Protección del ambiente: BIOÉTICA Y DERECHO
Bernal Díaz describió el paisaje de Tenochtitlan en 1521. He aquí una referencia oportuna, ahora que celebramos—a partir de fechas adoptadas al arbitrio del gobernante—un aniversario de la Independencia de México, liberación que debiera ponernos a salvo de muchos males que rondan y promueven dependencias de otro carácter. Pero vuelvo a Bernal Díaz. Relató: andaban los invasores en la “calzada ancha”, como quien llega a un paraíso apenas imaginado; hallaron “ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblazones”. Lo que vieron era “cosa de sueños”. No me hartaba de “mirar—dice el cronista—la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce”.
Pasaron tres siglos. El barón de Humboldt tuvo a la vista la gloria de Mesoamérica: había llegado a “la región más transparente del aire”, según su expresión muy conocida. Pero también al abismo entre la pobreza y la opulencia, como en ningún lugar del mundo. Luego, al cabo de 100 años de contiendas, Alfonso Reyes pudo reiterar en su Visión de Anáhuac: “Detente, viajero, has llegado…” En efecto: a la región más transparente.
La gracia del aire no sería perpetua. Legiones “laboriosas” consumaron su propia marcha. Fue así,
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