
A raíz de la más reciente sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Coidh) del pasado 7 de noviembre, en contra del Estado mexicano por el caso “Tzompaxtle Tecpile y Otros vs. México”, que declaró la responsabilidad internacional por la violación de los derechos a la integridad y libertad personal, a las garantías judiciales y a la protección judicial en peijuicio de Jorge Marcial y Gerardo –ambos de apellidos Tzompaxtle Tecpile–, así como de Gustavo Robles López, por su detención y privación ilegal de la libertad, se han generado múltiples reacciones que es recomendable analizar.
Por un lado se ha expresado la indignación por los alcances de la sentencia, que señala la necesidad de tener que adecuar la legislación nacional –que, se entiende, tendrá que ser incluso del texto constitucional– para expulsar de nuestro orden jurídico las perniciosas figuras del arraigo y la prisión preventiva oficiosa.