Durante el siglo I, el cristianismo constituía una corriente religiosa que todavía no se había separado del judaísmo. Así que las costumbres de los primeros cristianos debían ser las mismas que tenía el pueblo hebreo, conforme a las leyes de pureza e higiene ritual expresadas a través de Moisés. Tal y como se expresa en el Antiguo Testamento: “El que toque un cadáver, de cualquier persona, quedará impuro durante siete días” (Números 19, 11).
Así pues, el culto a las reliquias de huesos de santos, tan frecuente en el Medievo, sería absolutamente inconcebible en los primeros tiempos del cristianismo. En ese mismo contexto debe interpretarse la pretendida conservación, por parte de los discípulos de Jesús de Nazaret, de objetos relacionados con su sepultura como la Sábana Santa o el Santo Sudario que, al haber estado en contacto con un cadáver, debían considerarse impuros desde el marco de creencias judías.
HACIENDO DE SU CAPA… UNA RELIQUIA
De hecho, el mismo Jesús parece que no instituyó en su predicación ninguna referencia sugiriendo algún tipo de devoción a las reliquias y, si hay que hacer alguna interpretación de sus palabras, es probable que su actitud pudiera haber sido negativa. Tal y como sugiere , catedrático en Filología Neotestamentaria en su artículo (2012): “Hay más bien un indicio negativo, una posible postura contra las reliquias –en el amplio sentido de memoriales o tumbas–, en una frase de Jesús contra los fariseos y doctores de la Ley que, por su tono crítico, nos muestra a un Nazareno poco afecto a ir en peregrinación a la tumba de los profetas.