En medio del impulso global por el desarrollo de las energías renovables y la descarbonización de las matrices de la actividad económica, los hidrocarburos de Vaca Muerta incrementan sus niveles de producción y, aunque próximos a su tope de capacidad de evacuación, prometen ir por más mientras la infraestructura disponible se lo permita. Para los principales actores del sector, 2022 debe ser el año de la expansión de la infraestructura que acompañe el desarrollo masivo de los recursos, un desafío millonario por donde se lo mire en una macroeconomía necesitada de cada dólar disponible.
En un contexto que aún mantiene creciente la demanda global de gas y petróleo y empuja al alza los precios internacionales –a bastante más del doble del break even a partir del cual un pozo empieza a dar ganancias–, las operadoras se aseguran una rentabilidad atractiva, en particular aquellas que miran el mercado exportador. Pero la economía doméstica también tiene su rol en la necesaria previsibilidad que históricamente reclama el sector para sostener sus inversiones de largo plazo, algo que aportaría el cierre del incipiente acuerdo con el FMI, un eventual programa de ordenamiento económico consecuente, e incluso una tan demorada como debatida Ley de Promoción de Inversiones que –aunque con escasos incentivos para los deseos de la industria– pretende dar mayor estabilidad, certeza y seguridad jurídica.