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Los judíos son, indudablemente, el pueblo más

antiguo con una fuerte conciencia nacional y, sin


embargo, se necesitaban casi dos mil años para que en
este pueblo, disperso y sin hogar propio, surgiese otra
vez la idea de tener su Estado y vivir organizado en una
nación. Mientras se hallaban en la diáspora, los judíos
dieron grandes políticos y estadistas a las naciones en
cuyo seno vivían asimilados, como por ejemplo a
Disraeli en Inglaterra, a Lasalle y Rathenau en
Alemania, a Gambetta y Crémieux en Francia, a V. Adler
en Austria y a Luzzatti en Italia; pero ninguno de ellos,
aunque de origen y confesión hebrea, se preocupaba por
la suerte del pueblo de Israel ni pretendía interpretar o
realizar su voluntad colectiva.
El Estado de Israel se hizo principalmente por obra del movimiento sionista político
de Theodor Herzl, el primer estadista judío de la diáspora, a los cuarenta y cinco
años de su muerte.

Theodor Herzl nació en Budapest el 2 de mayo de 1860, en una familia hispanojudía


que desde España, pasando por el Imperio Otomano, llegó primero a los Balcanes y
luego se estableció en Hungría, asimilándose a la cultura alemana como la mayoría
de los judíos que vivían en las ciudades de la Europa Central. La lengua alemana fue
el vehículo de su expansión por todos los países de la Europa Central y Oriental,
siendo al mismo tiempo el medio de entendimiento entre ellos mismos.
El padre de Theodor, Jacob, gozaba de una acomodada posición en la burguesía de la
capital húngara, pudiendo proporcionar a su hijo una buena educación. La madre,
Jeanette Diamant, también de una conocida familiar sefardí, era una mujer hermosa
y de finos sentimientos, cuya armoniosa prestancia física y cuyo don literario heredó
Theodor. "Dori", como le llamaban sus íntimos, estudió en Budapest el Bachillerato,
manifestando ya en aquellos años mozos sus inquietudes intelectuales y facultades
organizadoras al fundar un círculo literario.

En 1878, murió su única hermana, Paulina. El doloroso hecho fue el motivo de que la
familia Herzl se marchara de Budapest y se estableciese en Viena. Theodor se
matriculó en la Facultad de Derecho, terminando la carrera, con el grado de doctor
en leyes, en 1884. Algún tiempo ejerció la abogacía en Viena y una breve temporada
estuvo en el Tribunal de Salzburgo, pero pronto se convenció de que su vocación era
el periodismo y abandonó la jurisprudencia dedicándose exclusivamente a las letras.
En sus años de estudiante en Viena conoció a Julia Naschauer, descendiente de una
familia húngaro-hebrea, con la que se casó en 1889. El matrimonio de Herzl,
bendecido con tres hijos, fue feliz y Julia, su fiel esposa, con gran abnegación
soportó el despilfarro de la fortuna familiar y las prolongadas ausencias de su marido
en el último decenio de su vida.

Theodor Herzl escribió y publicó su primer artículo siendo aún alumno de


Bachillerato, y durante sus estudios universitarios se interesó más por la literatura
que por el Derecho. Para un joven judío de talento estaban a disposición las
columnas de los grandes periódicos y revistas austríacos, puesto que una
considerable parte de ellos estaba en manos del capital judío. Los artículos de Herzl
fueron advertidos, y no le fue difícil entrar en la redacción de uno de los más grandes
y más influyentes periódicos de Viena: Neue Freie Presse.

Alternando con el periodismo, Herzl escribió también para el teatro varias comedias,
casi todas relacionadas de algún modo con la cuestión judía. Entre los más conocidos
títulos figuran: Seine Hoheit (Su Alteza), Der Flüchtling (El fugitivo), Das neue
Ghetto (El nuevo ghetto), Solon in Lydien (Solón en Lidia), Unser Kätchen (Nuestra
Catalina), Grethel, Prinzen aus Genieland (Príncipes del país de los genios), Estas
comedias, en su tiempo celebradas por un sector del público vienés y berlinés,
obtuvieron un éxito discreto, demostrando, que el teatro no era el verdadero campo
de trabajo para Herzl, como tampoco la poesía, que a ratos cultivaba. En la Viena de
un Hofmannsthal y de un Rilke, la producción literaria de Herzl era más que modesta
para poder asegurar fama a su nombre.

