Me he servido de la música para casi todo: sentir, aprender, disfrutar, relacionarme con el mundo y para reafirmarme como ser y como mujer. Ni haber rebasado una edad ni sonar en algunas emisoras de radio, o no ser carne fresca, ha sido suficientemente importante para desanimarme o rendirme. No he usado máscaras para esconderme porque nunca he deseado ser nadie más que yo misma. Para mí, el triunfo es haber logrado que me quieran y que muchas de mis canciones hayan servido a alguien para algo. Esto me da pie para pedir que vayan pensando en otro premio que complemente a este, porque acabo de pasar el ecuador de mi carrera…».
Fue el pasado diciembre cuando el Teatro del Liceu, durante los Premios Ondas, se puso en pie ovacionando no solo la trayectoria artística de ‘la gran dama de la música’, a la solista que de forma incuestionable ha sido, y es, un referente que ha trascendido al ámbito cultural, una figura transversal en el arte cuyas metamorfosis (que han sido muchas) la han mantenido más fiel que nunca a sí misma. Como la flor prometida, Luz Casal (Boimorto, A Coruña, 1958) confiesa haber llegado al ecuador «ilusionada y