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Yo y la energía
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Yo y la energía

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About this ebook

Nikola Tesla ha pasado a la historia como el inventor de la corriente alterna, el perdedor de la "guerra de las corrientes" contra Edison, el paradigma del genio incomprendido al que la historia hace justicia siglos después. Hoy disfruta de una segunda juventud, con el interés de las generaciones más jóvenes y con la actualidad de muchas de sus teorías visionarias sobre la comunicación inalámbrica y el uso responsable de la energía.

Este volumen recoge dos de sus textos más importantes, de los muchos que publicó durante su vida en las revistas científicas de su tiempo. Gracias a ellos, "oímos" la voz en primera persona de un genio, un hombre que se sobrepuso siempre a una vida de incomprensiones y fracasos con el convencimiento de que el futuro era suyo.
LanguageEspañol
PublisherTurner
Release dateApr 1, 2016
ISBN9788415427087
Yo y la energía
Author

Nikola Tesla

Nikola Tesla (1856–1943) was a Serbian-American inventor, writer, physicist, and engineer, best known for his work on the alternating current (AC) electricity supply system.

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    Yo y la energía - Nikola Tesla

    Portadilla

    Créditos

    Presentación: Superhéroe Tesla, por Miguel A. Delgado

    LAS MIL CARAS DE TESLA

    LA INCUMPLIDA PROMESA DEL FUTURO

    CUANDO EL MAGO DECEPCIONA

    DE GATOS, PERROS, PALOMAS Y REOS

    EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD

    PRIMER AVISTAMIENTO DEL SUPERHÉROE

    HACIA LA CIUDAD BLANCA

    HUMANOS ILUSTRES, HÉROES Y MARCIANOS

    LA DOBLE TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO

    SEÑALES EN COLORADO

    LA UTOPÍA MUERE EN WARDENCLYFFE

    LUZ QUE SE APAGA

    LA PERSISTENCIA DE NIKOLA TESLA

    Agradecimientos

    Mis inventos

    I. Mi infancia

    II. Mis primeros esfuerzos como inventor

    III. Mis últimos intentos

    IV. El descubrimiento del transformador y de la bobina de Tesla

    V. El transmisor de aumento

    VI. El arte de la teleautomática

    El problema de aumentar la energía humana

    Introducción

    El primer problema: cómo aumentar la masa humana –la combustión de nitrógeno atmosférico

    El segundo problema: cómo reducir la fuerza que retarda a la masa humana – el arte de la teleautomática

    El tercer problema: cómo aumentar la fuerza que acelera a la masa humana – el aprovechamiento de la energía del sol

    La fuente de la energía humana – los tres modos de obtener energía del sol

    Las grandes posibilidades que ofrece el hierro para aumentar el rendimiento humano – el tremendo despilfarro en la fabricación del hierro

    Producción económica de hierro mediante un nuevo proceso

    La llegada de la era del aluminio – la caída de la industria del cobre – la gran potencia civilizadora del nuevo metal

    Los esfuerzos para obtener más energía del carbón – la transmisión eléctrica – el motor de gas –la batería de carbón frío

    Energía del entorno – el molino de viento y el motor solar –fuerza motriz del calor terrestre – electricidad de fuentes naturales

    Una desviación respecto a los métodos conocidos –la posibilidad de una máquina o un motor auto-actuante, inanimado pero capaz, como un ser humano, de obtener energía del entorno –el modo ideal de obtener energía motriz

    Primeros esfuerzos para producir el motor auto-actuante – el oscilador mecánico –los trabajos de dewar y linde – aire líquido

    El descubrimiento de propiedades inesperadas de la atmósfera – experimentos extraños – la transmisión de energía eléctrica – mediante un cable sin retorno –la transmisión a través de la tierra sin cable alguno

    La telegrafía ‘inalámbrica’ – el secreto de la sintonización – errores en las investigaciones hercianas – un receptor de sensibilidad extrema

    El desarrollo de un nuevo principio – el oscilador eléctrico – producción de movimientos eléctricos inmensos – la tierra responde al hombre – ahora es posible la comunicación interplanetaria

    La transmisión de energía eléctrica – a cualquier distancia sin cables – ahora es posible – el mejor modo de aumentar la fuerza que acelera la masa humana

    Yo y la energía

    © Turner Publicaciones S.L., 2011

    Rafael Calvo, 42

    28010 Madrid

    www.turnerlibros.com

    De la presentación:

    © Miguel Ángel Delgado Fernández, 2011

    De la traducción:

    © Cristina Núñez Pereira, 2011

    Primera edición: junio de 2011

    Diseño de la colección:

    Enric Satué

    Ilustración de cubierta:

    The Studio of Fernando Gutiérrez

    Todas las imágenes que figuran en este libro provienen de las publicaciones originales.