Su fuerza de escritor estaba en el artículo periodístico, en el feuilleton, que se cultivó


mucho en la gran prensa vienesa. Viajando por varios países europeos, vino Herzl,
en 1891, a España, desde donde enviaba a su periódico interesantes crónicas sobre
la vida política y cultural española bajo la Regencia. En Madrid le sorprendió el
nombramiento de corresponsal del Neue Freie Presse en París.

Cinco años, de 1891 a 1896, permaneció Herzl en la capital de Francia informando a


sus lectores sobre la política francesa. Sus crónicas de corresponsal y otros artículos
periodísticos, publicados después en libros, Gesammelte Feuilletons (3 vols, Berlín,
1911) y Das Palais Bourbon (Leipzig, 1895) dan testimonio del ojo penetrante y de la
agilidad de Herzl como observador político. La estancia en París no sólo consagró a
Herzl como periodista, pues en 1896 fue llamado a Viena para encargarse de la
dirección de la sección literaria de Neue Freie Presse, que llevó hasta su muerte, sino
que aquellos años fueron decisivos para su actividad política. él mismo anotó en su
Diario que el problema judío le interesaba desde siempre, lo cual no le impidió ser
miembro activo de la asociación de los estudiantes nacionalistas alemanes "Albia". él
quería pasar por totalmente asimilado al ambiente, pero siempre tuvo que sentir que
pertenecía a un pueblo odiado y perseguido. Siendo alumno de Enseñanza Media,
hubo de cambiar de Instituto a causa de las arrogancias de un profesor, y, más
tarde, en la Universidad, se estremeció al enterarse de los sangrientos pogroms que
se habían producido en Rusia contra los judíos, en los años 1881 y 1882.
Cuando Georg Schönerer acentuó el antisemitismo como parte integrante de su
programa pangermano, Herzl salió de la asociación "Albia".

Pero el famoso proceso Dreyfus, del que fue en París testigo ocular, presenciando
todas las peripecias del affaire en la vida francesa, le hizo ver y comprender lo
trágico del eterno problema judío. Este proceso fue para Herzl la revelación del
judaísmo y del antisemitismo, constituyendo el punto de partida que había de
emprender en defensa de los derechos de sus correligionarios. Le hirió más que nada
el hecho de que tales explosiones de antisemitismo hubieran podido producirse
precisamente en Francia, patria de los derechos del
hombre. Antes creía que con la elevación espiritual
podrían superarse todos los prejuicios antijudíos,
considerando el antisemitismo posible sólo en los
medios atrasados y pobres, pero después se
convenció de que ni el progreso en las ciencias y en
la técnica ni el elevado nivel de la civilización eran
capaces de impedir tales retrocesos
antidemocráticos.

Sabe que el antisemitismo no es un fenómeno


pasajero, sino la consecuencia de la anormal situación de los judíos en el mundo. Por
eso dice: "No nos dejemos abatir por el odio que nos rodea. Somos un pueblo y
contamos millones. El mundo no puede desinteresarse de nosotros si tomamos
nuestra suerte en las propias manos. Ya que somos perseguidos y se nos aparta de
los demás, trabajemos para lograr una existencia nacional, libre y normal.
Proclamemos en voz alta que queremos un Estado judío, y creemos el movimiento
que lo realice". Con esto nació el sionismo como un movimiento político.

También antes existía una vaga idea sionista, llena de misticismo, pero lejos de un
programa político y soluciones prácticas. Herzl, al concebir la idea de un Estado
nacional para los judíos, todavía no conocía otros planes para la emancipación judía,
como tampoco sabía algo de la organización "Joveve Zion" que, en consecuencia de
los feroces pogroms de 1882, organizó el cirujano Jehudah Leib Pinsker, en Odesa en
1885.

