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EMPANTANADO. En 1984, seguramente en apuros, Gabriel Garcia Marquez publicé un articulo en el que se preguntaba como se eseribe una novela, Su testimonio dejaba entrever un trasfondo de angustia: no hay eseritor ~al menos de euuantos se tenga no- ticia que no se haya encontrado alguna vez con la temible, sospecha de que ha perdido el don de la palabra. Mientras eseribia lus primeras paginas de A sus plantas rendido tm leén, me hice mil veces la misma pregunta: ¢Cémo demonios se hace para escribir algo que merezca lamarse literatura? Los pinicos revelados por Garefa Marquez me daban vueltas en la exbeza, Entonces me di cuenta de que en mi desasosiego yo estaba haciendo lo mismo que hacen todos los escritores (aunque uno cree ser el tinieo y se avergtie za) cuando la novela -o simplemente una idea- se empan- tana: correr a la biblioteca y buscar el auxilio del libro mas aunado, E] eseritor impotente saca, por ejemplo, Tifén, de Conrad, y empieza a recorrer al azar las paginas del eapitin MaeWhirr, Pero, claro, Conrad fe marino y ha vivid todo Jo que cuenta. No sirve como modelo, Entonces uno toma a Simenon, La escalera de hierro, sin ir més lejos, y al eabo de amos pocos capftulos se da cuenta de que no pasa gran cosa, de que la historia fluye y se aenmula como la arora de los relojes. El personaje es un pobre tipo, seguramente uno de los mis estupendos pobres tipos deseritos en este siglo, pero tampoco eso es lo que une esta intentando hacer, Aver, prohemas con uno nuestro, julio Cortivar, Rayue fa, 0 més simplemente, Final cle juego. No, nada que hacer les] el hombre tiene uma muisica propia, intransferible, tan mez- cla de jazzy de tango que uno se queda atrapado en el relato y olvida su propia novela trunca, No hay caso. No hay libro ajeno que sirva. Entonees el escritor vacto va y prueba con los libros pro- pios, si es que ya tiene alguno, Peor todavia, Cada vez que uno repasa algo ya publicade se tropieva con la dificultad de reconocer que alguna ver fue mejor, o bien de que nunca fue lo suficientemente bue- no como para que valga la pena seguir adelante. Conozco muchos escritores -en realidad la mayorfa~ que trabajan con on plan previo, Manuel Puig me cont6 un dia que nunca se sentaba a escribir hasta que no sabfa lo que iba 4 ocumir en la novela paso a paso, capitulo a capitulo, con un comienzo yun final insustituibles. Otros toman apuntes. En servilletas de papel, en blocks que esconden en los bol sillos del saco, al dorso de la ditima carta de la amanta, © s0- bre un rollo de papel higiénico. En general, me dice Antonio Dal Masetto, los apuntes sirven, Como yo estaba impresionado por la precisién del mnontaje de Siempre es dificil volver @ casa, le pregunté 6m habfa trabajado para lograrlo Fue asf: ma noche se senté a la mesa con una damajuana de vino y una eaja de zapatos vacia. Sacé o copid todos los apuntes que habfa juntado en los fondos de los bolsillos los en bordes de las sabanas y hasta en las paredes del departa- mento y dispuso cuatro pilas, como si fueran naipes, En una puso todos los apuntes que, se le ocurria, cabrfan al perso- naje A; en otra Ios del B, en la siguiente los del Cy en la dle tima los del D. Planch6 pacientemente les papeles con el dorso de la mano, los enrollé como un matambre y at6 cada uno con un trozo de piolin. Después los metié en la caja de 170 FIRATAS, FANTASMAS ¥ DINOSAURIOS zapatos y la guardé en wn armario hasta que le vinieran ga- nas de escribir. Fl dia que la pereza lo abandond, metié Ia mano en Ta caja y empezd a sacar los rollos al azar. Personaje que salfa, personaje que entraba en accién, “Es un método como cualquier otro’, me dijo al final v sacé del holsillo fos arrugados apuntes que ests juntando para su préximo libro. Scott Fitzgerald, en cambio, era un hombre meticulosa y la prucha esté en el apéndice de HI ltimo magnate. Como Raymond Chandler, el gran Scott reescribia cada capitulo hasta el hartazgo y supongo que ésa fue una de las cansas para que los dos se dieran a la bebida con tanto fervor, En cambio, Erskine Caldwell, a quien me acerqué on Pa- vis para agradecerle algunos de mis mejores momentos de soledad, era bastante desprolio y los més inolvidables mo- mentos de El eartfnc del tabaco se deben al fino olfato con el que eaptaba el idioma y los gestos de los granjeros del sur De joven, Scott Fitzgerald despreciaba lo que Caldwell ha- cfa, pero terming admiréndolo, Lo cierto es que ef autor de La chacrita de Dios nunca tuvo problemas para sentarse a trabajav y allf quedan més de cincuenta libros ~de lo mejor 5 Jo peor- que lo prucban, Quien result6 un verdadero caso de empantanamient: fue Samuel Dashiell Hammett. Ya en 1931 tuvo que « cerrarse en el hotel que regenteaba Nathanael West para poder entregar a tiempo E! hombre flaco, que le habfan pa- gado por anticipado. Después se empacé como una mula ¥ en treinta aflos sélo consiguié escribir una docena de pi- inas. ‘Yo no sé si a Juan Rulfo le pasé algo similar. Escribié un libro de cuentos, BI Hano en lamas, y una breve novela, Pe- dro Paramo, que son obras maestras. Luego, durante tres décadas guardé silencio. En un bar de Berlin, hacia 1980. Exmpantanado Bulfo me dijo que estaba escribiendo algunos cuentos. Pero muchos sospechdbames que se burlaba de nosotros y sobre todo de Octavio