    © Nikola Tesla Museum, Belgrado.

    ISBN EPUB:  978-84-15427-08-7

    Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.

    PRESENTACIÓN

    SUPERHÉROE TESLA

    Nuestras virtudes y nuestros defectos son

    inseparables, como la fuerza

    y la materia. Cuando se separan,

    el hombre no existe.

    Nikola TESLA

    El 18 de febrero de 2011, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, organizó una cena con algunos de los hombres más poderosos de su país. No eran militares, tampoco políticos; alrededor de la mesa se sentaban los nombres más importantes de Silicon Valley, los que crean esas nuevas palabras y conceptos que pasan a integrar nuestras conversaciones en un tiempo récord. La mayoría de ellos había alcanzado el éxito en su juventud, y mientras algunos habían pensado en revolucionar nuestra forma de vida, otros simplemente habían diseñado alguna herramienta para facilitar un servicio que, con el tiempo, se había vuelto imprescindible.

    Con los máximos responsables de Apple, Steve Jobs, y de Facebook, Mark Zuckerberg, a la cabeza, el selecto grupo incluía a los representantes de Google, Yahoo!, Cisco, Oracle, Twitter o Netflix.[1] Obama, sentado entre ellos, seguramente les habló como un oficial arengaría a sus tropas, consciente de que sobre aquellas personas recaía la responsabilidad de la victoria en un campo especialmente sensible, y en el que Estados Unidos, por primera vez en mucho tiempo, se veía desafiado: la innovación tecnológica. Las mentes más brillantes del mundo ya no tenían necesariamente el inglés como lengua materna, sino que hablaban chino mandarín o hindi, y eso suponía una amenaza de cambio en las relaciones de poder.

    El presidente Obama era consciente de que, en realidad, nada ocurre por primera vez. Hubo un tiempo en que una Europa adormecida por la contemplación embobada de sus siglos de gloria se despertó de golpe al ver que un nuevo país, hasta entonces una colonia situada en el semicivilizado continente americano, le había tomado la delantera. Ya en 1858, para el entonces futuro presidente Abraham Lincoln, estaba claro que "[nosotros], aquí en América, pensamos que descubrimos, e inventamos, y progresamos de manera más rápida que cualquier [nación europea]. Ellos deben de pensar que esto es arrogancia; pero no pueden negar que Rusia nos ha llamado a nosotros para que le enseñemos cómo construir buques de vapor y ferrocarriles. No en vano, para Lincoln los mayores avances de la civilización habían sido la escritura [...] la imprenta, el descubrimiento de América y la introducción del Derecho de Patentes".[2]

    Más de ciento cincuenta años después, el último de sus sucesores en la Casa Blanca tenía claros qué nombres debían ser enarbolados para incentivar a sus compañeros de mesa: Esta es la nación de Edison y los hermanos Wright, de Google y de Facebook; la innovación no es para nosotros solo un medio de cambiar nuestra vida, es nuestra forma de vivir. Obama acababa de trazar una línea de continuidad que enlazaba dos de las marcas que más han hecho por demostrar la profunda capacidad revolucionaria de la tecnología, con los descubrimientos que originaron el progresivo empequeñecimiento del mundo en el que aún estamos sumidos: la electricidad y la aeronáutica. Entre esos dos puntos se trazaba un arco de maravilla que por primera vez había puesto en manos de los seres humanos una capacidad sin precedentes para decidir su destino; que permitía superar los tabúes que la naturaleza nos había impuesto (la incapacidad para domeñar los recursos naturales, la imposibilidad de volar); y que había dado los primeros pasos en la construcción de un nuevo marco de relaciones sociales, quizá germen de unos cambios más profundos por venir.

