EL MUNDO EN CIEN TO TRES PÁGINAS
n cierto modo, las obras más bellas de los maestros japoneses del período Edo se creaban para ser destruidas. En efecto, el original debía desaparecer para que su descendencia, de cientos o miles de copias, pudiera ver la luz. Los , estampas que los nipones coleccionaron con fruición durante siglos y que acabarían fascinando también a occidentales como Degas, Van Gogh, Klimt o Matisse, eran xilografías. El artista trazaba un diseño con tinta sobre una lámina de papel muy fina, de morera o de un arbusto llamado gampi, que, al ser colocada boca abajo sobre un bloque de madera, permitía transparentar las líneas. Armado con cinceles de diversos tamaños, el artesano grabador tallaba el patrón del dibujo: obras del puño del artista que jamás podrán recuperarse, sacrificadas para obtener copias impresas, .
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