi coche?.

    —No se las diste, claro —le dije.

    —El caso es que se puso muy pesado. Empezó a desvariar y a hacer el idiota con las chatis. Así que se las di y se marchó.

    —¿Y...?

    —Me ha llamado hace un rato Emilio, preguntándome por lo que hicimos ayer. Se iba a por Fran a la comisaría. Me ha dicho que ha pasado el día en el calabozo.

    —¡No me jodas!

    —No sé más, pero te puedo contar cómo acabamos Carlos y yo —dijo sin parar de reírse.

    Colgué.

    Me levanté de la cama. Tenía resaca, pero había dormido lo suficiente como para adivinar lo que le había ocurrido a Fran. Era una auténtica putada. Seguramente le habría parado la policía conduciendo en un estado lamentable. Increíble, hacía tan sólo unos meses mi amigo tenía un buen trabajo como representante de una empresa de materiales para la construcción; entre el sueldo fijo y las cuantiosas comisiones que en los últimos años se podían ganar en el sector, conseguía embolsarse un verdadero pastón al mes. Vivía con su mujer en un adosado en Las Villas de Rocafort y estaba pensando en tener un crío. Y ahora, con treinta y cinco años, probablemente no tendría ni carné de conducir. La crisis había desmontado su vida en un abrir y cerrar de ojos.

    Una ducha y ya estaba preparado para afrontar la fatídica llamada. No iba a ser nada fácil. Me había pasado el día durmiendo, dejando una vez más plantada a toda mi familia. Mi padre estaría furioso y mi madre seguro que se habría puesto a llorar como una magdalena. Al menos, estaba convencido de que a mi hermana le importaba un carajo que yo hubiese estado en su cumpleaños o no.

    —Hola, chiqui, soy yo.

    Sólo llamaba así a mi madre cuando sabía que me había pasado y esta vez lo había hecho de verdad.

    —Hemos estado a punto de llamar a la policía, a los hospitales, a Valentina...

    Valentina era mi ex novia, pero hacía ya un año y medio que habíamos roto. Mis padres la adoraban. Yo no podía ni oír su nombre.

    —Venga, mamá, te dije que iría a la comida, pero que te lo confirmaría antes —mentí, por si colaba.

    —Tu padre está calentito. Quedaste con él que vendrías y le traerías un currículum. No puedes seguir así. He llamado a tu amigo Emilio y me ha dicho que ayer salisteis y que seguramente estabas durmiendo. Se ha ofrecido a pasar por tu casa para comprobarlo. Es un encanto y su mujer también. A ver si aprendes algo de él, vuelves con Valen, te casas, tienes hijos...

    —¡Mamá! Deja de darme la brasa siempre con lo mismo. Sabes que no la soporto. ¿Y desde cuándo Emilio el funcionario es tan maravilloso? ¿Qué hay de eso de que en este país sobran funcionarios y hay que ser ambicioso y llegar a lo más alto? —despotriqué retorciéndome en el sofá.

    —Pues quizá deberías ir pensando en estudiar unas oposiciones y...

    Colgué.

    ♫ ♪ Get up, stand up...♪.

    Era mi padre. Ahora venía lo duro de verdad.

    —Hijo, un hombre que queda con alguien y no acude no es un hombre, es un mono, ¿me entiendes? —soltó nada más oyó que había descolgado el teléfono—. Si tienes cojones para pasarte todo el día por ahí de fiesta con tus amigotes, deberías tener cojones también para asumir ciertas obligaciones.

    Su tono empezaba a aumentar de volumen conforme se iba calentando.

    —Sé que has vivido muy bien estos últimos años, has ganado pasta y has sido el rey de la pista de baile. Pero ahora toca coger el toro por los cuernos, ¿entiendes? Por los cuernos, ¡joder! ¿Que hay crisis? ¿Que no hay trabajo? ¿Que la cosa está muy mal? ¡Pues me importa un huevo! El que quiere algo, algo le cuesta. ¡Y a ti no te está costando una mierda! Sólo tenías que traerme un currículum para que se lo diera a Molina. Sabes que me debe mil favores y está muy metido en el Banco de Valencia, ¿entiendes? Muy metido. ¿Y ahora qué le digo yo esta noche cuando vengan a cenar a casa él y su mujer, eh? ¿Qué le digo? Que tengo a un cabeza de chorlito como hijo, que prefiere irse por ahí de juerga en lugar de hacer lo que tiene que hacer, ¿eh? Dime, ¿qué le digo?

    —Tienes razón, papá —le dije sumisamente—. Ahora mismo te lo preparo y te lo envío por e-mail. No te preocupes, que antes de que empecéis a cenar lo tienes preparado

    —¿Por e-mail?

    —Sí.

    —Mira, lo preparas y te lo traes a casa. Así se lo das tú mismo a Molina y le haces un poco la pelota, que falta te hace, ¿me entiendes?

    —Pero...

    —¡Ni pero ni hostias! ¡El toro por los cuernos!

    ¡Joder! Menudo marrón. Tenía que preparar un currículum e ir desde Mas Camarena hasta el centro de Valencia, todo en menos de una hora. Y con resaca. Y de las buenas.

    Tiempo récord.

    Allí estaba, a la hora convenida y con una ruina de currículum bajo el brazo, repleto de fechas inventadas y encabezado por la única fotografía que aún conservaba en el disco duro de mi ordenador. Era de cuando acabé en la Facultad de Derecho y se trataba de la foto de carné más rentable de la historia de las fotos de carné. Me la hice para la orla de final de carrera y desde entonces me había acompañado a todas partes: pasaporte, carné de identidad, de conducir, del videoclub, vamos, de cualquier sistema de identificación que requiriera de una maravillosa sonrisa. Ahora, diez años después, observaba en el espejo del ascensor del edificio donde vivían mis padres, a las nueve y media de la noche de un sábado, la misma sonrisa; eso sí, un pelín más estropeada, seguramente por el efecto de las prominentes entradas que comenzaban a aparecer en mi frente.

    Me miré con

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1