La imaginación al poder
Cincuenta años después de los sucesos del Mayo francés, se pueden extraer algunas conclusiones de entre el gran caudal de información recuperada sobre aquellas semanas atípicas. La primera de ellas es que el germen común en el estallido de las protestas fue una vaga y poco racionalizada sensación de asco y desdén hacia la autoridad por parte del estamento estudiantil, una sensación que revistió todo el movimiento de un tinte netamente antiautoritario, que fue como lo definió Cohn-Bendit más tarde.
El origen habitual de las revueltas populares históricas había sido hasta entonces el rechazo a una situación agudamente injusta, ya se debiera a causas políticas, sociales o económicas. Los levantamientos que produjeron la Revolución francesa, la soviética o las guerras coloniales obedecían a motivos concretos: eran respuestas desesperadas, y en muchos casos inevitables, a situaciones de abuso por parte de una minoría opresora. Los insurgentes tenían objetivos y dianas específicos para su acción, sentían que se rebelaban en defensa propia. En cambio, los jóvenes parisinos que prendieron la mecha de la subversión de mayo no lo hicieron por esas razones; no se sentían particularmente oprimidos ni tenían razones insoportables para alzarse, como el hambre o la tiranía. La política tradicional los consideraba “rebeldes sin causa”, haciéndose eco del título de la famosa película
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