“¡Deprisa, no dejéis que nadie muera con el estómago vacío!”. Esas fueron las órdenes del jefe de cocina del Yamato el 7 de abril de 1945. Todo el mundo, desde el almirante Ito hasta el último marinero, sabía que ese sería el último día de sus vidas.
El Yamato, el mayor acorazado jamás construido, fue botado–, pero la invasión estadounidense de Okinawa selló su destino. El emperador exigió que la Marina actuara y ese buque era prácticamente lo único que quedaba ya de la escuadra imperial. Las órdenes del almirante Toyoda, comandante en jefe de la flota, no admitían dudas: el Yamato, un crucero y algunos destructores navegarían hacia la isla a las órdenes del almirante Ito para hacer de carnada. Debían atraer a todos los aviones enemigos posibles, de modo que los kamikazes pudieran atacar a la flota de invasión. Si sobrevivían, intentarían llegar a Okinawa.