    Y sin embargo, no era este el único aspecto que compartían dos épocas aparentemente tan separadas. Hay más similitudes: en un discurso dedicado a los problemas de la inmigración, pronunciado el 1 de julio de 2010 en la American University School of International Service, el presidente Obama reconocía el papel de los norteamericanos nacidos como extranjeros, y más tarde recibidos por un país en permanente construcción, en la forja de ese liderazgo tecnológico que permitió el nacimiento de la superpotencia:

    Siempre nos hemos definido como una nación de inmigrantes. Una nación que recibe a todos aquellos que desean abrazar los principios de América. De hecho, es ese constante flujo de inmigrantes el que ayudó a hacer de Estados Unidos lo que es. Los grandes logros científicos de Albert Einstein, los inventos de Nikola Tesla, las grandes aventuras empresariales como la U.S. Steele de Andrew Carnegie y el Google de Sergey Brin... Todo ello fue posible gracias a los inmigrantes.

    Posiblemente, no todos los mencionados por el presidente Obama serían inmediatamente identificados por el público, por más que se tratara de una prestigiosa institución especializada en relaciones internacionales. Obviamente, el nombre de Albert Einstein no necesita ir acompañado de ninguna explicación; los que hubieran seguido algún curso de historia económica de Estados Unidos conocerían el papel de U.S. Steel, la primera gran corporación mundial, en la consolidación del modelo capitalista norteamericano; y en cuanto a Google... bien, si faltaran datos bastaría escribir su nombre en el buscador más importante de internet.

    Más difícil resultaría, para la mayor parte de los asistentes, situar el nombre de Nikola Tesla. Vagamente, los familiarizados con el magnetismo podrían reconocer en su apellido la unidad (el tesla) que mide la intensidad de un campo magnético, pero es difícil que pasaran de ahí. Y sin embargo, cuando uno escucha por primera vez su nombre y su extraordinaria historia, descubre que ese completo desconocido sirve de ábrete sésamo de numerosas puertas que nos llevan a veces más cerca de la ciencia ficción que de la realidad.

    ¿Quieren ejemplos? La empresa constructora de los primeros coches eléctricos que pretenden desmentir el tópico de que estos vehículos son poco más que ciclomotores de cuatro ruedas, afincada, cómo no, en Silicon Valley, y en cuyo accionariado participan los creadores de Google, se llama Tesla Motors. Programas de televisión especializados en divulgación popular como el Canal Historia o la cadena pública norteamericana PBS le han dedicado en los últimos tiempos completos documentales que le descubren a audiencias más amplias, y hay artistas que utilizan sus conceptos y sus ideas como inspiración para sus instalaciones y creaciones artísticas.

    El hecho de que el nombre de Tesla haya desaparecido del imaginario colectivo lo ha convertido en una especie de contraseña, un acertijo que en demasiadas ocasiones queda reducido a un guiño entre entendidos, apenas disimulado. Si el protagonista de la cinta de animación Lluvia de albóndigas tiene en su habitación un póster en el que se ofrece una divertida, aunque poco ajustada a la realidad, imagen de Tesla, un episodio de la serie House nos muestra, tras el carismático doctor interpretado por Hugh Laurie, la siguiente proclama escrita en la pizarra: Tesla was robbed! (¡A Tesla le robaron!). Uno de los personajes de la serie Sanctuary, que transcurre en una institución que acoge a personas con habilidades, es un vampiro que responde al nombre de Nikola Tesla, y el gran almacén de maravillas de Almacén 13, una agradable serie que viene a ser una especie de Expediente X sin ínfulas, fue supuestamente construido por Thomas Alva Edison, Nikola Tesla y M. C. Escher.

    Fuera del campo estrictamente fantástico, nuestro misterioso protagonista también se permite hacer apariciones esporádicas, incluso sin que lleguemos a verle físicamente. En la abortada y genial serie creada por Aaron Sorkin Studio 60, que cuenta las vicisitudes de un show televisivo que viene a ser una especie de Saturday Night Live, se nos cuenta cómo su director y guionista habían intentado sacar adelante, sin éxito, una gran producción cinematográfica sobre él. En uno de los cortos integrados en Coffee and Cigarettes, de Jim Jarmusch, Jack, el componente masculino de The White Stripes, le habla a Meg, la otra mitad del dúo, de las maravillas que era capaz de hacer quien, para ella, es un completo desconocido. Hasta el momento solo se ha hecho un biopic de ficción, Tajna Nikole Tesla [El secreto de Nikola Tesla], una cinta yugoslava de 1980 donde Petar Božović encarnaba al científico, y que contaba con una breve intervención del por entonces necesitado de trabajo Orson Welles en el papel del financiero J. P. Morgan, pero ya se anuncia para 2012 una nueva producción que podría contar con Christian Bale interpretando a Tesla.