Pinsker también propagaba una solución nacional del problema judío, sugiriendo
igualmente la colonización del exceso de la población judía en los países de
persecución en Palestina, pero por medio de infiltración, y sin pedir un territorio
propio. Como se puede deducir de su Diario, Herzl, aun antes, había buscado
soluciones al problema judío.

Ya en 1878 pensó en el regreso de las masas judías a Palestina. Posteriormente se le


ocurrió la idea de conversión de las masas hebreas al catolicismo con el fin de
protegerlas de las persecuciones y asegurarles paz y una tranquila convivencia de las
futuras generaciones. Herzl, por aquel entonces, no era hombre de acción, y en este
sentido no se hizo nada. Sin embargo, los círculos liberales y judíos de Viena
rogaron, por mediación del cardenal Schönborn, al Papa León XIII que amonestara al
grupo de antisemitas austríacos. Pero a partir del proceso de Dreyfus, Herzl se
consagra con todas sus energías a la acción y a la realización de su idea. Primero
buscó colaboradores entre los rabinos e intelectuales y pidió la ayuda económica de
los grandes capitalistas y filántropos judíos, pero tuvo poca suerte. De los
intelectuales se adhirieron a su movimiento desde el primer momento dos grandes
escritores judíos: Max Nordau de Alemania, y Zangwill (Israel) de Inglaterra.
El gran rabino de Viena, Güdeman, que en un principio siguió con simpatía su labor,
se convirtió más tarde en su gran enemigo. Siguieron su ejemplo muchos rabinos de
Alemania, llamados "Protestrabbiner".
Los barones judíos Hirsch y Edmond de Rothschild sostenían sus propias obras
filantrópicas financiando la colonización judía en Palestina y Argentina, pero no
querían ni hablar de un Estado judío, considerando esta idea sumamente peligrosa
para las buenas relaciones con los gobiernos de Constantinopla y Londres.

Fracasados los intentos de ganar para sus planes a los judíos prominentes, Herzl
decidió dirigirse a las masas, odiadas y perseguidas, esperando de ellas comprensión
y apoyo. Con tal fin compuso el libro Der Judenstaat (El Estado judío, una solución
moderna de la cuestión judía, Viena, 1896), El pequeño escrito, de algo más de cien
páginas, fue traducido inmediatamente al inglés, francés y ruso, despertando un
enorme interés de las masas judías por el sionismo político.

La idea fundamental de esta obra programática es la siguiente : "La cuestión judía es


una cuestión nacional; para solucionarla tenemos que hacer de ella, ante todo, una
cuestión mundial que ha de ser resuelta en un Consejo de naciones civilizadas.
Nosotros somos un pueblo, un pueblo", Herzl pide para la nación judía la soberanía
sobre un territorio que podría ser Palestina o la Argentina, puesto que en ambos
países se han hecho tentativas de colonización por infiltración paulatina.

La Argentina dispone de mejores condiciones económicas, pero Palestina es la patria


histórica del pueblo, y si el Sultán les diese este país, los judíos se comprometerían a
sanear la economía de su Imperio. Para llevar a la práctica su plan, Herzl sugiere la
creación de dos compañías, la "Jewish Company" y la "Society of Jews", La primera
debería ser un órgano para el suministro de fondos y para la colonización, que,
primero, liquidaría los intereses y los bienes de los inmigrantes en los países de la
diáspora, y luego organizaría el orden económico en la nueva patria. La "Society of
Jews" sería una especie de procurador o gestor de los judíos, cuya tarea consistía en
explorar científicamente el país y conseguir concesión y reconocimiento
internacionales, es decir, tendría la autoridad de constituir el nuevo Estado judío.

Ninguna de las dos compañías serían organizaciones democráticas, de masas, sino


asociaciones de judíos destacados en hacienda, ciencia y política. La Constitución del
futuro Estado se basaría en una democracia representativa, debiéndose hacer la
política de arriba abajo, como en una república aristocrática.

