‘Smoke’: el paso del tiempo o historias en la historia
n 1995, el cine indie estadounidense se encontraba en estado de gracia. Quentin Tarantino, después de Reservoir Dogs (1992), había estrenado el año anterior Pulp Fiction y había ganado el Oscar al mejor guión (y otras seis nominaciones). La película la produjo Miramax, la misma compañía que produciría y distribuiría en 1995 y que dos años antes había sido comprada por Disney. El mismo año que Smoke se estrenaron títulos como Dead Man, de Jim Jarmusch, de Abel Ferrara, o de Richard Linklater. Parecía que el tiempo de los ya era historia y que, por fin, el mundo del cine había madurado: productores, distribuidores, espectadores… También vieron la luz ese año de Woody Allen, y Camellos, de Spike Lee. Nueva York en general, y por la filmografía de Woody Allen y Spike Lee en aquellos años, Smoke, la película dirigida por Wayne Wang con guión de Paul Auster e inspirada en el relato que este publicó en Times el día de Navidad de 1990, sigue siendo uno de esos largometrajes que no dejan de acompañarme a lo largo de los años. ¿Por qué? No lo sé a ciencia cierta, me lo he preguntado en muchas ocasiones. ¿Porque narra las peripecias de la gente común en una ciudad como Nueva York y en concreto en el barrio de Brooklyn? ¿Porque parece un retrato maravilloso y realista a la vez de un escritor? ¿Porque, a pesar de la crudeza de sus historias, no deja de ser una película optimista y reconciliadora?
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