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Boletin Informative dei Virculo Lultural Parisi NOV. .. 1980 ULpAaATzeO N° 28 Almirante, 7 - VALENCIA-3 Tei. (96) 331 95 64 Director: EDUARDO CHULIA VICENT Envio gratuito a los socios Numero suelto: 30 ptas. Dep. Legal V-2639 — 1980 Imprime: Foto — Plano C/ Garrigues, 3 -VALENCIA — 1 EL CARLISMO Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS lll. LA DESERCION DE LA DINASTIA Por Raimundo de Miguel Fra éste un evento para el que no estaba preparade ef Carlismo. En su larga historia habla sufride y superado derrotas militares, traiciones horren- das, escisiones daolorosas, ingratitudes y desprecios sensibles, desventuras sin cuento. Pero el bloque granitico de puebio y dinastia identificadas en un ideal comin, resistia imperterrito y volvia a la lucha polftica, con mayor coraje, si cabe, que antes, enardecido por fa adversidad. Y con experiencias y anticuerpos para afrontar nuevos avatares. La leattad carlista a sus reyes, precisamente por estar ern e/ des- tierra y sufrir las mismas humillaciones y pobrezas que su pueb/o, se hab/fa quin- taesenciado y significaba la unica compensacion, fa del honar de fa fidelidad a la fegitimidad proscrita, que permitia continuar encendida la llama de fa fortale- za y de/ entusiasmo. Como na habia la distancia que produce la presencia mate- rial en el trono, nuestros reyes, eran de verdad amigos, sus fotografias estaban en todos los hogeres, habla comunicacién epistolar y personal y como de familia era e/ amor que se les profesaba. Era impensable que fa Dinastia Legitima, fa Dinastia insoborna- bie, claudicase; que renegase de su ideario y de su historia, que olvidase fa sangre por ella derramada, que abandonase a sus leales y se pasase a las filas enemigas. iE—so nunea!, Pero pasé y elf desconcierto dura todavia y no hemos sabido repo- nernos de sus perniciosos efectos. D. JUAN, EL PADRE DE CARLOS Vi1. Se dice, sin embargo, que sf, que ya habia acaecido aigo semejan- te con D. Juan, el padre de Carlos Vil, que se manifestd como liberal y recano- cié a tsabel 11. Pera el parecido es muy remota y no sdlo en ef tiempo. Porque D. Juan obré con cierta gallardia; consideréd que su conciencia no fe permitia acaudillar a los veteranos de su padre D, Carlos M*. Isidro, ni alos de su hemano e! Conde de Montemolin y asf to declaré publicamente con sus palabras y con su conducta, desentendiéndose del Partido Carlista, de tal manera que nadie pudo Hamarse a engafio. El que quiso, le siguid(y fa historia no registra despla- zamientos detrds de éij, pero ef que quiso, también quedé claramente enterado de la postura inequiveca de D, Juan, desde ef primer momento, Pero aunque el dafio no fué pequefio, el carlismo en masa supo a qué atenerse y asf se volcé en su hijo Carlos Vil, que levanté la bandera de [a legitimidad y de fa tradicién. EL PRINCIPE D. CARLOS — HUGO No sucedié asi en los tiempos que hemos tenido la desgracia de vivir. Me duele mucho hablar de este tema, por ef gran afecto que profesd ai hoy Duque de Parma, la tntima calaboracién polttica de muchos afios y las atencia- nes y deferencias con que honré mi modesta persona, Pero es mayor mi amor a la verdad y fa necesidad de tener que tratar de este desagradable asunto en bien de/ Carlismo; aun cuando quiera pasar sobre él, como sobre ascuas. Ahora el Carlismo fue sometido a una deliberada demolicion in- terior. Fue utilizada la lealtad a la Dinastia, para proyectar su empuje contra el Ideario, lo que necesariamente iba a dar lugar a su autodestruccién. Si esto fue lo directamente querido, sélo Dios lo sabe, aunque yo crea que no, pero el resultado no podia ser inevitablemente mas que ese. éCémo pudo pues fle- gar a producirse?. Porque la maniobra fué efectuada subrecticiamente, en el trans- curso de muchos afios y nunca declarando e! propdsito verdadero, si es que habia uno determinado desde el principio, o mds bien, como el aprendiz de bru- jo, fueron desencadenadas fuerzas que no pudieron detenerse y arrastraron al autor a término en el que inicialmente no pensé Ilegar. Lo cierto-es que solo se prociamé sin rebozo el llamado socialismo autogestionario,|en ef momen- fo en que se consideré que toda resistencia doctrinal habia sido barrida o bo- rrada. Mientras tanto se mantuvo fa cdscara, la apariencia del carlismo, al que se le estaba desnucleando en el interior. Si aquello hubiese side dicha sinceramente al pueblo carlista, cuando empezaron a aparecer fos primeros sintomas de alarma seguidos de las respetuasas protestas, la reaccién hubiera sida inmediata y total en sentido contrario; pero no s6lo no fue asi, sino que se dieron toda clase de seguridades a quienes, mostrando disconformidad, pidieron explicaciones. Se hablé de tac- tica politica, de expresiones puramente verbales, de adaptaciones de léxico, de extralimitaciones particulares, etc., etc., féciimente creibles, aunque no gusto- sas y molestas, porque ef amor a la Dinastia, cegaba el juicio y alejaba fa sospe- cha como imposible, de que el Principe desembocase en la negacian del Ideario y pretenediese arrastrar tras él a sus seguidores. EL PROCESO DE MUTACION. Visto desde jas alturas del tiempo presente e! camino seguido apa- rece muy claro; mds dificil era verio incursos en su desarrollo y mucho mas, cuando el carazon se resistia a admitir las advertencias de la cabeza. Todas hemos sido testigos de fa aplicacién del andlisis marxista (procedimiento de interpretacion filoséfico—palftica proclamado publicamente mas tarde por D. Carfos—Hugo) a fa historia del Carlismo, fo que significaba que éste era explicado desde dentro, con el mismo punto de vista que sus declara- dos enemigos; y como consecuencia el obscurecimiento de sus glorias mas pre- claras, el como pedir excusas por su conducta histdérica, ef renegar de su tradi- cién politica y hasta de la sangre derramada en cuatro guerras, ef janzar pella- das de barro sobre sus figuras mds nobles y representativas,...; pero afl mismo tiempo, eso si, aprovecharse del prestigio politico adquirido a costa de abnega- ciones durante mds de un sigfo, utilizar la boina, los: himnes y las banderas thas- ta que considerados como no utiles ya a la nueva situacién, fueran abandonadas con vilipendio) y exaitar, al mismo tiempo y de manera parad6jica para quienes se calificaban de democratas, fa lealtad; pero concebida no como fa obsequiosa reverencia del hombre libre e independiente, sino coma fa adhesin puramente personal e incondicionada a un Principe. El carlismo asi entendido, no era la comunion ideoldégica en unos principios inamovibles; era un “partido” imas, una faccién de comprometidos con una persona para colocarle en el Poder, Ef medio utilizado o los comporta- mientos exigidos, podrian ser todo fo cambiantes que las circunstancias exigieran The

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