Está en la página 1de 2

Articles of The Distributist Review

La belleza de los pequeños negocios


2011-05-29 21:05:15 Alfonso Díaz Vera

Si algo define y ha definido siempre el sistema económico de los países occidentales, conocido
ambiguamente como capitalismo, es su tendencia a la concentración de la actividad económica
mediante la adquisición de posiciones dominantes en el mercado por parte de las empresas más
competitivas. Este “darwinismo económico”, en el que la empresa eficiente se come a la ineficiente, se
nos presenta de manera ya consolidada en los grandes sectores industriales tradicionales y se pone de
manifiesto cada vez que surge un nuevo mercado o producto, como podemos contemplar para nuestro
asombro y desdicha en sectores teóricamente tan abiertos como las tecnologías de la información y
comunicación. En este sentido, se puede afirmar que el libre mercado es una utopía, o cuanto menos
una situación meramente temporal, pues la libre competencia generará el aumento de tamaño de unos
pocos que usarán su posición dominante para expulsar al resto, llegando al oligopolio e incluso al
monopolio, lo cual supondrá, por las barreras a la entrada de nuevos competidores, el fin del libre
mercado. Por supuesto esto no es más que una simplista descripción de las consecuencias teóricas de
un comportamiento económicamente lógico, como lo son todos los modelos y teorías económicas
actuales. La realidad no es tan sencilla ni tampoco tan negativa, por mucho que a veces se empeñe en
parecerlo. El sol vuelve a salir con la misma facilidad y naturalidad con la que la oscuridad se impuso
previamente a la luz. Un ejemplo de este resurgimiento del mercado libre y abierto lo tenemos en el
magnífico libro “Lo pequeño sigue siendo hermoso” escrito por Joseph Pearce en tributo al clásico “Lo
pequeño es hermoso” de E.F. Schumacher. El libro de Pearce insiste en la importancia de un tamaño
adecuado para la tecnología y para la empresa, y pone como ejemplo las fábricas de cerveza del Reino
Unido. A principios de los años 70, un proceso de fusiones redujo el número de empresas del sector a
tan sólo 7 grandes, cuya competencia vía precios les había llevado a una fabricación masiva,
estandarizada y de peor calidad. La clásica cerveza ale prácticamente había desaparecido del mercado.
Un movimiento asociativo de consumidores reclamando la cerveza tradicional británica supuso, no sólo
la aparición de multitud de pequeños fabricantes dispuesto a hacer ale al estilo clásico, sino que los
grandes productores readaptaran también sus procedimientos para dar mayor diversidad y calidad a sus
clientes. La aparición de gran número de pequeñas marcas aportó al consumidor mayores posibilidades
de elección y revivió un sector que prácticamente había sucumbido al imperio de las economías de
escala y la estandarización. La principal enseñanza es que el poder del mercado sigue siendo de los
consumidores si éstos saben ejercerlo de manera decidida e inconformista. Actualmente, si bien la
tendencia a la concentración persiste, pues se trata de un comportamiento natural, están surgiendo
muchas oportunidades para el cambio. Las tecnologías de la información no son una amenaza sino una
oportunidad para que los pequeños negocios sean conocidos y puedan tener a su vez información y
contactos vitales para su actividad. Internet pone a nuestro alcance los conocimientos y la posibilidad de
adquirir los medios necesarios para comenzar, por ejemplo, a fabricar nuestra propia cerveza artesanal,
un hobby que se ha puesto de moda y que en España ha dado lugar ya a la apertura de decenas de
pequeños negocios de emprendedores entusiastas que han puesto en el mercado gran número de
nuevas “marcas” que compiten, a muy pequeña escala, en un mercado tan oligopolizado o más que el
británico en los años 80-90. Tras esos negocios, y en general tras la mayoría de pequeños proyectos, no
se encuentran concienzudos cálculos sobre posibles rendimientos del capital invertido, sino tan sólo la
ilusión por desarrollar tu hobby hasta el punto de poder llevarlo al “mercado”, aunque sea en una medida
infinitesimal y con un producto artesanal, y poder mostrar a otros el fruto de tu creatividad, compartiendo
con ellos tu ilusión. Muchas veces estos negocios ni siquiera tienen tamaño suficiente para que una
familia se gane la vida, y son compatibilizados con otras actividades laborales. Pero no estamos
hablando aquí de satisfacciones ni rendimientos materiales, sino de recompensas fundamentalmente
emocionales. Porque no somos “homo oeconomicus” ni robots que maximicen fríamente sus
rendimientos, por más que a menudo queramos comportarnos así, ni tampoco ese comportamiento nos
lleva a la felicidad ni al disfrute de la vida. Somos “homo viator”, somos mortales y estamos en este
mundo tan sólo de paso. La maximización obsesiva de nuestros beneficios, tan racional como nos
parece, resulta ridícula ante la perspectiva de nuestro inevitable final, esa muerte que llegará para todos
por igual. El consumo de productos y el disfrute de placeres meramente materiales no nos pueden
proporcionar una satisfacción tan plena como las cuestiones del orden emocional. La idea de un nuevo
proyecto, la posibilidad de aplicar nuestra creatividad y nuestra inteligencia en algo que perdure y que
otros puedan disfrutar incluso cuando ya no estemos, y en general la visión del trabajo como actividad
creativa y cooperativa que nos proporcione satisfacción y no sufrimiento, están detrás de la mayoría de
proyectos empresariales nuevos. Se podría decir que el trabajo así entendido es capaz de ofrecernos
una satisfacción muy superior a la que obtenemos con el mero consumo de bienes materiales. Esa es la
esencia del pequeño negocio de tamaño familiar, totalmente opuesta a la mentalidad económica
moderna, basada en el consumo compulsivo de bienes que es necesario alimentar con dinero que sólo
podemos obtener mediante el trabajo, que por lo general es percibido como un mal. ¿Qué podemos
hacer para una economía más humana y distributista? Como consumidores, apoyar el pequeño
comercio, el producto de calidad no estandarizado, y sobre todo aquellos productos tras los que se
puede intuir que hay un trabajo bien hecho y un disfrute y una ilusión por lo que se hace. Evitemos ante
todo aquellos productos tras los que puede haber trabajadores explotados o contratados en condiciones
precarias, como la mayoría de los que provienen de China o de compañías conocidas por prácticas
laborales deplorables. La satisfacción en el trabajo y la satisfacción en el consumo han de estar
relacionadas para que el conjunto del trato sea justo y equitativo. Consideremos, además del precio y la
calidad, la satisfacción mutua que hay entre todas las partes que componen ese trato: consumidor,
fabricante y vendedor. Igual que nos gusta que el vendedor sea amable con nosotros y no trate de
engañarnos, debemos buscar que el fabricante sea igual con sus empleados. Como consumidores el
poder está en nuestras manos. Apoyemos decididamente al pequeño negocio.

También podría gustarte