Para Herzl, "el sionismo es una parte de la cuestión del Cercano Oriente y el
problema judío entra en los intereses coloniales de Europa. Los gobiernos de los
países afectados por el antisemitismo tienen sumo interés en ayudamos a obtener tal
soberanía", Convencido de la exactitud de estas suposiciones suyas, Herzl empezó
sus primeras gestiones diplomáticas.

El pastor protestante W, H. Hechler, entusiasmado por sus proyectos, le facilitó


entrevistas con el Gran Duque de Baden, Federico I, que se le mostró muy propenso,
pero no supo ni pudo ganar para su idea al Kaiser, como Herzl esperaba. Una carta
dirigida al príncipe de Bismarck quedó sin contestación. La entrevista con el Nuncio
apostólico en Viena, Mons. Agliardi, tampoco dejó ilusiones en el ánimo de Herzl,
aunque él había ofrecido la neutralización de los Santos Lugares. El Nuncio no creía
en la posibilidad de realizar estos planes, y la Santa Sede prefirió esperar
prudentemente los acontecimientos, interesada vivamente en la justa solución del
problema de Tierra Santa. Entonces, Herzl decidió negociar directamente con el
Sultán.

Newlinski, un ex político polaco, a la sazón al servicio del gobierno otomano, le


consiguió la audiencia. Abdul Hamid, a pesar de la desastrosa situación económica
de su Imperio, declinó los millones judíos a cambio de soberanía sobre una parte del
territorio nacional. Rechazado también por el barón de Rothschild y frustrado su
intento de acercarse a la Corte rusa por mediación del Príncipe de Bulgaria,
Fernando, Herzl no se desanimó, sino que continuó con más empeño trabajando con
las masas judías. éstas necesitaban un órgano ideológico y propagandístico y una
fuerte organización, cuyos representantes se reunirían en grandes congresos
sionistas para discutir públicamente los problemas referentes a la realización del
programa, Por su actividad, Herzl fue generalmente considerado como jefe del
movimiento sionista político, y cuando una delegación de la asociación universitaria
"Kadimah", de Viena le pidió que se encargara también formalmente de la jefatura
del movimiento, él lo aceptó.

En junio de 1897 fundó el diario Die Welt (El Mundo), que ha sido el órgano central
del movimiento. El periódico, que se publicaba en Viena bajo su dirección, era para él
una fuente de disgustos. Los propietarios del Neue Freie Presse le reprocharon el
trabajo en este periódico y en el movimiento sionista; Herzl estuvo a punto de dejar
su puesto en el Neue Freie Presse, pero como no disponía de otros medios para vivir
y, además, tenía que cubrir el déficit del Die Welt, permaneció hasta su muerte en la
redacción del gran diario vienés.

Aún más dificultades encontró al convocar el primer Congreso sionista en 1897. Con
sus más íntimos colaboradores pensó que el lugar ideal para tal congreso sería
Muních; pero los rabinos alemanes (los "Protestrabbiner") pidieron al gobierno
bávaro que no se autorizase la celebración del Congreso sionista.
La plutocracia judía de Alemania temía que un congreso sionista pudiera provocar
una nueva ola de antisemitismo. Las poderosas organizaciones de "Joveve Zion"
también se oponían, pero Herzl perseveró en su decisión y logró reunir el primer
Congreso sionista en Basilea. A pesar de la oposición de los judíos "asimilados", el
Congreso constituyó un éxito, siendo creada en él la Organización Mundial Sionista y
proclamado el programa, llamado "de Basilea", que reza: "El objetivo del sionismo es
crear un hogar en Palestina para el pueblo judío, asegurado por el Derecho Público".

