La laringe de los primates era la «limitación anatómica» que les impedía hablar, no la idea asumida de que no podían hacerlo por carecer de inteligencia
Un día el loro Nigel se fue de casa sin previo aviso. Darren, su humano británico, solía presumir de la perfecta dicción de su loro cuando hablaba inglés. Nigel dejó California para conocer mundo y regresó cuatro años después dando los buenos días y preguntando «qué pasa» en español con acento mexicano. Nigel se convirtió al instante en un símbolo para los hispanos de Estados Unidos. La noticia dio la vuelta al mundo, a pesar de que son conocidos los loros que hablan, insultan, ríen, cantan, imitan las voces de sus humanos y el ruido de las puertas de sus casas. Pero la historia de Nigel era divertida y además mostraba que un loro viajero puede ser políglota. No ocurre así, en cambio, con los simios más cercanos al ser humano: chimpancés, gorilas y orangutanes. ¿Es posible que hablen como los humanos y con ellos?
La pregunta lleva tanto tiempo en busca de respuesta que a lo largo del siglo XX varios psicólogos se lanzaron a descubrirlo con métodos que el tiempo cuestionó. Todo empezó el 1930 con Gua, una pequeña chimpancé que llevó a casa la pareja de psicólogos Luella y Winthrop Kellogg. El objetivo era criar a Gua con Donald, el bebé de los Kellogg, para averiguar si al ser educados en las mismas condiciones un chimpancé puede empezar a hablar como un bebé.