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MANUSCRITO PERRO
 Escribo para no olvidar 
 (Max Aub)
 
 Antonio Solano
Estaba helado y no podía más. El último miliciano que pasó por allí trató de levantarme. Me dio ánimos y hasta se agachó para abrazarme y mirarme a los ojos. Antes que él pasaron varias familias deshilachadas. Y aln  brigadista. Pero no me quedaban fuerzas. Unas horas antes de rendirme, aún me escondía de los bombardeos. Saltaba por los ribazos costaneros y apretaba el vientre contra la tierra fría. Alguna vez los terrones me llegaron a la cara y empolvaron mi nariz en una mueca grotesca, como bufón fuera de escena.
 
Creo que lo de dejarme caer, la renuncia final a la lucha por vivir, fue por las vueltas que le di a la desgracia del chico aquel, el de la cara triste y tan juguen. Nos divertimos un rato sin acordarnos de las bombas, del frío, del hambre. Después se subió al camión de unos anarquistas que buscaban el norte con avidez. Me hubiese ido con él, pero aquellos hombretones rudos y mal hablados dijeron algo de peste y pulgas, y allí quedé, solo de nuevo en un camino de solitarios. Fue mi estrella, porque un par de horas más tarde vi
 
que el camión se haa despado por un barranco. Algunos heridos trepaban entre retamas y romeros, la sangre como galones brillantes. Pegado a una roca, el cuello del muchacho juguetón desafiaba las lecciones de anatomía con un escorzo brutal. Su cara seguía triste. Pensé en mi ángel de la guarda, qué gracia, como si los hubiese para nosotros los desarraigados.Y mientras, allí, sin poder moverme, casi maldecía no haberme roto el cuello como él; o que un obús no me hubiese reventado las tripas el primer día de aquella contienda. Total, para soportar una perra vida... Aunque si hubiese sido un perro de verdad, no habría tenido que pensar ni maldecir tanto: hubiese acomodado el cuerpo al trabajo de las pulgas, que no era  poco padecer. Después de haber espantado cuervos con mi estampa durante tres días, sin probar bocado, excepto algunos yerbajos estropajosos en la  boca para engañarme, decidí dejarme morir en el primer ripio que topase. Y así lo hice.Seguía helado, viéndolos pasar a todos, primero los vivos y después los muertos. Los vencidos rozaban mis manos secas con sombras torvas y alientos de cierzo.
 
Desps comenzaron a pasar los ganadores, los del triunfo absoluto, levantando mucho polvo, tolvaneras de canciones llenas de orgullo y odio. En el desgrano de los días se mezclaron vencedores y vencidos, tomados de las manos, lustrosas unos, herradas otros. Ya no me saludaban, ni tampoco yo les decía nada. Me estaba haciendo a la idea de estar muerto, aunque el frío me conservaba lozano. Fueron años de bromas pesadas. La mayoría de ellas de mal gusto. Si mi sonrisa no hubiese estado congelada, a más de uno le habría llamado cabrón. Me parecía que no podía ni siquiera pensar, ni mirar, ni escribir con los sarmientos yertos que pendían de las mangas
 
raídas del chambergo. Aunque si yo no las hubiese contado, las miserias de mi memoria habrían formado un lodazal a los pies del ripio en el que me encaramé un día. Tal vez, entonces, quienes hubiesen paseado descuidados habrían llenado sus botas del barro de mi rencor. Porque era el rencor lo que todavía avivaba las cuencas hueras de mis ojos. Así que, para quienes supieran hallarme, seguí tomando buena nota hasta que todo acabase.
 
El día que removieron la tierra y me sacaron de alpude al fin respirar. El aire pasó entre mis costillas descarnadas y voló junto a los cuervos burlones, hijos o nietos de aquellos que tanto temían mi estampa añeja.Se acabó el frío y la memoria. Mis huesos aparecieron en las portadas de los diarios y, en ellos, se miraron vivos y muertos, vencedores y vencidos. Lástima que nunca pudiese quitarme la terrible comezón de las pulgas.
 
 Antonio Solano
 

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