ASÍ SE RINDIÓ JAPÓN
estido con frac y chistera, el ministro de Asuntos Exteriores japonés llamaba la atención entre los militares que le rodeaban al subir al portaviones de la armada estadounidense USS Missouri, anclado en la bahía de Tokio, el 2 de septiembre de 1945. Mamoru Shigemitsu, enviado del emperador Hirohito, estaba allí para firmar la rendición de Japón. El general Richard Sutherland, representante de Estados Unidos, con su austero uniforme, ni siquiera se quitó la gorra durante el acto de firma de un documento que ponía fin a la guerra más sanguinaria de la historia. Antes de llegar a ese episodio, Japón había resistido denodadamente en los últimos meses de la contienda. Llevaba soportando derrotas desde que en 1944 cayeron las Marianas y Filipinas, dos archipiélagos que los nipones habían invadido para crear líneas concéntricas de defensa y evitar que los Aliados atacaran su territorio. Los estadounidenses se acercaron cada vez más y, a mitad de 1945, ocuparon las islas de Iwo Jima y Okinawa. Pero Japón aguantó hasta que dos bombas atómicas destrozaron Hiroshima y Nagasaki
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