Qué harías si tu próximo jefe fuera un algoritmo?» La pregunta se lanzó recientemente a los usuarios de LinkedIn y generó un enconado debate entre profesionales cualificados de todo el mundo. Hubo desde quien se mostró proclive a probarlo, dada la escasez de buenos líderes y la confianza en que al final siempre habrá una mente humana que controle al algoritmo, hasta quienes sufrían escalofríos ante tal eventualidad y optaban por soluciones radicales: «Yo cortaría la luz», propuso sencillamente uno de los opinadores más escépticos. Y es que el debate sobre hasta dónde nos sustituirá la inteligencia artificial (IA) no ha hecho más que empezar.
Hace unos pocos años parecía increíble que la automatización saltase desde la fábrica hasta la mesa de dirección y, menos aún, hasta los trabajos y oficios tradicionalmente considerados creativos. ¿Cómo iba una máquina a igualar a un pintor o a un escritor? Ni tampoco que llegase a los ámbitos donde el discernimiento humano resulta decisivo, como un juzgado o un conflicto que requiera de mediación (divorcios, conflictos laborales...). O la política. Sin embargo, todas esas profesiones mencionadas tienen ya su propia espada de Damocles encima con la IA y sus modalidades más en boga: el (aprendizaje automático) y (aprendizaje profundo).