La consolidación del poder romano
A finales de julio del año 43 a. C., un centurión del ejército de Octavio se plantó ante el Senado con una petición muy clara: su general, que estaba dando la batalla contra Marco Antonio en nombre del pueblo romano, quería ser nombrado cónsul, cargo que se hallaba vacante. Los escandalizados senadores se opusieron rotundamente. Entonces, el centurión respondió con una acción que dejó helados a todos aquellos provectos políticos: echó hacia atrás su capa y puso la mano sobre su espada mientras decía: “Si ustedes no lo hacen cónsul, entonces esto lo hará”.
Lo que estaba teniendo lugar era “la muerte de la República”, en expresión del historiador británico Tom Holland. Octavio estaba dispuesto a someterse a las formas y los rituales políticos republicanos, pero si los acomodados patricios se empeñaban en ponerle demasiados obstáculos a él, que afirmaba estar protegiendo el espíritu de Roma frente a las veleidades monárquicas y orientalizantes de Marco Antonio, no le quedaría más remedio que imponerse por la fuerza de las armas, con el apoyo de las legiones.
Los senadores se vieron así obligados a decidir sobre una disyuntiva que había atenazado a Roma durante todo el siglo I a. C.: la elección entre libertad o seguridad. Entre una República que había degenerado en continuas guerras civiles o una autocracia más o menos disfrazada, pero que ofrecía tranquilidad y estabilidad, poniendo fin a
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