En la gloriosa sede de la ciudad toledana, y la llamo gloriosa, no por ser centro de atracción para innumerables hombres, pues que le da prestigio la presencia de nuestros gloriosos príncipes, sino porque entre los hombres temerosos de Dios es considerado lugar terrible para los injustos y para los justos digno de admiración». Con estas, bien podemos considerar, potentes palabras se refiere a Toledo el que se convirtió en su patrón, san Ildefonso, a la sazón arzobispo visigodo de la urbe del Tajo entre los años 657 y 667. Y es que, como veremos a continuación, Toledo no fue una ciudad más en la estructura política, en la administración o en el simbolismo del regnum Gothorum. No obstante, es preciso señalar que esta tuvo un claro precedente en el sur de la actual Francia, Tolosa, la primera gran capital visigoda —Narbona, Barcelona, Sevilla y Mérida fueron en algún momento sedes de la corte o capitales—y que igualmente contó con tres grandes referentes como son Roma, Rávena y, sobre todo, Constantinopla. Tal y como escribe el académico Jesús Carrobles al hablar de Toledo como capital goda: «se convirtió en la capital del único reino capaz de emular al Imperio de Oriente desde Occidente».
PROYECCIÓN DEL PODER
Una pregunta habitual es la razón o las razones que motivaron la elección de Toledo como o En distintos trabajos hemos argüido que el hecho de su ubicación en el centro peninsular, sus buenas comunicaciones, su desarrollo durante el Bajo Imperio, su importancia administrativa y comercial, los beneficios de contar con el río Tajo, su valor para la Iglesia católica, la posible buena predisposición de la aristocracia tardorromana de la ciudad y la propia estructura de la urbe con un peñón ya edificado y una zona amplia y abierta en la Vega Baja, parecen un buen currículum y unos claros argumentos