Queriendo resumir los resultados de este Congreso, Herzl anotó en su Diario: "En
Basilea fundé el Estado Judío; si yo dijera esto hoy, sería objeto de la risa universal;
en cinco años, quizás en cincuenta, cualquiera lo verá". Designada Palestina por el
Congreso como la tierra de colonización y del futuro Estado judío, Herzl continuó las
negociaciones diplomáticas para obtener un "Charter" del Sultán. Otra vez se
entrevistó con el Gran Duque de Baden, que informó al Kaiser sobre los proyectos de
Herzl. Luego habló con el Conde de Eulenburg y con el Canciller Von Bülow. Por fin
consiguió una audiencia de Guillermo II durante su visita a Constantinopla. El Kaiser
pareció interesado en el asunto, Herzl le pidió únicamente que recomendara ese
asunto a Abdul Hamid. Unos días más tarde hablaron el Kaiser y Herzl dos veces más
en Tierra Santa, donde podían apreciar todas las posibilidades de los proyectos del
sionismo y examinar los resultados obtenidos por los colonos judíos. A pesar de las
buenas impresiones, Guillermo II no quiso apoyar a Herzl en la Sublime Puerta, a
causa de la oposición del Canciller Von Bülow.

En este viaje vio Herzl por primera vez la Tierra de Promisión. La vio como era y la
imaginó como sería en el futuro Estado nacional : cultivada y próspera por obra del
pueblo judío. Esta visión suya situada en el año 1920, cuando ocurre la acción de su
novela utópica Altneuland (Vieja-Nueva Patria), publicada en 1900, es hoy en gran
parte realidad.

El segundo Congreso sionista, que se celebró en 1898, también en Basilea, estaba


dedicado a cuestiones prácticas, en primer lugar a la fundación del Banco Colonial
como instrumento financiero del sionismo. El Jewish Colonial Trust, con sede en
Londres, tenía un capital nominal de dos millones de libras, pero hasta el año 1902
no se suscribieron más que 250.000 libras por 140,000 accionistas de todo el
mundo. Otra vez se abstuvieron los judíos pudientes, En el tercer Congreso, en
1899, surgieron diferencias ideológicas. Los " prácticos recomendaban una
inmigración inmediata, aunque de infiltración clandestina, mientras los "
espiritualistas" de Achad Haam, que desde los mismos principios atacaba todos los
proyectos de Herzl, se daban por satisfechos con la creación de un simple centro
espiritual en Palestina.

Los rabinos de Alemania y Austria veían en el sionismo gran peligro para la


estabilidad de las comunidades judías en Europa interpretándolo como enemigo de
todas las tradiciones mesiánicas. Pero a pesar de estas diferencias y polémicas, el
sionismo estaba en marcha, teniendo cada vez más adeptos, incluso procedentes del
"Joveve Zion". Desde el principio de sus esfuerzos diplomáticos Herzl había pensado
en Inglaterra como potencia interesada en el Cercano Oriente que podría prestarle
ayuda para realizar el Estado judío, pero como el sionismo se originó como reacción
del antisemitismo, y éste apenas si existía en Inglaterra, Herzl trató primero de
consolidar su movimiento en los países de la Europa Central y Oriental, donde las
masas judías vivían en constante peligro. Conseguido en parte este propósito y
agotados todos los medios de interesar a los gobiernos afectados, Herzl decidió
celebrar el cuarto Congreso en Londres en 1900. Al cabo de muy animadas
discusiones fue votada una resolución en la que se trataba de conciliar varios puntos
de vista que hicieron su aparición en el movimiento y que una vez ponían su mirada
en los problemas culturales y religiosos y otra vez en la acción política y económica.

Pero el resultado más importante de ese Congreso fue su repercusión en los círculos
gubernamentales británicos, que empezaron a interesarse por la colonización judía.
En el mes de mayo de 1901 renovó Herzl sus contactos con el Sultán a través del
orientalista profesor Vambery, de origen hebreo. El momento psicológico era bueno,
porque la situación económica del Imperio Otomano no podía ser peor y el Sultán
necesitaba urgentemente un préstamo que no le pusiera en manos de las grandes
potencias europeas. La entrevista entre Abdul Hamid y Herzl se desarrolló en un tono
cordial, y Herzl salió del palacio con buenas impresiones, pero tampoco esta vez con
éxito, ya que el débil monarca estaba totalmente dominado por sus altos
funcionarios, que ya estaban preparando otro préstamo y además temían el
surgimiento de un Estado judío en Palestina.