    Su nombre también se cuela en la obra de algunos de los escritores norteamericanos más importantes de las últimas décadas. Así, un personaje de la novela El Palacio de la Luna, de Paul Auster, describe de esta manera cómo le impactó encontrarse en persona con él:

    Nunca tuve el valor de hablarle, pero eso no importaba. Me inspiraba el saber que estaba allí, el saber que podía verle cuando quisiera. Una vez, nuestros ojos se encontraron y sentí que veía a través de mí, como si yo no existiera. Fue un momento increíble. Noté que su mirada atravesaba mis ojos y salía por la parte de atrás de mi cabeza, abrasando mi cerebro y convirtiéndolo en un montón de cenizas. Por primera vez en mi vida comprendí que no era nada, absolutamente nada. No, no me disgustó como usted podría creer. Me dejó aturdido al principio, pero una vez que se me pasó el susto, me sentí vigorizado, como si hubiera conseguido sobrevivir a mi propia muerte. No, no es eso, no exactamente. Yo solo tenía diecisiete años, era poco más que un niño. Cuando los ojos de Tesla me atravesaron, probé por primera vez el sabor de la muerte. Eso se aproxima más a lo que quiero decir.[3]

    Thomas Pynchon, en Contraluz, utiliza la figura de Tesla y le introduce en conversaciones casi crípticas en las que, aun así, el personaje queda perfectamente retratado en su afán laborioso e innovador:

    Más tarde, ya en el cobertizo, Kit se topó con Tesla, que fruncía el entrecejo ante un esbozo a lápiz.

    —Vaya, lo siento. Estaba buscando...

    —Este toroide es la forma incorrecta —dijo Tesla—. Ven, míralo un momento.

    Kit echó un vistazo.

    —Tal vez haya una solución de vector.

    —¿Cómo?

    —Sabemos qué aspecto queremos que tenga el campo en cada punto, ¿no? Bien, tal vez podamos generar una superficie que nos dé ese campo.

    —¿Lo ves? —casi preguntó Tesla mirando a Kit con cierta curiosidad.

    —Veo algo —respondió Kit encogiéndose de hombros.

    —Lo mismo empezó a pasarme a mí cuando tenía tu edad —recordó Tesla—. Cuando encontraba tiempo para sentarme tranquilo, me venían imágenes. Pero todo se reduce a encontrar el tiempo, ¿no es siempre así?

    —Claro, siempre hay algo... Tareas por hacer, algo.

    —Es el diezmo —dijo Tesla—, la deuda que hay que pagar al día.

    —No me estaba quejando de las horas que paso aquí, nada por el estilo, señor.

    —¿Y por qué no? Yo me quejo a todas horas. De que nunca son bastantes, sobre todo.[4]

    Las connotaciones de la obra tesliana la han convertido en una enorme inspiración para muchos artistas. En el 2006, el Centro Cultural Conde Duque de Madrid acogió en la exposición Resonancias. Cuerpos electromagnéticos los trabajos de un grupo de artistas que exploraban los conceptos de vibración y resonancia en los campos de la electricidad y el magnetismo. El nombre de Tesla aparecía como referencia expresa, como lo hace en las obras del francés Laurent Grasso, o en varias de las instalaciones creadas por la chilena Francisca García, que incluso presentó en París una titulada 3327, el número de la habitación del hotel New Yorker en la que falleció Tesla. Cuando se le pregunta qué es lo que encuentra de inspirador en su figura, no duda en responder:

    Mi interés se centra en varias ideas que tienen que ver con sus ideas y su creatividad, sobre todo en una constante que tiene que ver con mi trabajo, la mezcla de ficción y realidad. Las ideas que impulsaron a Tesla a realizar esos descubrimientos científico-técnicos tienen una carga que va más allá de la satisfacción de necesidades domésticas y mundanas. Es como si Tesla tuviera que realizar una misión.[5]

    La huella tesliana también aparece en los últimos años en el campo de la música: en el 2003 se estrenó en Hogarth (Australia) la ópera de Constantine Koukia Tesla. Lightning in His Hand. Con libreto de Marianne Fisher, la obra resume la historia de Tesla desde su llegada a América hasta su muerte. A la hora de escribir estas líneas, se ha sabido que el cineasta Jim Jarmusch, quien ya ha incluido referencias al inventor en alguna de sus cintas, está trabajando, junto al compositor Phil Klein, en una nueva ópera sobre el personaje.

