Diario de un reo inocente
Si estuviera en una prisión civil, entonces podríais venir a verme, consolarme y llorar a mi lado. Pero en esta prisión de la Santa Inquisición no se permite entrar a nadie, como si mis supuestos crímenes fueran mayores que los de un asesino o los de un hereje. Envidia me dan los presos de las cárceles públicas. Ellos saben quién los acusa y se les permite la defensa”. Ésta fue la única carta que pude enviar a mi mujer, Rebeca, durante el tiempo que permanecí en la prisión secreta del Santo Oficio en Toledo.
Me llamo José Pallache y provengo de una familia de judíos originarios de Marruecos, que desde 1603 ofrecen sus servicios a la Corona y que ya eran conversos por aquellos años. Mis padres residieron en El Escorial y Madrid y yo me hice con una pequeña imprenta en la capital del reino. No soy marrano, ésos a los que se acusa de minar la fortaleza de la Iglesia desde dentro y de atentar contra la cristiandad y la monarquía católica. Lo juré en los interrogatorios y mientras me torturaban. Pero no cejaron en el castigo.
Denunciado por venganza
La ruina me ha venido por mi actividad de impresor y por mis contactos con parientes residentes en Lisboa, algunos de los cuales prestaron servicios financieros a la Corona. Varios testigos me denunciaron al Santo Oficio por haber puesto en la calle una obra anticlerical inscrita en los índices de libros
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