En el quinto Congreso, reunido otra vez en Basilea, a finales del año 1901,
aumentaron las disensiones a causa del fracaso de las negociaciones con el Sultán ;
en cambio, el Banco Colonial se consolidó y además se creó el " Fondo Nacional Judío
". Un mes después de este Congreso, en febrero de 1902, fue Herzl llamado por un
alto personaje del gobierno otomano a Constantinopla. Abdul Hamid le propuso una
dispersa colonización de judíos en varias regiones de Turquía, principalmente en
Mesopotamia, pero con exclusión de Palestina, Herzl lo rechazó y volvió a Viena con
las manos vacías. Una vez más intentó Herzl obtener el "Charter" del Sultán. En julio
del mismo año, durante su última estancia en Constantinopla, le entregó un
Memorándum ofreciendo al Imperio la unificación de la deuda del Estado a cambio de
un "Charter" o una concesión con que se garantizase la colonización judía en
Mesopotamia y en la región de Haifa en Palestina. Estaba seguro de que los
capitalistas judíos acudirían con sus medios financieros en el caso de que el Sultán le
concediese la ansiada Carta; pero el Sultán repitió la misma propuesta del mes de
febrero, que Herzl no pudo aceptar. Al mismo tiempo surgieron posibilidades de
encontrar una porción de tierra para la colonización y fundación del Estado judío en
el Imperio Británico, Herzl fue llamado ante la comisión Real Británica para la
Inmigración (Alien Commission) para exponer sus planes, y en octubre de 1902
empezaron serias negociaciones con el gobierno de Salisbury, con el fin de encontrar
un territorio para la colonización judía. El ministro de Asuntos Exteriores, lord
Landsdowne, apoyó el plan de Greenberg, según el cual se les daría a los judíos la
región de EI-Arish, en Egipto. Fue nombrada una comisión de técnicos cuya misión
era preparar las condiciones jurídicas y económicas para la realización de los planes
de Herzl. El dictamen de la comisión fue favorable, suponiendo que el gobierno de
Egipto permitiese la irrigación de esta región con las aguas del Nilo; pero era
imposible conseguir precisamente esta concesión; además, el gobierno otomano y
los círculos militares británicos hicieron todo lo posible para que fracasase ese plan
de colonización de judíos en una región de gran valor estratégico. Herzl, que ya se
había familiarizado con la idea de organizar un territorio judío en EI-Arish, cerca del
Monte Sinaí, de tantas evocaciones históricas para el pueblo judío, volvió de Egipto
agotado, pero no vencido.

En Londres le recibió el ministro de Colonias, Joe Chamberlain, ofreciéndole una


región de Uganda, en el áfrica Oriental Británica, con amplia autonomía. Herzl aceptó
esta propuesta como una solución de urgencia para las víctimas de los nuevos
pogroms verificados en Rusia y Rumania, sin renunciar a Palestina. Aun con esta
distinción, el proyecto con Uganda sería motivo de grandes polémicas en el sexto
Congreso sionista que se celebró en Basilea, en 1903, conocido por el nombre de
"Congreso de Uganda". Una gran oposición se levantó en este Congreso contra Herzl.
El no podía hacer otra cosa que informar sobre sus fracasos en las negociaciones con
el Sultán y con el gobierno egipcio sobre EI-Arish. Ni su reciente viaje a Rusia aportó
resultados. La población judía le recibió allí en triunfo, pero no consiguió una
audiencia del Zar, teniendo que contentarse con redactar un memorándum para
Nicolás II. Sus entrevistas con los ministros Plehwe y Witte tampoco dieron
resultados concretos. Lo único que le quedó era el proyecto con Uganda, que él
consideraba sólo como "un asilo nocturno", hasta que no se consiguiera Palestina. La
oposición le reprochó la traición de los ídeales del judaísmo afirmando que Uganda
no era Sión y que este territorio no tenía ninguna relación con la historia ni con la
religión judía.