    Pero no solo en el campo de la música culta tiene cabida el nombre de Tesla. También ha habido quien se ha acercado a su figura desde el pop y el rock. En una década tan eléctrica y futurista como la de los ochenta, no es extraño que uno de los grupos de referencia de la música tecno, OMD, incluyera la canción Tesla Girls en su álbum Junk Culture, en el que las chicas sofisticadas parecían ir de la mano de la tecnología:

    No, no, no

    Chicas Tesla

    Probando nuestras teorías

    Sillas eléctricas y dinamos

    Vestidas para matar, me están matando

    Pero ¡sabe Dios cuál es su receta!

    Y en un tono más reivindicativo, acorde con sus melenas de metal de baja intensidad, el grupo norteamericano Tesla (que no por casualidad titularon uno de sus álbumes The Great Radio Controverse) no tenía ningún problema en denunciar, en 1991, en su canción Edison’s Medicine, la injusticia cometida con su olvido:

    Todo lo que vio, todo lo que concibió,

    Simplemente no podían creerlo.

    Steinmentz y Twain fueron los amigos que

    [se quedaron a su lado,

    Junto con el número tres.

    Fue electromagnético, completamente quinético,

    El Nuevo Mago del Oeste.

    Pero ellos eran unos estafadores y se quejaban

    [de que no era de los suyos,

    Y decían que Edison sabía más.

    Tesla también ha sido carne de viñeta. Es el constructor en la sombra de Atomic Robo en la serie de cómics creados por Brian Clevinger y Scott Wegener,[6] un héroe metálico que, desde los años veinte, deshace entuertos enfrentándose a nazis, extraterrestres y en general todo aquel que planee, como es de rigor, hacerse con y/o destruir el mundo, en lo que vendría a ser un cruce entre las aventuras de Indiana Jones y el Hellboy de Mike Mignola. Más interés tiene The Five Fists of Science, de Matt Fraction y Steven Sanders,[7] en el que Tesla se convierte en una especie de superhéroe con identidad oculta: por el día es un elogiado inventor, mientras que por la noche utiliza sus creaciones para hacer el bien en las calles de Nueva York, al estilo de Batman. Pero sus habilidades no acaban ahí y, confabulado con Mark Twain y la baronesa Bertha von Suttner,[8] pone en marcha una estratagema para crear una falsa amenaza que una a todos los países del mundo y desbarate los planes de malvados como Edison (pero ¿no había dicho Obama que era un benefactor?), J. P. Morgan, Andrew Carnegie (¡y este!) o Marconi.

    De hecho, es fácil pensar en Tesla como una figura capaz de inspirar, aunque sea inconscientemente, gran parte de la iconografía derivada del subgénero conocido como steampunk, el eco en nuestros días de un tiempo en el que la fe en las capacidades de la tecnología parecía poner cualquier prodigio al alcance de la mano, una época fronteriza entre la nueva maravilla y los últimos coletazos de la barbarie supersticiosa. Desde este punto de vista, no es difícil rastrear su huella en la serie Captain Swing and the Electrical Pirates of Cindery Island, de Warren Ellis y Raulo Caceres,[9] situada en el Londres de 1830 y protagonizada por un capitán pirata muy particular, poseedor de un barco volante que, como el resto de sus armas y máquinas, se alimenta de electricidad y la extrae del aire. Sus creadores no esconden la influencia de los inventos de Tesla, de su visión de un futuro de energía inalámbrica, libre e inagotable, así como de su determinación para derrotar a un grupo de poderosos que pretenden alejar al común de los mortales de la utopía, abortando un salto tecnológico que inevitablemente derivaría en otro evolutivo.

