Mesa de recepción
Empezaré mi Mesa de este mes transgrediendo el género de las sugerencias literarias, suponiendo que este género existiera. Se supone que cuando uno sugiere algo, lo hace con absoluto conocimiento de causa, en un sentido u otro. Pero, ¿cuántos libros nos iban gustando mientras los leíamos y nos atrevimos a recomendarlo, resultando que al término de su lectura de las excelentes impresiones del comienzo al final no quedaba nada? ¡Trágame tierra! Cuando (Alfaguara). En el momento en que escribo esto y lo entrego a redacción (mediados de julio), voy por la mitad del libro. Por el momento me sucede lo que me viene sucediendo con este autor. Me entrego a sus personajes, a sus tramas varias, a sus expectativas, y mientras lo hago voy viendo sus defectos o sus trucos, sobre todo sus trucos. Pero así y todo prosigo y termino con la sensación de no saber bien si estuve leyendo a un farsante, a un genio o a una mezcla de los dos. Joël Dicker apenas tiene treinta y dos años. Y da la impresión de que lo sabe todo sobre el arte de la novela, pero también, y para decirlo con palabras de la añorada , de que nos la está dando con queso. Leí y salí entusiasmado de las páginas de . Confieso que me gustan los de calidad y me importa muy poco si están hechos a posta para vender o para que le gusten a gente como yo, que no tiene ningún reparo en mezclar distintas categorías de lecturas. Y termino con Dicker: tengo la impresión, hasta donde voy leyendo, que tiene trucos hasta en sus solapas, que tiene fallos y exageraciones. Pero a la vez tambien tengo la sospecha de que todo ello lo sabe su autor. Es parte de su poética, que sin lugar a dudas, nos guste o no, la tiene. Juro que en el número del mes de octubre me pronunciaré definitivamente al respecto. Y si me tengo que tragar mis contradictorios elogios (o denuestos), me los tragaré ante vosotros.
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