ESPIAR A LA ESPAÑOLA
Qué no harían para saber de sus vecinos, conquistadores o conquistados, los pueblos que se repartieron la Península siglo tras siglo. Se puede imaginar a celtas e íberos y, sobre todo, a cartagineses y romanos urdiendo todo tipo de tretas secretas para hacerse con los planes de los adversarios. El espionaje de trama básica y sin profesionalización pervive en los largos siglos de la Reconquista, intensificándose o disminuyendo según los períodos de mayor o menor beligerancia. Un lío fue la cosa cuando en los siglos XI y XII el territorio se dividió por todos lados: los reinos cristianos en el norte, las taifas en la zona musulmana. Con alianzas entrecruzadas entre unos y otros, y todos con pugnas fronterizas con los vecinos, cualquiera podía espiar sin llamar la atención.
TAREA DE REYES Y PASTORES
El mismísimo rey Alfonso VI, según la leyenda, fue un espía de primera mano. Exiliado en la taifa de Toledo, se hizo el dormido en una sala donde algún mando musulmán lenguaraz se dedicó a describir a otro recién llegado el sistema de fortificación, incidiendo el muy inoportuno en los puntos más débiles de este. Con el cuento se quedó el monarca, y le vino muy bien para conquistar la ciudad en 1085. Tiempo después, el oficio lo ejerce ocasionalmente un pastor, cuyas indicaciones serían esenciales para la gran victoria cristiana de las Navas de Tolosa en 1212. Estaban desorientadas las tropas de Alfonso VIII y este buen señor no solo les hizo saber de las huestes musulmanas y su ubicación, sino que les condujo por el camino que les situaría en posición óptima para la batalla. La red de informantes ocasionales e incluso con cierta
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