Paz, su blanco preforid Rulfo no creabe expectativas sobre obras futuras y esto fue aprovechado por les editores que se hacian un debder en no pagarle sus derechos de autor. Yo le propuse en otro bar, ol Suérez de Buenos Aires, que hiciéramos circularla voz de gue estaba terminando una novela. Autométicamente, sus editores del mundo entero correrfan a pagarle los derechos atrasadlos para tener alguna posibilidad de publicar la nueva novela que, sin duda, serfa un acontecimiento para las letras del continente, Sin ombargo, Juan Rulfo s6io parecia pre~ coupada, ese dfa, por comprar toneladas de aspirinas fabri- ccadas en la Argentina, porque, me decta, las de México son malas y escasas, Creo que he leide Pedro Pitramo veinte veces y mi admi- racién por Hulfo no tiene limites. Sé que él gustaba de mis novels, pero eudls vez. que me pongo a escribir pienso que si Ralfo haba dojado de hacerlo debfa ser porque ereta que no valia la pena. ¥ si pensab eso, acué diablos hago yo fren- tea la maquina de escribir? Mis tarde, sentado frente a dosoientas paginas Henas de ruidosos gnerrilleros que parecfan ir al fracaso, ante un e6n- sul argentino que la cancillerfa olvidé en un lugar perdido del Africa, me pregantaba cada dia qué hacer ahora, de qué muinera seguir mafiana, cémo terminar‘a est historia que eseribia a cieges levado de la mano de un putiado de perso- najes que pareefan divertirse como sivivieran por su cuenta. Tarde o temprano, a easi todos los escritores nos persigue elsindrome de Dashiel! Hammett. Salvo que no se tenga ol menor sentido autocritico y uno decida que todo lo escrito bion escrito esté, van a parar a la basura decenas o cientos aya 172 PIRAYAS, FANTASMAS ¥ DINOSAURIOS de paginas que uno sabe irreseatables aun para los amigos mds fieles. Y con cada pagina se ve un pedazo de corazén, No porque [a literatura ests perdiende algo: simplemente porque para escribir eualquier cosa que tenga algyin sentido hay que encorvar la espalda y entabacarse, y vomitar el café reealentado de la madrugada. ¥ cudu vez que algo va al ces- to de los papeles y uno puso ea la maquina otra pagina en blanco con la esperanza de que el sngel iluminador pase ante sus ojos, vuclve a aparecer el fantasma de Dashiell Hammett. Por supuesto, hay eseritores que no se empantanan ja- mis, Son, casi siempre, los més prolificos y vanidosos. No hay en ellos Is menor duda sobre las hondades de lo que ucaban de enviar a su editor. Conozco a varios. En general, Jeentregan a uno el original de una novela (o de un cuento, ‘© de un poema), eon un gosto sovero y este frase on los la- bios: “Estoy seguro de que te va a gustar.” Sin embargo, mi breve experiencia ce novelista me di que no hay manera de vonvencer a todo el munde de que lo que uno hace est destinado a la posteridad. Cuando le envié Triste, solitario y final a Julio Cortéizar, recibf una de las mas bells cartas de elogio que he tenido en mi vida, Al mismo tiempo la ley6 Juan Carlos Onctti, quien me la devolvié con el gesto adusto que siempre leva- ba puesto y mientras viajdbamios en un ascensor, me comen. 6, despectivo: “Esa cosa va a andar muy bien on Estados Unidos.” ‘Onetti fie uno de los més grandes escritores de este con- tinente y una de las personas menos sociables det oficio. En 1979, en Barcelona, presenté esa obra cumbré que es Deje- mos hablar al viento, El salén estaba colmado de priblivo que asistfa a una mesa redonda para ofr hablar al maestro. Empantancdo 173 Era hora de salir a hacer cada uno un discurso sobre ya no recuerdo qué tema, cuando nos informaron que estaba pro- hibido fumar en la sala, All només, Onetti se plantd. Sin un cigarrillo en los labios él no podia hablar, Como a mf me su- cede algo similar, apoyé su rebeldia y estuvinas media hora negociando en vano mientras la gente batia palms para re- cordanos que estaba alli, El bombero de la sala, como buen catalin, no quiso dar el brazo a torcer y entonces yo di mule uncenicero entre el saco y Iacamisay le avisé a Onetti _que se habia strincherado en un rincdn— que bien podtfa- mos desafiar a la fuerza ptiblica. El asunto le entusiasmé y cuando apareci6 en Ia sala la gente lo aplaudié tanto que enoendinos diez cigamilles cada uno sin que el bombero pudiera impedirlo, Lo que mas turbaba al catalan era quo alguien hubiors eolocado sm cenicero sobre la mesa y eon cllo legitimara nuestra transgresi¢n. Desde entoneas, One- iti aceptaba tomar el teléfone cuando Ie Hamaba, una vez por afi, o cnando estaba de paso por Madrid, A veces pien- so que hasta me tenfa alguna simpatia porque habfamos be- bbido juntos y compartimos el amor por Chandler y por los diluidos suburbios de Montevideo y Buenos Aires. Pues bien, Juan Carlos Onetti era de esos eseritores que se empecan pero insisten. En aquel 1979 me dijo que estaba esenbiendo una novel de cien capftulos cortos y que nunca cl trabajo le habia salido tan répido y tan bueno; sin embar- go, esa novela se qued6 empantanada en alga parle y Onetti la cambis por Cuando entonces, esa maravilla, Como 41 tenfa una envidiable capacidad para mater personajes y resucitarlos cuando se le da la gana, no hay manera de to- marlo come modelo, Igual que a Borges, sélo se puede ad- mirarlo, nunes usarlo de referencia Jorge Musto, otro uruguayo, me reproché por carta que

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