CHARLOTTE BRONTË La vida de la autora de Jane Eyre
CHARLOTTE BRONTË FUE UNA MUJER QUE VIVIÓ UNA EXISTENCIA SENCILLA Y DURA A LA VEZ, QUE VIO DESFILAR HACIA LA TUMBA A TODOS SUS SERES QUERIDOS Y TERMINÓ SUS DÍAS CUIDANDO DE SU ANCIANO PADRE. Solamente pocos meses antes de morir, aceptó a un respetable párroco como esposo. Hasta entonces, había rechazado a otros pretendientes y había hecho siempre lo que se esperaba de ella en un hogar en el que la prematura desaparición de su madre dejó huérfanos a seis niños desamparados. Charlotte aceptó el papel que debían asumir las mujeres, para ella, la educación femenina pasaba por aprender a “gobernar bien su casa”. Y, a pesar de hacer siempre lo que se esperaba de una hija obediente, consiguió que su voz fuera escuchada más allá de los muros de su humilde hogar. Aunque fuera con un nombre falso, para ocultar su identidad femenina.
LOS HUÉRFANOS BRONTË
Charlotte Brontë creció en la vieja rectoría de un pequeño pueblo escondido en unos páramos en el condado de York. El reverendo Patrick Brontë, había llegado con su extensa familia a Haworth para ejercer como párroco. Antes de instalarse en aquel remoto paraje de Inglaterra, el señor Brontë había sido párroco en otros lugares. En Dewsbury se casó con María Branwell, y vio nacer a sus dos primeras hijas, María y Elizabeth. Poco tiempo después se trasladaron a Thornton, donde se ocupó de la parroquia de Bradford. Aquí nació Charlotte, el 21 de abril de 1816. Tras ella, llegarían el resto de hermanos, Patrick, Emily y Anne.
Cuando los Brontë llegaron a Haworth, María Branwell ya se encontraba muy debilitada. De hecho, no se había recuperado de su último parto y su salud fue declinando a pasos agigantados. Durante un tiempo, los Brontë eran como cualquier otra familia de la zona con la diferencia de que ellos vivían junto a la Iglesia, rodeados de las lápidas del pequeño cementerio local, pegado al jardín en el que los pequeños salían a jugar. Las niñas mayores ayudaban a su fatigada madre mientras su padre se escabullía del bullicio familiar. Según relató la amiga y biógrafa de Charlotte, Elizabeth Gaskell, al señor Brontë “no le gustaban mucho los niños y sentía su frecuente aparición en escena como una sangría para las fuerzas de su esposa y como una interrupción de la comodidad doméstica”.
Los Brontë no se integraron en la vida de la localidad, más bien vivían recluidos en sí mismos. Los niños jugaban entre ellos y los mayores tenían demasiadas ocupaciones como para perder el tiempo dedicándose a la vida social. María no tardaría en quedar postrada en la cama mientras los niños, que, excepto los mayores, no llegarían a entender la enfermedad de su madre, salían a pasear por los páramos que quedaban lejos del pueblo, ajenos a la tragedia que estaba por