    El universo superheroico, como no podía ser menos, tampoco ha permanecido ajeno al personaje: la serie de DC Comics JLA: Age of Wonder especula con una ucronía en la que Superman, en vez de caer a la Tierra en el siglo XX, lo hace en 1850. Tras ser explotado junto con Tesla en el taller de Edison, ambos mantienen una relación en la que el rayo de la muerte, otra de las constantes del mito tesliano, ayuda al kriptonita en su ardua tarea de salvar al mundo del malvado Lex Luthor. Sin embargo, si hay una representación ambiciosa de Tesla que haya llegado a nuestras librerías es la de la novela gráfica RASL, una creación de Jeff Smith, autor de Bone, una de las sagas de mayor éxito del cómic contemporáneo, y en la que un ladrón de arte utiliza una máquina de tecnología tesliana para saltar entre universos paralelos robando obras de gran valor. El principal mérito de la obra de Smith es que, en un argumento de ciencia ficción que toma prestados varios conceptos de la física más avanzada, logra insertar un retrato ajustado de Tesla, relacionándolo con las leyendas sobre su figura mediante viñetas dibujadas a partir de imágenes reales, que trazan un retrato entre admirativo y desolador del científico.

    Pero si hay un campo en el que el nombre de Tesla se ha multiplicado de manera exponencial es el del videojuego, normalmente ligado a dispositivos presuntamente creados por él (Silent Hill, Lara Croft Tomb Raider, Command & Conquer: Red Alert, Return to Castle Wolfenstein, Ratchet and Clank, Fallout 3,[10]Lara Jones y el Secreto de Nikola Tesla...), o incluso incluyéndolo como personaje, como en el divertido juego de plataformas Tesla: The Weather Man, en el que un sosias del inventor se enfrenta a los robots construidos por el malvado Edison (¡otra vez!) manipulando el tiempo atmosférico, coleccionando palomas y siguiendo los consejos de su buen amigo Mark Twain... Por su parte, Dark Void, videojuego de 2010 que tiene un buen número de seguidores, reserva a Tesla un papel bastante lucido, el de un equivalente al Q de James Bond, que dota al protagonista de los gadgets necesarios para la resolución de sus espectaculares aventuras.

    Videojuegos, cómics, literatura, canciones... y miles de páginas web donde se trata, de manera más o menos fundada, de su obra y su vida. Introducir el nombre Nikola Tesla en la versión española del buscador Google, arrojaba en la tarde del 28 de marzo de 2011 cinco millones de resultados, prácticamente los mismos que Thomas Edison. Deambular por ellas es asistir a un cruce de referencias en el que realidad y ficción terminan confundiéndose, en el que el hombre real se solapa con el superhéroe en que muchos desearían verle convertido, el punto crucial para la explicación de los misterios más recurrentes de la galaxia de la conspiranoia. Y sobre todo, es la constatación de una admiración sin límites, a veces rayana en la credulidad más extrema, hacia un hombre que tuvo en sus manos la liberación de unas fuerzas ambivalentes, tan capaces de salvar a la humanidad como de destruirla.

    Una perspectiva demasiado bizarra para quien, de todas formas y por sus propios logros, hizo méritos más que suficientes para ocupar un lugar de honor en la memoria colectiva, y que sin embargo quedó prácticamente borrado de la historia oficial, convertido en algo demasiado parecido a una incógnita. Es hora de comenzar a dibujar los verdaderos contornos que asoman tras la densa niebla del mito.

    El País, 19 de febrero de 2011, p. 33.

    2 Citado por Charles R. Morris, The Tycoons, Holt, Nueva York, 2005, pp. 7-8.

    3 Paul Auster, El Palacio de la Luna, Maribel de Juan, tr., Barcelona, Anagrama, 1998, p. 155.

    4 Thomas Pynchon, Contraluz, Vicente Campos, tr., Barcelona, Círculo de Lectores, p. 137.

    5 Conversación personal con el autor.

    6 Publicados en España por Norma Editorial.

    7 Publicado por Image Comics en 2006.

    8 Nacida en Praga, fue la primera mujer galardonada con el premio Nobel de la Paz en 1905. Conocida por su pensamiento pacifista radical, trabajó como secretaria y ama de llaves de Alfred Nobel, y se cree que influyó en él para la propia creación del galardón.