Al cabo de muchas discusiones y con escasa mayoría, el plan de Uganda fue


aceptado con muchas reservas respecto a la utilización de los fondos. De todas
maneras fue aprobada una moción para enviar a Uganda una comisión exploradora.
El Congreso de Uganda fue el último Congreso sionista que Herzl presidió. Volvió a
Viena cansado y exhaustas sus fuerzas físicas. Su salud estaba ya seriamente
quebrantada. En vez de descansar tuvo que continuar la lucha. Los sionistas rusos
del "Joveve Zion" convocaron en Jarkov una conferencia en la que, instígados por M.
M. Ussischkin, gran enemigo de Herzl, redactaron un verdadero ultimátum al
presidente, en que le exigían que en lo sucesivo no propusiera al Congreso ningún
plan territorial que no fuera única y exclusivamente en Eretz Israel, debiendo
prometer que antes del séptimo Congreso la proyectada colonización en áfrica
Oriental sería liquidada y que debería iniciar inmediatamente una labor práctica en el
Eretz Israel. Herzl, aunque gravemente enfermo, tiene energías aún para sostener
negociaciones con el ministro ruso Plehwe y con el Gran Duque de Baden acerca de
la ayuda rusa y alemana, respectivamente, en el asunto de Palestina. Al principio del
ano 1904 fue recibido en audiencia por el rey de Italia, Víctor Manuel II, y por el
Papa Pío X. Víctor Manuel le expresó sus simpatías, pero el Papa se opuso a que
Palestina volviera a los judíos, reafirmando la conocida postura de la Santa Sede
acerca de los Santos Lugares.

Todavía tuvo tiempo para hacer los últimos esfuerzos con el fin de conseguir una
tregua en las filas del sionismo y redactar un memorándum para el zar Nicolás II.
Inútilmente buscó remedio a su salud en el balneario Franzensbad y en Edlach,
donde murió el 4 de julio de 1904, a consecuencia de una anemia cerebral. Apenas
había cumplido los cuarenta y cuatro años, y de éstos sólo los nueve últimos estaban
enteramente dedicados al sionismo político, Herzl llamó a su sionismo "político" para
distinguirlo del programa cultural y nacional del "Joveve Zion", él consideraba a los
judíos como una unidad moral y política. Su problema jamás puede ser resuelto en la
diáspora, donde los judíos siempre permanecerían en una minoría sin ninguna fuerza
política. Por eso la cuestión judía debía ser resuelta en un plano de política
internacional. Consecuentemente, creó Herzl una política nacional judía, con el fin de
conseguir la erección de un Estado judío. Todas sus gestiones diplomáticas estaban
encauzadas en ese sentido: asegurar a los judíos un territorio garantizado por el
Derecho Público Internacional; sin esta postura fundamental, que era lo nuevo que
Herzl introdujo en el sionismo, no se podría comprender la posterior "declaración
de Balfour"; ni la fundación del Estado de Israel.

Herzl creó una poderosa organización sionista que se extendió por todo el mundo,
Sus órganos, es decir, los Congresos, comités de acción y asambleas locales estaban
constituidos sobre una base democrática ; pero él personalmente fue siempre muy
autoritario. En todo fue una personalidad fuerte y atrayente que creía poseer una fe
inquebrantable en sus ideales, estando siempre seguro de que un día se realizarían.
En efecto, sólo cuarenta y cinco años después de su muerte, el Estado de Israel fue
reconocido por la Organización de las Naciones Unidas. La moderna ciudad de Tel-
Aviv es la realización de sus sueños utópicos en la novela Altneuland (Vieja-Nueva
Patria, que en hebreo se expresa Tel Abid, y de aquí el nombre de la ciudad). Sin
embargo, dos cosas no previó Herzl con suficiente claridad: la imposibilidad de
Palestina de absorber toda la población judía amenazada y perseguida en la
diáspora, durante la primera mitad de este siglo, y el nacionalismo árabe. Y estas
dos cosas significan, a la larga, un grave peligro para su obra.

BIBLIOGRAFíA

FRIEDMANN, A.: Das Leben Theodor Herzls. 1919.

KELLNEB, L,: Theodor Herzls Lehrjahre , 1920

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