Rodrigo terminó su guardia y caminó hasta la sala de enfermeras buscando a Daniela. Estaba cansado y lo único que deseaba era dormir, aunque fuera un poco. Preguntó por ella, pero nadie supo dónde estaba. Marcó a su celular y lo mandaba al buzón de voz.
Había sido un día de locos, corriendo entre partos y emergencias, evadiendo lo que le preocupaba. Debió rechazar la propuesta del director del hospital cuando le habló sobre la plaza en Madrid, pero aceptó el plazo que le dio para su respuesta final.
-Tienes hasta el viernes, y si dices que no, le cederé tu puesto al doctor Sibina -le dijo.
Siempre soñó con esa plaza para especializarse en fertilidad, pero dos años alejado de Daniela era mucho tiempo. No creía en las relaciones a distancia, y menos con un amor que recién comenzaba.
Llevaban nueve meses viviendo juntos. Tenían pequeñas discusiones que nunca alteraban su felicidad. Le gus taba su simpleza y que caminara descalza en camisa, la que luego le quitaba en medio de juegos en los que alternaban besos y caricias atrevidas. Estaba loco por ella y ya no le daría más vueltas al asunto, sabía lo que tenía que hacer.
Fue a la cochera por su auto, pero de lejos la observó cruzando hacia el parque, frente al hospital. La siguió, y cuando estuvo a punto de hablarle la vio correr hacia los brazos de Matías, su primer amor y el hombre con quien estuvo a punto de casarse.
Daniela regresó al departamento decidida a hablar con Rodrigo. Ella nunca huía, era el momento de enfrentar sus miedos.
-¿Dónde has estado, Daniela? -dijo él, sujetándola