    9 Publicado por Avatar, 2010.

    10 http://artigoo.com/biografia-express-nicola-tesla-una-injusticia-historica

    LAS MIL CARAS DE TESLA

    En 2006, Christopher Nolan estrenó su película El truco final-El prestigio, adaptación de la novela de Christopher Priest The Prestige. Tras el enorme éxito de Batman Begins, la cinta que devolvió a primera línea al personaje del hombre murciélago, el director británico se atrevió con una historia ambientada a finales del siglo XIX, y que enfrentaba a dos magos ingleses en una loca carrera por el truco perfecto, el indetectable, el que superase todas las barreras de la física y de lo posible.

    En un momento fascinante de la película, uno de los magos, interpretado por Hugh Jackman, viaja hasta un lugar remoto llamado Colorado Springs para visitar a un científico que proclamaba haber inventado artefactos increíbles, cuyas demostraciones técnicas eran prohibidas por la policía por su aparente inseguridad, y que se veía obligado a trabajar oculto del mundo, especialmente de unos agentes misteriosos enviados por Thomas Alva Edison (otra vez) para espiar, robar y destruir sus inventos.

    El personaje tarda en aparecer en escena y durante bastante metraje le conocemos tan solo de oídas. Pero su obra le antecede: lo primero que ve Robert Angier, el aristócrata metido a mago que busca el artilugio para el truco definitivo, aquel que haga realidad lo que Arthur C. Clarke definía como el punto en el que la ciencia se confunde con la magia, es un escenario que no puede ser más espectacular: una gran pradera a los pies de las Montañas Rocosas, en la que apenas un lejano racimo de luces nos indica que la electricidad está extendiéndose por el inmenso y aún no suficientemente poblado territorio.

    Esa lejana referencia de luz, de repente, empieza a apagarse; el acompañante de Angier, un ayudante de Tesla llamado Alley, le informa de que los habitantes de Colorado Springs permiten al inventor utilizar toda la potencia del generador local para sus experimentos. Algo que, en realidad, no tiene nada de extraño; si ha sido Tesla el que ha otorgado a aquella tierra la bendición de la luz, ¿quién si no él podría tomarla prestada para sus experimentos, para ahondar más en su búsqueda y traer nuevas bendiciones, al pueblo norteamericano primero y al mundo entero después? Algo parecido ocurre en la actualidad con la ciudad de Ginebra y el gran colisionador de hadrones, el LHC, una de las más apasionantes creaciones del intelecto humano, salvo por un detalle: en nuestros días, cuando se aproxima la Navidad, el LHC cesa sus actividades para no perjudicar la actividad comercial.

    El contraste es evidente: hoy, ninguna búsqueda, por esencial que sea, debe alterar nuestra rutina, nuestros móviles cargándose por la noche, nuestra nevera en continuo funcionamiento, nuestros relojes eléctricos, las luces que hacen de nuestras calles sitios seguros por los que pasear... Sin embargo, en 1899 la luz eléctrica era aún un don frágil del que la gente podía prescindir durante un tiempo al día, de la misma manera que los judíos del Éxodo no esperaban que el maná estuviese cayendo continuamente. Más de un siglo después, la electricidad nos rodea como el aire, y de la misma manera que no nos podemos permitir dejar de respirar ni por un segundo, la perspectiva de que se pueda interrumpir el fluido nos resulta simplemente insoportable. Hace tiempo que hemos expulsado la oscuridad, y rodeados de electricidad nos sentimos cómodos. Lo que antes era un prodigio se ha convertido en algo cotidiano, imprescindible, descontado y, por ello, poco valorado.

    Probablemente Tesla, que veía en las posibilidades de la electricidad la oportunidad para que el hombre ascendiera a un nuevo nivel en su búsqueda de la perfección, experimentaría hoy una extraña mezcla de frustración y contento. Se sentiría satisfecho por la profunda huella que sus ideas han dejado en un mundo que poco se parece al de hace ciento cincuenta años, y que se encuentra inmerso en una ola transformadora continua e imparable; y frustrado porque, en realidad, ese salto que creía inseparable de las nuevas tecnologías aún no se ha producido: nos estamos convirtiendo en otra cosa, pero no parece que lo que somos ahora sea ni mejor ni peor de lo que éramos antes.

