EL DÍA QUE EL DINERO DEJÓ DE SER DINERO
El edificio del Banco de España amanecía el pasado 30 de junio con grandes colas de ciudadanos apostadas junto a los portones de hierro de su entrada. Una hilera de personas que esperaba pacientemente, desde primera hora de la mañana, con un único fin: desprenderse de sus últimas pesetas.
Aunque hace casi 20 años que el euro sustituyó a nuestra antigua moneda (ya sabemos que los españoles somos muy de dejar las cosas para el último momento), ese mismo día terminaba el plazo que la administración había determinado para tal fin.
Era, por tanto, la última oportunidad para poder cambiar esos postreros billetes que uno pudiera haberse encontrado traspapelados en un cajón de la cocina o aquellos duros sueltos que se hubieran caído de los bolsillos de un pantalón sepultado en el armario desde hace décadas. Un dinero antiguo –pero dinero en puridad– que a partir del día siguiente dejaba ya de tener ningún valor real, salvo como recuerdo melancólico de una época marchita o como pieza de coleccionismo para algún aficionado a la numismática.
Y sin embargo, a pesar de todas las prórrogas y plazos concedidos, se calcula que una cantidad más que notable de pesetas
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