CARL COX ESPERABA QUE LE TOCARA SALIR. Fue poco antes de la 1.30 minutos de la mañana, un sábado de septiembre de 2021. Con una playera negra, lentes de armazón negro y jeans negros, esperaba de pie en el ala lateral del escenario de Mayfield Depot, Manchester, una inmensa terminal ferroviaria en desuso, en el corazón de la ciudad que se ha convertido en un emocionante centro de entretenimiento, y hogar de las noches de The Warehouse Project. Cox escuchó a Peggy Gou, la penúltima DJ, terminar su set. Alcanzó a ver un mar de ravers que estaban, en general, fundidos. Casi 10,000 personas habían pasado por las puertas gigantes de The Warehouse esa noche. A 90 minutos de la hora de cierre, más de la mitad de esa cifra se acercó al escenario para escuchar a Cox.
Algunos DJ saben con exactitud qué van a hacer, pero a Cox no le gusta planear. Su método es el antimétodo. Le gusta “sentir el ambiente” horas y minutos antes de empezar. Posee discos en mente: nuevos, viejos y tal vez una idea de cómo terminar. Tiene a la mano algunas secuencias para varios tipos de set, pero hasta no sentir la vibra de los asistentes no decide qué darles. Como me lo describió, el proceso es casi chamánico.
Me preguntaba qué había percibido Cox en ese . Se habían levantado las peores restricciones de la pandemia. Salir de noche con miles de desconocidos y sin cubrebocas seguía siendo una novedad. De las vigas goteaba sudor y en el piso tronaba plástico. Algunos aturdidos, melancólicos, caminaban sin rumbo en la parte trasera, como si hubieran perdido a un ser querido. Había jóvenes musculosos sin camisa. Mujeres en bikers estridentes, tops y lentes de sol angulares, se