ESCRITORA Y PERIODISTA
El mundo contempla la brutalidad de la invasión de Ucrania con la perplejidad que se desata ante lo incomprensible, ante lo ignoto, ante lo que no se puede abarcar con los conocimientos adquiridos hasta la fecha. Y entonces surge la gran pregunta: ¿Está loco Vladímir Putin? ¿De dónde viene la crueldad, esta actuación fría, calculada, desalmada e incluso fratricida, desde el punto en que los ucranios son para los rusos hermanos eslavos en raza y religión? ¿Y hasta dónde le llevará esta deriva? Aquí hay algunas respuestas.
El expresidente François Hollande, que le trató ampliamente durante la invasión de Crimea y la guerra desatada en el Donbás, en 2014, aseguró en El País que no es locura, ni paranoia, sino que Putin responde a una lógica—su propia lógica—marcada por la determinación de sus ideas. «Putin solo entiende la relación de fuerza y cuando nada se le resiste, avanza», explicó el exlíder francés.
«Putin no es una persona conocible, no te deja ver más de lo que quiere que veas», según Javier Solana
Y no es ciertamente locura lo que padece Putin, según todas las fuentes consultadas para trazar este perfil psicológico. En su infancia está la semilla de un espíritu de pelea que hoy ya no libra en el callejón en el que creció, sino en el tablero mundial. Que ya no tiene como testigos ni víctimas a los críos de su barrio, sino a millones de personas en Europa. Locura no es, decimos, aunque sí una deriva autoritaria de una personalidad labrada en el rigor y las dificultades, rígida en sus motivaciones y alimentada por décadas de un poder que