
Seguramente uno de los mensajes más bonitos de la película de Disney Ratatouille es que «cualquiera puede cocinar». Esto podríamos trasladarlo en mayor o menor medida a la actividad científica: «cualquiera puede investi gar». Cada vez es más frecuente que distintos actores sociales y el público en general inter-vengan en proyectos de investigación asociados con problemáticas ambientales o distintas disciplinas (ecología, química, astronomía, paleontología), involucrándose en alguna de las etapas de una investigación. Es lo que se conoce como Ciencia Ciudadana, que posibilita una mayor democratización del co-nocimiento generado y fortalece la relación ciencia-sociedad al abrirse a la comunidad en un intercambio sistemático, dando así respuesta a las demandas sociales y contribuyendo a la sostenibilidad.
Que haya voluntarios y voluntarias fuera del ámbito académico que contribuyan a la generación de conocimiento no es algo nuevo. Podemos pensar en los museos de historia natural de todo el mundo, en cuyas salas de exposición hay muchos materiales y especímenes recolectados y donados por individuos de la comunidad. O también podemos remontarnos al mismo Darwin, quien para escribir y desarrollar sus teorías biológicas