    Quizá en la mente de Tesla lo que habría tenido que ocurrir es lo que la película muestra como una certera metáfora: cuando las lejanas luces de la ciudad de Colorado Springs se han terminado de apagar, un resplandor repentino parece surgir de la misma tierra, a partir de innumerables bombillas clavadas directamente en el suelo. Sin cables, sin un aparente generador, una luz milagrosa parece nacer del suelo, como de unas plantas extrañas que hubiesen crecido a partir de alguna siembra extraterrestre.

    Y es en ese carácter envolvente, casi mágico, de lo que no es más que la domesticación de unas leyes naturales férreas cuya definición había permanecido oculta durante miles de años para los hombres, que se manifestaban tan solo a través de la demoledora exhibición de los rayos de los dioses, y que solo un puñado de sabios del siglo XIX acertó a comenzar a desentrañar, donde reside el punto diferencial de Tesla. Porque, no contento con ello, pretendió convertirla en la más poderosa herramienta de industrialización y civilización que el ser humano haya tenido en sus manos. Intuyó que tras esos fenómenos se escondía el secreto del universo, un gigantesco mecanismo en el que el hombre solo podría crecer si era capaz de formar parte de él, vibrar con él, sentir que las más mínimas y lejanas variaciones de lo que nos rodea nos condicionan y nos convierten en lo que somos. Porque, para Tesla, la fuerza de voluntad era el mayor regalo al que podía aspirar el ser humano, y esta solo desplegaba su verdadero potencial cuando se fundía con el cosmos.

    El tiempo, en realidad, le ha dado la razón. Todo el progreso de la ciencia no ha hecho más que demostrarnos hasta qué punto nuestra existencia como especie, y como individuos, está ligada a una red tan tupida de influencias que la frontera entre la existencia y la extinción es tan fina como compleja en su definición. Y mientras esa nueva conciencia va abriéndose paso, vivimos sumergidos en nuestro propio líquido amniótico, un océano de electricidad que no solo nos deja estar vivos, sino que nos mueve, nos da de comer, nos permite trabajar, nos cura. Si se suprimiera de un plumazo la obra de Tesla, nos veríamos de nuevo arrojados a la oscuridad casi completa en la que la humanidad permaneció durante milenios... solo para descubrir que ya no sabemos vivir así, y tener que aprender de nuevo lo que supimos durante la mayor parte del tiempo que llevamos sobre el planeta, y que ahora hemos olvidado.

    A pesar de ello, Nikola Tesla es el gran desconocido. Promociones enteras de ingenieros salen de las escuelas sin saber de su existencia, mientras se dedican a construir centrales hidroeléctricas, grandes y pequeños motores, sistemas de distribución de alta tensión, redes inalámbricas, estaciones de radio y mil artilugios en cuyo nacimiento la sobrexcitada mente del croata, en mayor o menor medida, tuvo que ver. Como si el hombre se hubiera transformado en su obra, como si hubiera disuelto completamente su identidad en ella. Y en cierta forma, quizá sea ese el mayor homenaje que pueda recibir quien aspira a cambiar el mundo: que lo que ha creado pase a formar parte tan inseparable de la vida de la gente que ni siquiera sea capaz de reparar en su existencia.

    De ahí que su nombre lleve camino de abandonar la carnalidad para convertirse en algo intangible e indefinible. Apoyada, sobre todo, en el aura de misterio que envolvió su figura en sus últimas décadas de vida, y en el culebrón conspiranoico que se formó en torno a sus papeles perdidos, supuestamente ocultados por el Gobierno americano (hasta el FBI, en su página web, ha tenido que incluir esa incautación como uno de los diez mitos más difundidos sobre la actividad de la agencia), la figura de Tesla se ha convertido en un molde que puede rellenarse a voluntad del consumidor. Si pocos años después de su muerte hubo quien proclamó que en realidad no era de este mundo (sino, más concretamente, de Venus), hoy vemos cómo se le relaciona con los grupos más heterogéneos: los que denuncian la existencia de tecnologías misteriosas utilizadas por los gobiernos para manipular el clima y hasta los terremotos, defensores del vegetarianismo extremo, budistas, creyentes en la parapsicología... El rastro borrado del paso de Tesla por el mundo deja un hueco en el que los perfiles posibles se multiplican, hasta el punto de convertirle en el mayor filántropo o el más peligroso de los villanos.

    Tesla ha terminado encarnando todos

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