
El 22 de mayo de 1960, el sur de Chile sufrió el más violento terremoto hasta entonces registrado en el mundo. Conocido como el terremoto de Valdivia, la región Sur sintió el suelo vibrar a lo largo de mil kilómetros de la costa del Océano Pacífico.
Un segmento de un quinto de la extensión de los casi cinco mil kilómetros del largo territorio chileno fue sacudido por un terremoto de magnitud de 9,5 en la escala Richter, la energía liberada equivalente a 20 mil bombas atómicas, que destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima, en 1945.
Este terremoto fue responsable de provocar grandes olas oceánicas, los temidos maremotos (tsunamis), que llegaron a 10 metros de altura, llevando de roldan inmensas áreas, principalmente con destrucciones generalizadas de toda la costa cercana a la isla de Chiloé.
Geográficamente, el territorio chileno está formado por una larga y estrecha franja de tierra ocupada en gran parte por la cordillera de los Andes y, en menor medida, por tierras bajas (más conocidas como Valle Central, una de las zonas agrícolas más ricas del país, que se extienden hacia el centro-sur desde la capital Santiago y a lo largo del Océano Pacífico.
Situado sobre una línea de inestabilidad geológica muy activa, resultante de las fricciones entre las placas tectónicas de Nazca y la Sudamericana, Chile es sometido a menudo a vibraciones sísmicas. Los orígenes de los terremotos y maremotos provienen de los esfuerzos telúricos por la acción del desplazamiento hacia el este del Placa 1 de Nazca, que a su vez se sumerge bajo la placa sudamericana, a una velocidad de 7 a 8 centímetros al año 2.
Para dimensionar la catástrofe, es importante conocer, a